Desde un piso 21 en un día martes cualquiera, contemplo a través de amplios ventanales mi anárquica y bulliciosa ciudad. Cerros poblados hacia el oeste, techos rojos de antiguas casas en el casco central y edificios aglutinados por doquier forman parte de las piezas que encajan en el rompecabezas caraqueño.

_{George Grosz, Metrópolis, 1916 - 1917. Óleo sobre lienzo}

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Calles que suben, se entrecruzan y bajan; avenidas atravesadas por vehículos afanosos por llegar a su destino; personas ataviadas de colores crean contraste con otras vestidas formalmente de blanco y negro. Así se configura mi imagen panorámica de Caracas, ciudad que tanto quiero y a la que hoy dedico estas pocas palabras.

Las iglesias se destacan en el horizonte. Al norte, el templo de Las Mercedes con su cúpula dorada muestra su brillo reafirmado por la luz solar; más abajo, Santa Capilla luce su atrevido color melón en su geometría neogótica; al centro, frente a un tupido bosquecillo de la plaza Bolívar, sobresale la torre principal de la Catedral de Caracas, que con su antiguo reloj, marca el paso inexorable del tiempo.

La gente lleva bolsas, morrales, paquetes, y camina apresurada. Motos zigzagueantes, carros, bicicletas, cada uno se labra su espacio como puede en la gran vía, tocando las cornetas que terminan por aturdir los oídos de los paseantes.

Inmensos anuncios atrapan mi mirada: Banco de Venezuela, Superintendencia Nacional de Gestión Alimentaria, Banco Central, Asamblea Nacional. A la distancia, una valla muestra la imagen del Libertador Simón Bolívar que se erige como un símbolo heroico, ejemplar. El flamante tricolor patrio ondea con estilo, en lo alto del Capitolio Nacional.

A un costado se descubre la estructura de lo que en algún momento fue el cine Ayacucho, hoy convertido en centro de compras, con vendedores ambulantes en sus adyacencias y tiendas de ropa con el último grito de la moda femenina, comida rápida y peluquerías chics en su interior. Una congregación de personas marcha por la avenida Universidad, grita consignas, levanta pancartas, mientras alguien montado en un camión da un discurso.

Al posar mi mirada en lo más alto del paisaje veo el majestuoso cerro Ávila, que señorial brinda la imagen de la paz y sosiego que el caraqueño necesita para seguir su agitada vida cotidiana.

Urbe, metrópolis, ciudad mundial, ciudad global, distintas maneras para referirse a ese constructo social llamado ciudad y que reúne a millones de personas en un mismo espacio geográfico.

En ella, y quizás de manera utópica, cada uno de nosotros trata de llevar una vida común, deseada y ordenada, lo mejor que se pueda, en medio del caos natural que le pertenece, sea en Caracas, Nueva Delhi o Berlín.