La llamaban "la casa grande", nosotros la veíamos solo desde lejos, desde la colina más alta de aquel campo casi sin montañas, mamá nos decía con orgullo:

_Su difunto padre trabajó allí, sí, señor, en la casa grande.

La casa estaba rodeada por una cerca natural de matas de naranja, y además tenían perros guardianes muy temidos por toda la población; los pocos que lograban entrar a llevar algún recado, o algo así, salían maravillados de lo hermosa que era.

Por eso, aún siendo yo una niña, cuando me dijeron que me iría a trabajar a la casa grande, brinqué de alegría; ya que por un lado sería como seguir los pasos de mi papá, y por otro, el sueño de todas las niñas de las familias humildes del campo, era trabajar en la "casa grande."

Realmente no sé qué pasó con la mujer de servicio que me antecedió en ese trabajo, si la despidieron o si se murió de tanto trabajar; porque era un trabajo realmente inhumano, hacer la comida, lavar los trastos, limpiar toda la casa, arreglar las camas, limpiar los baños, lavar y planchar; todo, había que hacer de todo.

En principio me agoté tanto, que casi me desmayaba, pero, poco a poco, mi cuerpo y mi mente se fueron acostumbrando, y lo que en un tiempo me parecía un trabajo de esclavos, ya no era nada para mí, y lo más importante, fui aprendiendo a tener una vida interior de fantasía, donde era feliz y llena de atenciones, y cuando terminaba la jornada de trabajo y me quedaba dormida, con la cabeza recostada en la mesa, mi espíritu se iba a la colina, me veía desde lo lejos, y soñaba con mi familia, a veces hasta el amanecer, sin ir a la cama, hasta despertarme, bañarme rápidamente, y seguir la rutina diaria.

Pero hoy siento que me he quedado dormida, y que la señora me ve, siento que no despertaré más, y que la voz de otra niñita nueva, se escucha en la puerta de la "casa grande".

Fin

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