Convertirse en polvo (relato)
Siempre había envidiado los ojos de mis escritores favoritos, todos tienen algo en común. Dan la impresión de estar cerrados. Cuando veo una fotografía de Charles Bukowski siempre me fijo en sus ojos, de verdad pareciera que estuvieran cerrados. Yo lo intentaba. Entrecerraba los ojos pero eso era una gran mentira. A los poco minutos tenía los ojos muy abiertos, no entendía cómo ellos podían estar con sus ojos entrecerrados todo el tiempo. Hasta ahora, entiendo.
Conocí a Annie en el cumpleaños número quince de la novia de un amigo. Llegué con mi padre temprano. La fiesta no había empezado. Nos trajeron cóctel, me serví un vaso y estuve una hora sin hacer nada. Solamente estaba sentado. Los invitados iban llegando, todos muy elegantes. Yo tenía mi mejor camisa, mi mejor pantalón y los únicos zapatos que tengo. En fin. La fiesta empezó, la cumpleañera salió, todos aplaudieron, bailó el vals y después del espectáculo empezó la verdadera fiesta. Trajeron comida y pusieron mala música (al menos para mí). Vi a Daniel al otro lado de las mesas, le hice señas y él me vio, sonrió. Me levanté de mi silla, me serví otro poco más de cóctel. Cóctel de fresa, aunque no tenía alcohol estaba realmente bueno. Fui hasta donde estaba Daniel. Eran las dos de la madrugada. Nos dimos un abrazo.
―¿Cómo estas Hazel?
―Ah, estoy bien.
―¿Cómo la estás pasando?
―Bueno, el cóctel está bien y de todo lo que han puesto, sólo me ha gustado el Vals, no me gusta esa música.
―¿Sí? ―Daniel tienes esa sonrisa extraña.
―Sí, sí. ¿Por qué tardaste tanto en llegar?
―Estábamos buscando una cosas para traer acá.
―Ah.
Daniel me dio una palmada suave en la espalda.
―Ya vengo.
Se fue y yo, a pesar que estaban muchas personas me sentía solo. Me había acabado el cóctel y no quería volver a mi mesa, tendría que pasar por todas esas mesas de nuevo, que la gente me mirara y volver aquí, las miradas de nuevo, todo eso. No. Vi una botella de cóctel en la mesa que tenía al frente y note que solamente estaba sentada una chica, una chica blanca. Me acerque a la mesa, la miré, no fue difícil llamar su atención.
―Disculpa, ¿puedo sentarme?
―Claro.
―¿Puedo tomar un poco de cóctel?
―Tómatelo todo, no me gusta la mora.
―Pero no es de mora, es de fresa.
―¿Enserio?
―Sí, ¿Te gusta la fresa?
―Chico, me encanta la fresa.
―¿Quieres que te sirva un vaso?
―Por favor.
Llené mi vaso y le serví a ella otro poco en otro vaso. Ella tomó un sorbo y al darse cuenta de que efectivamente era fresa, sonrió, puso su cara de satisfacción. Me miró aún con la sonrisa en los labios.
―¿Cómo te llamas?
―Me llamo Hazel.
―Me llamo Annie.
―Annie, bonito nombre.
―Igual que yo.
Me eché a reír.
―¿Soy linda, no?
―Eres linda pero, ¿Dónde ha quedado tu humildad?
Ahora reímos los dos.
―No lo sé. Ja, ja, ja, ja.
―¿A qué te dedicas Annie?
―Estudio, vivo sola pero me va bien.
―¿Qué edad tienes?
―Diecinueve.
―¿Y cómo una chica de diecinueve puede vivir sola en Venezuela?
―No vivo con mi padre y mi madre se fue hace seis meses para argentina. Me quede aquí, ella me envía dinero semanalmente, así pago mis estudios y la comida pero me siento sola.
―¿Qué le paso a tu padre?
―Se convirtió en polvo.
―Ah.
―¿Y tú a qué te dedicas?
―Soy escritor.
―¿Enserio? ¡A mí me encanta leer!
―Es bueno.
―¿Cuántos libros has escrito?
―Siete.
―¿Siete? ¿Qué edad tienes?
―Dieciocho.
―¿Cómo has escrito siete libros a los dieciocho?
―Soy escritor, ya te lo dije.
