La belleza: ¿simetría y proporción o distorsión?

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha sentido cierta fascinación por lo bello. Motivo que lo ha conllevado a la constante búsqueda de la belleza como herramienta de aceptación, seguridad, autoestima y felicidad.
La belleza física es el resultado de un conjunto armonioso de elementos, tales como: piel lozana, cabello abundante y brilloso, ojos expresivos, labios carnosos, dientes blancos y alineados. Un cuerpo tonificado y proporcionado que se mueva al ritmo del porte, garbo, elegancia y simpatía. O, al menos, ese es el canon de belleza que ha impuesto la sociedad.

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Es bien sabido que en la antigua Grecia se creó el canon clásico de belleza, basado en la proporción, el equilibrio y la medida, como referencia, la Venus de Milo. Desde entonces el hombre ha emprendido una carrera contra todo pronóstico hacia el tan anhelado estándar de belleza.

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¿Dónde se distorsiona?

La convulsa carrera hacia la belleza ha llevado al hombre a un estado de no aceptación y desespero por poseer las “medidas perfectas”. Acudiendo, normalmente, al quirófano donde lejos de alcanzar un cuerpo armonioso, muchas veces se obtiene un cuerpo o un rostro distorsionado, alejado de las medidas reales. Dejándose llevar por una medida, como si se tratase de un molde. Obviando su realidad física, sin tener en cuenta el peso, la estatura, y la proporción del cuerpo humano, que varía de persona a persona. El resultado, un cuerpo distorsionado que peca en la aberración, alejado totalmente de la esfera de lo bello.
La verdadera belleza empieza por la aceptación. Aceptar que el cuerpo humano, en sí mismo, es una obra de arte, creada por unas manos perfectas que no admiten errores. Eso que pudiera parecer un “error” son solo los matices, esas particularidades que hacen a cada ser humano único e irrepetible.
Sin duda alguna, sentirse bien y bello en nuestra propia piel es la clave para emprender el camino hacia la seguridad, la autoestima y la felicidad.