Crónicas de lo cotidiano 010: Leyendo en una iglesia.

Escribo esto desde la última banca de una iglesia. La que está al fondo de esta, junto al acceso, por lo que podría decirse también que escribo esto desde la primera banca de una iglesia (cuestión de enfoques).

Y no entré a rezar o cualquier otra de las razones por las que que las personas suelen entrar a una iglesia. Entre para resguardarme del sol del mediodía y del calor (31°c).

Y ya estando aquí he aprovechado también para tomar las fotos que acompañan esta publicación y leer un rato. Pero no la Biblia, que no llevaba conmigo una (aunque habría podido descargarla en ese momento), sino un libro que tomando el cuenta donde estaba, podría considerarse profano.

Y me la he pasado muy bien aquí sin que nadie me moleste. Y es que pocos lugares como una iglesia para leer, ha de ser por eso que muchas en Europa han sido transformadas en bibliotecas.

Y la verdad ahora que hago memoria, mi relación con las iglesias, entendidas estas como los edificios religiosos, hace mucho que dejó de ser de culto y adoración, y se ha vuelto más amplia y universal.

Para mí son sitios con una magia especial, y como arquitecto que soy, lo primero que me generan es admiración con su plasticidad y grandeza, y por lo que transmiten, por como son capaces de modificar nuestro comportamiento apenas ponemos en un pie en ellas, y como pueden incluso modificar nuestro estado de ánimo fácilmente.

Pocos espacios tan pacíficos y relajantes como una iglesia, sobre todo una antigua, con sus vitrales, su atmósfera a media luz y su silencio, ese que invita a estar con uno mismo, independientemente de tu fe o ausencia de ella. Las iglesias son lugares en que es difícil huir de uno mismo. Son espacios que imponen, y que casi nos obligan a bajar el ritmo, y hacer una pausa, a hacer un alto y pensar, o sentir, según sea el caso.

Son espacios en los que se vale llorar, en los que los convencionalismos se cancelan y podemos fluir y desbordarnos si hace falta. Nadie va a criticarte por sollozar o llorar en una iglesia, así como nadie va a reclamarte por mirar tu teléfono en un rincón como si estuvieras orando o estando en un momento especial contigo mismo, porque la lectura como la adoración religiosa es también un acto de fe, de introspección, de comunión.

Solo procura que el libro que lleves no te vaya a sacar una carcajada, porque entonces la cosa cambia y podrás sentir la otra cara de la moneda, y puede que te conviertas en estatua de sal por las miradas de los otros.

Porque si bien se pueden experimentar muchas cosas en las iglesias, la alegría parece ser una reservada a momentos muy especiales, y estar sentado en la última banca, (o la primera) mirando tu celular muerto de la risa, no es una de ellas. Tendré que tomar eso en cuenta para la próxima.