―¿Cuál de tus libros has publicado?
La eterna pregunta.
―Ninguno.
―Ya.
―Digamos, me han respondido editoriales pero, espero la respuesta de las grandes.
―Eso es bueno, ¿puedo leer algo de lo que escribes?
―Claro pero, no tengo nada aquí.
―Salgamos algún día.
―Está bien.
―Dame tu número.
Le dicte mi número y me despedí. Ya no había más que hacer ahí. No sentía ganas de quedarme hablando. Mi padre tenía que madrugar así que volvimos a casa antes de que terminara la fiesta. No tuve problemas en volver. No me gustan las fiestas. Prefiero quedarme en casa.
Annie me llamó un martes, acordamos vernos el jueves por la noche a ver una película. Así pasó, el jueves la llamé, le dije que la pasaría buscando a su casa pero ella se negó. Iría hasta el cine y allá nos encontraríamos. Fui en el auto de mi padre. Entre la busque pero no la encontraba, me llamó, estaba en la entrada, no la había visto porque yo había entrado por el estacionamiento. En fin. Me dijo que me esperaría en el cine, fui hasta allá y la busque. Allí estaba ella, blanca con su vestido celeste. Las mujeres se ven hermosas con vestido, los vestidos son más poderosos que un jeans. No entiendo a los hombres que prefieren ver a una mujer con jeans. Vimos esa película y hablamos por horas. Fue algo extraño porque no suelo conectarme con las personas. La lleve a su casa. Se despidió con un beso en la mejilla.
Seguí saliendo con Annie. Íbamos de aquí para allá, sonreímos. Siempre sonreímos. Ella leía mis relatos y les encantaban, decía enamorarse de mis poemas. Todo aquello era bueno. Un día me quede en su casa a dormir, la había ido a visitar y empezó a llover. Yo estaba en auto pero cuando ella me dijo que me quedara no me opuse. Esa noche nos quedamos despiertos hasta muy tarde viendo películas. Me dormí junto a ella, abrazados, sintiendo su corazón. Fue la primera vez que desperté al lado de una chica. Dormir con ella de esa manera tan inocente fue mejor que cualquier cosa. Annie me estaba empezando a gustar más de lo normal. Eso es peligroso. Esos días fueron buenos. Me termine mudando con Annie. Conocí a su madre por videollamada. La madre de Annie me llamaba yerno, cada vez que me llamaba de esa manera me daba dentera.
Una noche Annie venía de regreso de la universidad y tomó el trasporte público. Dos hombres la vieron. Dos hombres enfermos y con malas intenciones. La siguieron. Annie tiene que tomar de autobuses. Cuando bajó en la segunda parada los hombres también se bajaron. En la parada no había nadie más. Los dos hombres la tomaron, se la llevaron para un lugar oscuro, la manoseaban, le besaban el cuerpo con sus bocas fétidas. Ella quería gritar pero no podía, le tenían tapada la boca. Mordió a uno de los hombres y este le soltó la boca y Annie pudo gritar. Unos hombres escucharon el grito y fueron corriendo, en la parada habían llegado otras personas, ellas también fueron tras el grito. Annie estaba ahí, con las bragas abajo, las personas hicieron correr a los dos hombres. Un grupo de mujeres ayudaron a Annie. Ella estaba destrozada. Recibí su llamada y me asusté mucho cuando escuche su voz.
Llegue al lugar y Annie estaba sentada en la banqueta de la parada. Algunas personas la rodeaban. Apenas me vio se lanzó a mis brazos, su suéter estaba roto. Me quite mi suéter para que se lo pusiera. Su rostro estaba derretido, bueno, su maquillaje lo estaba, pareciera que las lágrimas fueran negras. Como si el alma oscura se estuviera derramando por los ojos.
―Vámonos, sácame de aquí Haz.
―¿Dónde está el que le hizo esto? ―pregunté a las personas.
―Fueron dos, los están linchando ―me dijo una señora.
―Por favor Hazel, sácame de aquí.
La lleve al auto. Lloró todo el camino, llegamos a su casa. Seguía llorando. Se dio un baño. Nos acostamos y aún lloraba.
―¿Te hicieron daño?
―Casi lo logran Haz, por poco.
―Tranquila, ya pasó.
―Sus bocas Hazel, sus bocas malolientes. No las voy a poder olvidar.
