—Calle usted Sancho Panza, que más valiera que cosida, y recosida, la boca tuviera. ¡Que hemos de someternos a peligros que nunca en las caballerías habréis visto!

— ¿Por qué usted, mi señor, piensa tal cosa? ¿Tiene acaso visiones o delirios? ¿No ve la soledad que hay en las calles? Yo no he visto mujeres en los ríos, ni críos jugando a lanzar flechas, ni mendigos, mercachifles o videntes.

—De eso mismo se trata, fiel escudero, que ya no hay quien se atreva a dar la cara. Son, por lo tanto, pecadores o bandidos. A nuestra desventura le ha placido traernos al lugar de hombres sin cara, hombres sin bocas ni narices, que hombres no parecen, sino bestias amarrados unos otros, como esclavos.

—Que no están amarrados mi señor, sino que por voluntad se ordenan uno tras otros, parece que les place, están tranquilos. Tal vez una costumbre de esta gente, de esta parte del mundo tan distante.

—¡¿Y quien monta a caballo y quien pelea?!, ¡decidme Sancho Panza, sin tardanza!

— No lo sé mi señor, por lo que veo, un gran peligro acecha, debe ser un dragón o tal vez muchos. Eso debe de ser, porque en la calle no he visto ni una falda. ¿Estarán las mujeres en los castillos, protegidas del enemigo que acecha o habrán desaparecido para siempre?

—Tal vez en estos lares haga falta un Quijote!

Habiendo dicho esto Don Quijote, lanza en ristre, pecho altivo, vuelve a mirar la soledad y se detiene.

— Qué imaginación! Que el sol te ha quemado la testa, escudero, me figuro. ¡Apura el paso de tu rucio, que Rocinante ya quiere trotar un poco sin mi peso!

Anduvieron Don Quijote y Sancho Panza recorriendo las calles detenidas. Solo entonces fue posible que, en una esquina, el ingenioso hidalgo imaginara a la fermosa Dulcinea.

—¡A fe de Dios que ven mis ojos! Exclama Don Quijote, enternecido.
¿Por qué de esta manera te presentas?

—Es que de vuestra bondad quiero un obsequio. (Dulcinea es muy tierna cuando quiere.)

—¡Por tu fermosura, con mi Rocinante doy la vuelta al mundo en veinte días! Responde Don Quijote, inspirado.

—De eso mismo se trata, mi señor, pero no hay que ir tan lontananza. Voy solo a varias palmas de distancia. Me atrevo a molestar a su hidalguía porque mi auto no tiene gasolina.