Guillermina dejó en Cariaco su cruz y su canto, sus fábulas y su duende.

Cuando supe de un grupo de abuelas que se hacen llamar “Las taparitas de Cariaco” me pregunté, qué querrán estas mujeres, que abandonan el fogón y se largan a escenarios más allá de sus corrales para bailar y cantar de manera conmovedora décimas, conservadas en su memoria.

Voy a compartir en este espacio, algunos sucesos importantes de los últimos cuatro años de la vida de Guillermina, época en la que fuimos muy cercanas.

Un grupo de amigos viajamos a Cariaco a celebrar la Cruz de Mayo del año 1997. Entre un baile de joropo y otro por venir, coincidimos mucha gente del ambiente cultural de Cumaná, de sus alrededores, de Caracas, locutores y periodistas, y, hasta de Maracaibo. ¿Sorprendidos? Era el evento esperado en la región, nada se le comparaba.

Adornada la Cruz en lo alto de unas escaleras, llega el esperado Alcalde y me nombran “la madrina de la Cruz”, sin saberlo ¡Cielos! La timidez nubló mi mente ¡Dios! sin saber que hacer en estos casos. Siempre eran personalidades relevantes las llamadas a tomar la palabra en este evento.

Por fortuna el Alcalde era un político “pico de plata”, habló ininterrumpidamente largo y sin pausa, fue un discurso bien elaborado, cada tanto dejaba espacio para los aplausos. Sonaba sincero, en el petitorio a La Santa Cruz le pidió la mejor bonanza para el municipio Ribero.

Cuando al fin terminó, pensé, qué puedo agregar, y me salió un gesto con las manos, una figura tipo torero y dije: Ok. Y quise comenzar, sin darme cuenta, el micrófono aumento el volumen, sorprendiéndome, y sin pronunciar una sola palabra, invité a todos a comenzar la celebración. Las mujeres salieron en mi auxilio para indicarme el protocolo.

Pasamos la noche congeniando hasta el otro día, con cuanto devoto al ron y al sancocho de Guillermina estaba por allí. Recuerdo de manera especial a una mujer que me tejió unas crinejas, muy amorosa, gritaba algo chistoso para no dejarnos dormir. El café de la mañana nos supo a gloria.

Pasaron unos cuarenta y tantos días, llegó la tarde del aciago día 9 de julio de 1997.
A Guillermina la vi temprano, como a las once de la mañana, un amigo la llevó al terminar de pasajeros, llegando a Cariaco, tomó la primera silla para descansar, el terremoto comienza e inmediatamente derrumbó una pared sobre ella.
Se estremece todo el Estado Sucre. En Cumaná se cae un edificio dejando un saldo de heridos y muertos, toda la atención estaba puesta en ese lugar. Mientras, en Cariaco se sufre de la peor manera posible, se abrió la tierra, se desaparecen las aguas termales, se caen casas, escuelas, se pierden algunas piernas y muchas vidas. Y, entre un corre, corre y otro, tuve una duda, quién de los dos fue el pavoso, si el Alcalde que habló mucho más de su gestión o yo que no me atreví a decir mis verdaderos deseos por aquel pueblo de Dios.

Traen a Guillermina al hospital de Veteranos de Cumaná, allí la atienden médicos, familiares y conocidos. La vi reponerse de los hematomas, volver a reír, jugar lotería y seguir con su vida entre un ir y venir, Cariaco Cumaná. Cuatro años después, el carro donde va para Cariaco, tiene un accidente y en medio de la angustia, su corazón sufre infartos consecutivos. Su resentido cuerpo se apaga.

Una nota de prensa resume su vida, como si fuera posible: “Guillermina fue partera, curandera, poetisa popular, cantante y coreógrafa de danzas y comparsas tradicionales. Fundó el grupo Taparitas de Cariaco, con el cual ganó el Premio Nacional de Danza Folclórica. El 15 de abril de 1994 fue declarada Patrimonio Cultural Viviente del estado Sucre.”

Para mí, Guillermina Ramírez fue una amorosa matriarca, de allí emanaba su liderazgo.