No sabía que decirle, soy malo para esas cosas.
―Ya las olvidaras.
―Me rompieron mi suéter, iban a hacerlo, estaba a punto y yo pude gritar ―decía mientras lloraba―, si esos hombres no me hubieran escuchado Hazel. ¡Ay Dios! Me siento sucia.
―No digas eso cariño ―la abracé―. No lo digas porque no lo eres.
―Eres tan bueno conmigo Hazel, eres tan bueno.
―Oh no cariño, no lo soy.
―Si lo eres, tus escritos son muy buenos.
―Han mejorado últimamente. He escrito sobre ti.
―Oh Hazel. Eres tan bueno. Yo ahora estoy sucia.
―Annie dime la verdad. ¿Lo lograron?
―No Haz, yo grite y esos hombres llegaron, sí que le daban duro. Unas mujeres me sacaron de ahí, me llevaron hasta la parada y pude llamarte. Se siente horrible. Todos me miraban como a la chica que acababan de violar. No lo lograron, pero sus bocas, sus brazos peludos, su sudor hediondo. Haz es horrible.
―Ya, ya, cariño, ya estás aquí y estás bien.
Annie se sentía destrozada, pasó la noche llorando. Su llanto me despertó a las tres de la madrugada. No hice más que abrazarla y así se quedó dormida de nuevo. Pasaban los días y Annie no quería salir, tuve que encargarme de todo. La comida e ir a la universidad para hablar con los profesores. Al mes siguiente Annie volvió a la universidad, yo la llevaba y la traía. A los tres meses por fin tuvo de nuevo el valor de ir sola, sólo que había cambiado de horario. Ahora cada vez que sale se lleva una pequeña navaja. Al día siguiente después de ir sola a la universidad pasó algo que marcaría mi vida.
Desperté temprano. Annie aún dormía. La vi ahí con su cabello entre las sábanas blancas, durmiendo. Tan natural, sin maquillaje, sin peinarse, sin conciencia. Me pareció tan hermosa. Hice el desayuno y la desperté. Ella se cepillo los diente, se dio un baño y fue a la cocina. Se sorprendió al ver que yo había hecho el desayuno. Quizás si no hubiera hecho aquel desayuno aún estaría con ella. Nos sentamos a comer y ella me miraba con su sonrisa, aquella sonrisa no se le acababa. La sonrisa permanente. Sus mejillas eran algo digno de mirar cada vez que sonreía, se sonrojo. Aquello era mucha ternura saliendo de ella.
―Has sido tan bueno conmigo Hazel.
―Tú eres buena conmigo.
―Nadie me había tratado como tú.
―Es porque tienes un cuerpo bonito, las personas tratan con tu cuerpo.
―¿No te gusta mi cuerpo Haz?
―Si me gusta pero estoy más interesado en tu alma cariño.
―Me encantó tu último relato, lo leí anoche, mientras escribías.
Sonreí.
Terminamos de comer. Fuimos al patio. Hay un jardín y césped. Perfecto para acostarnos un rato en el suelo. Hacia un poco de viento. Annie me abrazo.
―Quiero decirte algo Haz.
―Dímelo.
―No he estado segura, me lo he pensado bien pero ahora lo entiendo. Es que…
―Vamos suéltalo cariño.
―Te amo.
Sentí como se congelaba mi pecho. Aquella palabra me impactó. Sentí como si hubiese chocado con el suelo duro de una calle después de lanzarme de un edificio.
―¿Te pasa algo Hazel?
Me pasaba todo.
―Yo también.
Los días siguientes me empecé a sentir extraño. Esa palabra me retumbaba la cabeza. Empecé a perder sensibilidad, el tacto. No podía escuchar bien, muchas veces Annie me hablaba y no me daba cuenta, la piel me ardía por eso no le quería dar abrazos, cuando ella me abrazaba yo la rechazaba porque me ardía la piel. Empecé a perder la vista y no veía bien a Annie, deje de darme cuenta de muchas cosas, cuando se arreglaba no la podía ver, cuando me decía algo no la escuchaba me empezaba a asustar. Mis manos comenzaron a temblar. Luego otro golpe. Una noche antes de dormir ella estaba peleando, no entendía mi situación. Me estaba quedando ciego, sordo y mudo. Luego dijo esa palabra otra vez.
