En tiempos antiguos, esta ciudad era un asentamiento formado por homínidos que querían probar con la vida sedentaria antes de volver a dejar ese punto atrás.

Los ancestros de los habitantes actuales iniciaron la construcción de modestas chozas y se acostumbraron a las subidas y bajadas del nivel del agua de los afluentes, ubicando los mejores lugares para construir aldeas y protegerse de las inundaciones estacionales.

Tuvieron que pasar siglos de invenciones y desastres antes de que pudieran desviar el curso de los ríos y tomar control sobre ellos.

A partir de entonces, los únicos cuerpos de agua disponibles en el corazón de la urbe fueron los que se formaban durante las lluvias. Estos pozos eran muy pocos: la inclinación de los drenajes se asistían con la gravedad para evitar que el agua se estancara.

En los tiempos que corren, el calentamiento global convierte el concreto y el metal que adorna las verjas y ventanas en una sartén que quema la planta de los pies, de las manos y la piel de la faz incluso a distancia.

Los sombreros y bloqueadores cumplen con su función de proteger la máscara que mostramos al mundo y que, no obstante, necesita respirar bajo tanto vapor.

Conscientes de esto, los ingenieros idearon un sistema de tuberías que succionan el agua de los ríos desviados hasta una serie de depresiones en diferentes puntos de la ciudad para que los habitantes jueguen y chapoteen para escapar del calor abrasador.