El Enigma de Baphomet. Novela. (46)
No podía contener la rabia. Tenía que despertar a Rechivaldo y preguntarle por qué nos había querido ocultar que guardaba los pergaminos. Que se lo tuvimos que sacar con gancho. Me acordé del consejo de mi madre cuando era niño: “Antes de reñir a nadie hazte un nudo a la lengua y piénsalo siete veces”.
Había que pensarlo despacio. Era demasiado importante como para andar con precipitaciones.
Al día siguiente, quizá resolvería las dudas anulando el nombramiento del Maestre, de quien ya no gozaría de nuestra confianza en lo sucesivo. Incluso podríamos expulsarlo del Temple por falta grave. Había que dilucidar muchos asuntos. No estaba yo como para tomar decisiones con el cansancio que acumulaba.
Antes de destituir a Rechivaldo había que utilizarlo para leer los latines, pues aunque no llegó a ser presbítero, había estado a punto de recibir las sagradas órdenes y había estudiado Latín y Sagradas Escrituras. Al resto de nosotros, se nos podían escapar palabras importantes.
Teníamos que descifrar juntos todos los pliegos y escribir una copia cada uno.
Habiendo cinco copias, sería más difícil que se perdieran todas.
Las plumas... podríamos encontrarlas y afilarlas en el monte. Sólo había que buscar en las rocas de las águilas, y, en todo caso, de otra ave valdrían. La tinta sería el mayor problema, porque pergaminos... podríamos conseguir pellejos en los pueblos. ¡La tinta! La tinta me preocupaba porque, aunque nunca habíamos visto hacerla, sabíamos cómo, pero nos sería difícil encontrar los componentes. El templario especiero, que la fabricaba, para el que Cerecinos y Matalobos trasportaban los materiales, había sido uno de los muertos ahorcados. Teníamos que intentarlo. Yo podía recordar los elementos utilizados pero no recordaba las proporciones pues sólo una vez me había entretenido en verlo. Podríamos hacer carbón con las encinas de los barrancos para sacarle el pigmento negro. Pinos también había para extraerle la resina. Las aguas ferruginosas... habría que buscarlas en otro valle más lejano. Fuyacas de roble, a las que Rechivaldo llamaba agallas, podrían sustituir a las piñas de ciprés que en aquellos montes no crecían. Teníamos que intentarlo con lo que teníamos, porque con goma de árboles de Egipto se hacía la mejor tinta, pero sería imposible conseguirla. Sólo el Maestre la utilizaba para escribir los documentos de los grandes préstamos.
No había más remedio que organizarnos el trabajo.
A Rechivaldo, destituirlo del cargo. Y aprovecharlo de vigía en nuestro nuevo estado. Quizá en Compludo,
(Herrería de Compludo. foto tomada de http://vitanaturaetlegenda.blogspot.com.es/2015_11_01_archive.html)
que allí había visto tinta en la herrería de un fraile de Peñalba, que la hacía muy buena.
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(Pórtico de Peñalba. Fotografía propia)
Tendríamos que pagarle con algo de caza. Con un jabato nos proporcionaría pergaminos curtidos y tinta para hacer todas las copias antes de seguir adelante. Era lo más perentorio y urgente en nuestro periplo. No podíamos dejar escapar la trucha. De niño me decía mi padre que a las truchas había que agarrarlas con las dos manos, una en la cola y otra en la cabeza, fuertemente, con fijeza y clavándole las uñas para que no se escurrieran. Teníamos que escribir cinco copias de seguridad y guardar una cada uno.
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Sigue asi amigo!
Seguiré. Es mi intención. Gracias
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