―Te amo Hazel.
Intente levantarme de la cama pero caí al suelo. Salí al jardín. Annie iba tras de mí. Me asfixiaba. No podía respirar bien. Caí por segunda vez en el césped. Annie se tiró de rodillas a mi lado. No la podía ver bien, no la escuchaba bien, no podía hablar, no la podía sentir. Lo último que escuche de Annie fue:
―Hazel, por favor, quédate conmigo, no te vayas Hazel, no te conviertas en eso. Mi padre ya lo hizo. Tengo miedo Haz, tengo miedo de perderte. No. No lo hagas.
Miré mis manos y mis dedos empezaban a desvanecerse, como si estuvieran hechos de arena. Tenía miedo. Mi padre me había contado que le había pasado lo mismo pero nunca creí que me pasara a mí. Sentía como mi cuerpo empezaba a desvanecerse también, primero las manos, luego los pies y todo el cuerpo. Me había convertido en polvo. El viento se encargó de llevarme a otro sitio.
Tarde un mes en reponerme a mi estado normal. Algunos tardan más, cinco meses, diez meses, hasta años. A otros sólo les toma semanas e incluso días.
Esto de convertirse en polvo no es bueno. Es malo. Muy malo. Después de la primera vez tiendes a seguir haciéndolo o, tiende a seguir pasando. Después de Annie conocí a otra chica, pensé que me había librado de mi problema pero una noche, después de salir de un bar ella me dijo esa palabra: «Te amo». En tres días ya estaba hecho polvo de nuevo. Tarde tres semanas en reponerme. Luego vino Gis. Gis no sólo me dijo esa palabra sino que también me dijo que me presentaría a sus padres. Me convertí el polvo a las horas. Tarde una semana en reponerme. Es curioso. Cuando te convierte en polvo te repones, le gente dice ver cómo te vas formando. Primero el cuerpo, el abdomen, luego las manos y los pies y por último la cabeza. Tú sólo sientes que empiezas a escuchar, no sientes tu cuerpo. Es como estar dentro de una piscina sin poder moverte. Sólo escuchar, luego puedes hablar y después sentir y, por ultimo abres los ojos de nuevo, puedes ver y ya todo tu cuerpo está listo.
Me convertí en polvo unas cinco veces más. Siempre después que alguien decía amarme, simplemente ocurría. Empezaba a sentir los síntomas y ya era polvo.
Había pasado medio año sin enredarme con nadie. Seguía escribiendo todos los días pero no había publicado nada. Llegue a un punto en el que me sentía triste, solo y vacío. No pude escribir más. No tenía de qué escribir. Lo peor que le puede pasar a una persona que disfruta estar solo y disfruta escribir es quedarse vacío y sin imaginación. Me sentaba en las mañana para escribir algo pero no podía escribir. Terminaba entregándome a la televisión. Tan bajo había caído. Hasta las ganas de leer se habían ido.
Una noche salí a la calle, estaba desesperado. Fui hasta la parada de Coromoto, me monte en un auto y me baje en un semáforo. Empecé a caminar de vuelta a casa. Sólo quería encontrar algo sobre qué escribir. Había caminado al menos un kilómetro cuando la vi. Sentada en una pequeña plaza al lado de la carretera. Las noches en la Coromoto soy muy solitarias, alejadas y egoístas. Las personas están en una burbuja. Nadie se da cuenta de lo que pasa alrededor. Yo soy un marginado, estoy separado de toda aquella vanidad por eso me doy cuenta de algunas cosas, soy escritor. Sé observar y ver. Mientras me acercaba podía ver su cabello hasta los hombros, su piel blanca y su cuerpo delgado. Yo sólo era un chico de dieciocho años, moreno y acabado. La vi triste, estaba sola así que pensé que necesitaba compañía. Me senté a su lado. Ella me miró.
―Buenas noches ―Dije.
Ella no respondió.
―¿Te pasa algo?
Movió su cabeza negativamente.
―¿Segura?
Movió la cabeza de la misma forma.
―¿Quieres hablar?
Tardó un poco en responder.
―No doy las buenas noches.
―Está bien. Yo siempre doy las buenas noches.
―¿Puedo saber que te ocurre?
―He perdido algo importante para mí. Tú no lo entenderás.
