Hoy, desde la tranquilidad de mi atelier, poso para ti. Me convierto en tu musa segura de que reflejarás en el lienzo mi gran verdad. Imagino cómo interpretarás mi mirada cuando la atrapes en la paleta de tus colores; cómo plasmarás mi rostro, mi boca, mi piel, mis cabellos, al mezclar los tonos y matices que habitan en tu sensibilidad.

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He dispuesto un escenario distinto para este día. Saber que propiciaré la inspiración de tu arte me colma de emoción y me hace sentir dueña de la creación que surge de tus manos, maestra que dominas el pincel, la forma y el color; mujer que eres artífice de la luz y de las sombras. Por eso estoy aquí, sutilmente recostada, sin brusquedad que pueda alejar la ansiada inspiración que necesitas. Dejo que mi cuerpo y mis gestos sosegados cautiven tu alma entregada y soñadora.

Algo ha cambiado en mi apariencia. He recortado mis cabellos, ya no son tan largos como los suelo usar cada día. Así luciré más fresca, más ágil, más decidida. No llevo el vestido amplio de tonos pasteles, azules y rosados. Tampoco el corsé que ciñe mi cuerpo ni los grandes sombreros de alas adornadas, con plumas, piedras y flores.

Anhelo que en esta tarde de comienzos de siglo xx queden reflejados, para los tiempos venideros, mis rasgos sencillos, mi figura delgada, trajeada con la sobriedad del negro de la chaquetilla y la blancura de una ligera blusa de mangas sueltas, juquetonas en el tiempo y el espacio que nos convocan a esta cita de hoy.