Desaparición en el club Goodwind - capítulo I

in #writing5 years ago

o5amrc.jpg
Pexels

Corrían en el reloj las 7:43 de la noche del 12 de enero. La voz de la señora Ángeles vibraba imbuida en preocupación y sus manos temblaban mientras declaraba al denunciar la desaparición de su hija, Michelle.

Un día antes, Ángeles había pasado la madrugada esperando ansiosamente que su hija apareciera en la puerta de su casa, preparándose para descargar una lluvia de reprimendas y aplicar sobre Michelle un castigo adecuado por haberse escapado de su casa. Sin embargo, Michelle no cruzó su puerta esa noche, y tampoco lo hizo durante el día.

Impulsada por su creciente angustia, Angeles comenzó a llamar a todos los amigos de Michelle que conocía. Le tomó varias horas y decenas de llamadas conseguir al menos una pieza de información útil: Camila, una amiga de Michelle desde que cursaban cuarto grado, sabía muy bien dónde había estado la hija de Ángeles.

Luego de que Ángeles insistiera Camila acabó confesando lo que había oído la tarde anterior. Ella había hablado con Michelle y Sabrina Meza, su amiga más cercana, y fue en esa conversación que Camila se enteró de que Sabrina y Michelle planeaban asistir esa noche al Club Goodwind.

Michelle había cumplido 16 años un mes antes. La desequilibrada carga hormonal que acompaña su edad, y el vacío emocional que derivaba de la ausencia de su padre fallecido, hacían al menos comprensible, aunque no justificable, su irresponsable comportamiento rebelde. No era la primera vez que Michelle decidía desobedecer y salir de fiesta con sus amigos, pero sí había sido la única vez que no regresaba a casa antes de que iniciara la mañana.

Tres días antes, Ángeles había regañado fuertemente a Michelle por sus calificaciones y le había quitado su celular en castigo. El rendimiento académico de Michelle estaba en su punto más bajo, al igual que su relación con su madre. Las discusiones abundaban en su casa desde unos meses antes, lo que hacía que Ángeles, tratando de imaginar el mejor escenario posible, pensara que su hija había planificado abandonar su casa.

Luego de que Ángeles culminará su relato, el Departamento Federal de Investigaciones (DFI) se puso en marcha de inmediato para iniciar la búsqueda de Michelle. El joven detective Josef Ochoa respondió su celular cuando el reloj casi alcanzaba a marcar las ocho en punto. El caso de la desaparición de Michelle Sosa le fue asignado, posiblemente de forma muy premeditada.

Ochoa conocía bien las actividades del Club Goodwind, un club nocturno que permitía el ingreso de menores de edad y consumo de drogas con extrema ligereza. Realmente a nadie le importaba. El sistema estaba demasiado lleno de basura como para que eso fuese un delito castigable, pero una desaparición como la de Michelle era más de lo que la corrupción cada vez más creciente podía tolerar.

Ochoa había aprendido a hacer su trabajo sorteando los límites entre la ley, el orden y la corrupción. Josef entendía muy bien cómo navegar entre ese caos y salir ileso. En esa ciudad muchos tenían amigos con poder, y él carecía de alguno; pero sabía bien como ganar favores, aún cuando no se zabullía en las aguas negras cada vez más hediondas que inundaban la ciudad.

El dueño del Club Goodwind era uno de los peces pequeños, y si había que empezar a buscar en algún lugar era en ese club. Ochoa arribó allí a las 11:47 PM. El aroma a colitas y cigarrillos se percibía desde la entrada con la misma fuerza que la música.

Frente al club solo estaban los encargados de la seguridad custodiando la entrada: un hombre caucásico y corpulento que si tuviera cabello seguramente sería canoso, y un joven de rasgos nativos a quien le parecía natural usar una gorra casi a la medianoche. El hombre mayor se acercó a Ochoa. El gesto de mostrar la placa fue solo un guion que ambos conocían. Se midieron en miradas algunos segundos y Ochoa dijo la primera palabra. Aún con su tono amables dejaba implícita una amenaza sin declarar. Desafiar su rango no era una buena idea... El guardia de seguridad no tuvo más remedio que llamar al dueño del club de inmediato.

Luis Guerrero administraba el lugar por sí mismo, protegido por un pacto de no agresión a cambio de su cooperación. En el club goodwind las voces pueden ser valiosas para los de inteligencia. Guerrero ya conocía a Ochoa. Ambos tuvieron varios encuentros cuando Josef perteneció al Servicio Federal de Inteligencia.

