A caballo regalado no se le mira colmillo, pero hay excepciones, y mientras más retirado estemos de otras bocas, más probabilidades tenemos de alargar la existencia.
     Eso lo sabía Cocodrilo, de quien sabemos su oficio favorito. También lo sabían los demás animales que, por respeto, no volvieron a orillarse al río. Pero, más sabe el diablo por viejo que por diablo, Cocodrilo no esperó a que la montaña fuera hasta él, tomó la iniciativa y se ofreció como guardián de calles, con licencia para devorar a quienes amenazaran la especie.
      Agradecido por tan excelente trabajo, fue invitado por una doña a su casa, quien lo metió en la tina y le sirvió champán.
     Cocodrilo recordó el refrán del caballo, pero se asustó cuando la vieja le peló los dientes; “qué tal que esta me infecte de algún virus”. Saltó por la ventana y devoró al primero que encontró porque, después de un gran susto, un buen gusto.