Recuerdo que ese día la calícula parecía devorarnos, el pastor decía tantas mentiras que no sé si algún día Dios lo perdonará, las que más recuerdo era lo "buen hombre" y "abuelo abnegado"; jamas existió ni existirá una persona más mala y miserable que mi abuelo.

Yo solo rogaba que estuviera muerto de verdad, y que no se fuera a salir de repente de aquel horrible hueco que cavaron los vecinos para enterrarlo, yo fingía estar triste, y hasta fui capaz de inventar una lágrima, y bajar la cabeza como si yo también me fuera a morir con él, cuando me daban el pésame.

Yo sabía que tenía que actuar rápido, antes de que las viejas chismosas de la iglesia decidieran quién se iba a hacer cargo de mí, como hacían con todos los huérfanos que tenían algo que heredar; y la casa y las vacas, y el dinero que estaría guardado en alguna parte era un botín apetecible de verdad.

Así que tenía que escaparme esa mis noche, yo sabía dónde estaba la bolsa con las monedas de oro, pero si me la llevaba me perseguirían con caballos y con perros hasta dar conmigo; así que solo tomé unas pocas monedas, esperé a que se hiciera de noche y me fui corriendo, corriendo, corriendo como un gato asustado.

Solo me paré cuando mis piernas y pulmones no podían más, en un camino que quedaba a orillas de un río grande de aguas marrones y rápidas.

Con la calma llegó el hambre, la sed y el miedo, pero el alivio de sentirme muy lejos de aquel pueblo me daba fuerzas.

Vi que a lo lejos se acercaba una caravana de carretas y mucha gente en caballos y mulas, no necesité abordarlos, era como si el destino me ponía allí para ellos:

-¿A dónde vas muchacho? -me dijo un hombre viejo, de gran barba blanca, vestido de negro como todos los que lo acompañaban.

-Nunca he sabido por qué di esa respuesta, mis palabras salieron solas, como si alguien me las dictara en silencio:

-Hacia el norte señor, en busca de trabajo.

-¿Has trabajado en la vendimia, muchacho? -me preguntó.

-No, señor -le respondí -pero soy fuerte y sé leer y escribir.

El hombre viejo me miró a los ojos de una manera que no me habían visto nunca, luego me dijo:

-Ve, móntate en aquella carreta, y di que te den pan y agua.

Luego dio una orden con la mano para que la caravana continuara su rumbo al norte.

Ahora que soy un hombre viejo, que soy el jefe de esta aldea de gente buena, que me hice de su religión, que uso también una larga barba como todos, que vivo solo de la tierra, apartado del resto del mundo sin hacerle daño a nadie, aún me despierto en las noches sobresaltado, pensando que el abuelo me va a dar un correazo para que salte a ordeñar las vacas desde temprano, o que las viejas malvadas de la iglesia me llevan a la fuerza con ellas; cuánto tiempo ha pasado desde el día de ese funeral, cuántas cosas buenas me ha dado la vida, y aún no logro enterrarlo de verdad.

Fin

Me gustaría invitar a @inspiracion, @adeljose y @casv. Aquí la información