Luis tenía un despacho privado desde dónde administraba el Club Goodwind. Las amplias ventanas de la habitación le permitían ver hacia el exterior, pero era imposible ver desde afuera lo que ocurría dentro. Luis vio venir a Josef mucho antes de llegara a la puerta y se apresuró a recibirlo. Ambos se abrazaron como un par de viejos amigos. Guerrero sudaba ron añejado. Ochoa respiraba residuos de nicotina. Ni siquiera se dieron cuenta de cuando se sentaron frente a frente, divagando en trivialidades antes de llegar al tema importante.

—Sé que no viniste a ver cómo me va en el negocio —dijo Luis al tomar un trago.

—Realmente no. Sabes muy bien lo que pienso de tu trabajo. Vengo por un caso que está relacionado con el club.

—¿Algo de lo que deba preocuparme? —preguntó Luis.

—No demasiado, al menos que estés involucrado en la desaparición —dijo Josef.

—¿Desaparición? ¿De qué hablas?

—Una joven menor de edad desapareció desde ayer, y aparentemente fue vista por última vez aquí. Se llama Michelle Sosa —dijo Josef, mostrando una foto de ella en su celular —¿Hay algo que me puedas decir de ella?

—Me parece conocida. Seguramente debe venir con frecuencia.

—Es posible. ¿Crees que puedes averiguar algo?

—No puedo llevar adelante un negocio como este llevando registros estrictos de todos los que vienen, pero siempre hay alguna forma de saber quién ha venido. Déjame buscar informantes.

—Eso sería muy útil —dijo Josef acariciando su barbilla —, pero necesito algo más.

-Dilo.

-Hasta ahora he asumido que ella decidió no volver a su casa, pero si existe una posibilidad de que esté secuestrada sabes que el Club dará de qué hablar. Tú no quieres eso, y yo no quiero verte en problemas. Quiero saber quién estuvo aquí el día de ayer. Quiero saber cada nombre de todos los que estuvieron aquí anoche.

—Eso es demasiado —bufó Luis.

—Lo sé, pero también sé que hay algún modo. Siempre hay un modo contigo... Las fotografías pueden darme muy buenas pistas.

—Ay Josef, también sé como trabajas. Una fotografía sirve más que una simple pista para ti.

—¿Sabes cómo obtenerlas?

—Hay un modo. En un club nocturno siempre hay gente tomándose selfies y las publican en sus redes. Pero por la clsde de club qur manejo tengo a una persona encargada de evitar que esas fotos lleguen demasiado lejos.

—¿Acaso guardan esa información? —Josef sonrió.

—Con fecha y hora... Creo que tu computadora hará el resto del trabajo.

—Eso espero. Si concluyo rápido y encuentro a la chica puedo controlar la información. Mantendré este caso fuera del radar de la prensa, pero no será por mucho.

—¿Con quién has hablado sobre el caso? —preguntó Luis luego de tomar un trago.

—Hasta ahora solo contigo. Tienes a alguien cuidándote en el DFI. Alguien por encima de mí que sabe que nos conocemos hace mucho.

—¿Sabes quién es? —preguntó Luis

—Lo intuyo, pero esperaba que tú me lo dijeras.

—Debo estar bien protegido. Sabes que no vivo solo de este negocio.

—Creo que es mejor que te retires. No siempre tendrás un padrino limpiando tus cagadas.

—Siempre he pensado que moriré joven. Haré lo que me plazca hasta entonces.

—Simplemente cuídate.

—¿Tú me pides a mí que me cuide? —preguntó Luis.

—Sí, es irónico, pero es que no confío en tus contactos. No creo que estés seguro en tu entorno, ni me da buena espina quien quiera que te haya apadrinado en el departamento.

—Te dedicas a jugar al héroe mientras todos los demás juegan al villano. Vives realmente al límite...

—Alguien tiene que jugar ese rol —dijo Josef.

—Y tú harás ese sacrificio... por eso te respeto.

—Lo sé, y como lo sé también he ignorado tus negocios. Reconozco que a tu manera haces mayor bien que mal. Pero tú eres alguien inteligente y sabes que puedes hacerlo mejor.

—Encuentra a esa chama. Si evitas que esto se salga de control entonces tomaré tu consejo.

—Eso no quiere decir que cambiarás de negocio —señaló Josef.

—Tal vez no, pero seguramente tendré más cuidado. Nunca se sabe cuando una puberta podría perderse al salir de tu club.

3vdza8.png