―Quizás sí, quizás no.
―He perdido mis libros, he perdido mis novelas.
―Ah, tranquila. Ya te compraras otros.
―No, las había escrito yo.
―¿Escribes?
―Sí.
―Yo también escribo.
―¿Has publicado?
La eterna pregunta.
―No, aún no.
―He perdido mis novelas.
―Pero no todo está perdido, puedes escribir otras.
―No puedo escribir, estoy vacía y desanimada.
―Así mismo estoy yo. No puedo escribir.
―¿Qué has escrito?
―Unos libros de relatos, un poemario y unas novelas que aún no termino.
―Escribes mucho.
―En realidad eso es lo que hago, por ahora sólo escribo.
―¿Quieres caminar? ―me pregunta.
―Siempre quiero caminar.
Nos levantamos y comenzamos a caminar por la Coromoto.
―¿Cómo te llamas?
―Joss, ¿y tú?
―Hazel.
―Tu nombre es feo.
―Bueno, gracias.
Joss se echó a reír.
―¿Por qué me agradeces?
―Por tu sinceridad.
―Es una linda noche azul.
Caminábamos y hablábamos de todo. Tenemos muchas cosas en común. Note que tenía un suéter manga larga atado a la cintura. Le queda bien. Es linda. Una chica especial. Escribe y eso la hace peligrosa. Las chicas que leen están locas. Las que escriben deben ser psicópatas.
Llegué a casa después de conocer a Joss. Me senté a escribir y pude escribir. Hojas y hojas. La inspiración había vuelto pero aún estaba el vacío y la tristeza. Joss me había devuelto la inspiración y si tengo inspiración puedo escribir sobre todo lo demás. Pronto había algo dentro. No sé qué era pero ya no estaba vacío.
Joss me había dado su número de teléfono. La llamé. Nos empezamos a ver, a salir y todas esas cosas. Tenía algo de miedo que ella me dijera esa palabra y sucediera de nuevo. Me sentía bien con Joss. Nos entendíamos porque estaba pasando o había pasado por situaciones similares a la mía. Los meses pasaron, yo había terminado otro libro de relatos.
Ella llegó a casa con un vestido. Bendita sean las mujeres y sus vestidos. Me abrazo. Yo estaba escribiendo. Me entrego una hoja con un poema, le leí y realmente me gusto. Yo le di un par de relatos míos. Ella los leyó mientras yo escribía. Estaba a mi lado.
―Me encantan tus relatos.
Deje de escribir.
―A mí me encanta lo poco que me has mostrado, aún recuerdo ese poema del marinero.
―Era sobre un capitán ―se echó a reír.
La mire mientras reía y no había visto algo igual de hermoso. Si lo hubiera visto ya lo había olvidado. Ella me había hecho olvidar el pasado. Me pareció tan bella, de alma tan limpia y triste. Me gustan las cosas tristes. Su tristeza la hace ver más bella, eso es algo que pocos entienden de ella. Hay que estar loco para entenderla, solamente porque no se puede entender. Es un pequeño laberinto entrar en ella y me perdí. Ahora mis relatos tienen un poco de Joss, no todo es cierto pero ahora ella está regada por mis relatos. Una vez vi su cara triste y sus ojos acuosos y, fue lindo verla así. Es tan rara y a la vez tan interesante.
―Quisiera escribir como tú ―me dijo.
―No, tú tienes tu estilo. No siempre escribí así. Ya llegará lo tuyo.
―Perdí mis novelas. ¿No lo recuerdas?
―Bueno, olvida tus otras novelas y ponte a escribir algo nuevo.
―No puedo, ya te lo dije.
―Tranquila. El momento llegará.
―¿Cuál es el error más grande que has cometido?
―¿por qué me preguntas eso?
―Sólo quiero saber.
―Bueno, he cometido el peor error que puedo cometer un escritor y he cometido el error que dije nunca cometer.
―¿Cuáles son esos errores?
―Escribo más de lo que leo y me he enamorado de una chica que le gusta escribir.
Joss abrió sus ojos, estaba… Impresionada.
―¿Me quieres? ―Me preguntó Joss.
Aquello salió de mí cómo el vómito. No lo pude contener.
―Te amo.
Joss se puso la mano en el pecho. Estaba aterrada. Se levantó, dejó caer los relatos al suelo y salió disparada afuera.
―Joss espera.
Fui tras ella. Joss abrió la puerta principal y salió a la calle. Cuando llegue a la puerta ella me miraba desde la acera, me miraba con tristeza. Poco a poco se fue desmoronando, Joss se convirtió el polvo y el viento se la llevo.
Sentí que una lágrima se deslizaba por mi mejilla. La limpie de inmediato. Me estaba convirtiendo en un sensible. Cerré la puerta y volví a mi máquina de escribir. Nunca había visto a una mujer convertirse en polvo. Ella se había ido y ahora era yo el que había pronunciado esa palabra.
Pasó un año, yo había terminado dos libros más. Joss estaba regada en ellos. No me había vuelto a relacionar con nadie durante ese año. Había encontrado un trabajo y escribía por las noches. Escribía mucho. En realidad escribía todo el tiempo mientras no trabajaba o hacia comida. Me estaba cansando, dormía mal y los ojos me ardían. Cada vez que me despertaba me sentía cansado, pesado y enfermo. Mis párpados estaban caídos y la luz me molestaba, me miraba en el espejo y veía mis ojos entrecerrados. Entonces entendí como mis escritores favoritos puedes tener los ojos entrecerrados todo el tiempo. Es el resultado de un sacrificio. Tiene su precio. No era fácil.
Un día tocaron la puerta de mi casa. Fui a abrir y allí estaba ella de nuevo. Con sus ojos tristes y acuosos.
―Ven pasa Joss.
Ella entró, miró el escritorio donde estaba sentada la última vez que estuvo aquí.
―¿Tienes café?
Le di una taza de café.
―¿Has publicado?
―Aún no pero tengo unas cuantas editoriales interesadas.
―Disculpa lo que pasó. Tardé en reponerme y cuando pude ver me di de cuenta que quiero estar contigo.
―No te preocupes, he pasado por eso.
Así empezó todo de nuevo, volvimos a salir, a reír, a compartir. Lo curioso de esa palabra es que cuando tienes cierto tiempo con alguien que te agrada sientes la necesidad de decirla. La tienes en la garganta a punto de salir, en la mente en todo. Sentía de nuevo las ganas de decirle esa palabra a Joss. Pero no. Tenía miedo de que se convirtiera en polvo de nuevo. Un día fuimos a un museo en el centro. Ahí estaba ella, viendo cuadros con su piel blanca y su vestido azul. Llamó mi atención e hizo un ademan para que fuera hasta donde estaba ella.
―¿Qué te dice ese cuadro?
Era un cuadro pequeño, había una casa en algún sitio rural, era de noche y se podían ver algunas montañas altas atrás.
―Tranquilidad ―le dije.
―¿Qué le pasan a tus ojos?
―Se han convertido en los ojos de un escritor.
―Bueno. Yo veo necesidad, soledad, no hay personas, es un lugar hermoso pero no hay nadie, nadie lo ha descubierto, quizás sea por esas montañas, ocultan ese lugar.
―Pero alguien tuvo que haber construido la casa.
―Alguien estaba ahí ―dice Joss―, hizo algo pero lo dijiste bien, estaba, ya no. Es un lugar hermoso que no han descubierto porque las personas no se atreven a pasar las montañas, ven esas montañas y creen que después de ellas ahí eso, solamente montañas o ni siquiera se imaginan lo que después de ellas. Se pierden de ese lugar tan maravilloso por no querer pasar una montaña.
―¿Y qué le ocurrió a la persona que construyó la casa?
―Cualquier cosa, murió, se aburrió y se fue a otro lado o se convirtió en polvo.
Joss sí que es una chica inteligente.
La idea de volver a decir esa palabra volvió a mi mente. Joss me dio un pequeño beso en la boca. Sin yo pedirlo. Entregado. De repente. Me tomó desprevenido.
―Joss, tengo que decirte algo.
―Te amo Hazel.
―Te amo Joss.
Esperamos que sucediera. Algunos de los dos tenían que convertirse en polvo pero, no sucedió. Los mese han pasado y no ha sucedido. Los síntomas han aparecido pero se han ido. Ella aún está conmigo. Quizás fue porque lo dijimos de verdad, porque fue mutuo o quizás nos mentimos. Sea lo que sea. No nos hemos convertido en polvo.