Heroes Muertos: El último quijote de Santiago de León

in #cervantes7 years ago (edited)


Miguel de Cervantes Imagen de referencia

—¡Ya vienen los piratas ingleses! ¡Huid! —Gritaban los habitantes de Santiago de León de Caracas ante la inminente llegada de los sanguinarios piratas ingleses, comandados por el temible Capitán Aymas Preston; un corsario ingles reconocido por ser uno de los artífices de la derrota de la Armada Invencible española de Felipe II y que ahora, cometía fechorías en las costas del Caribe, uno de los tantos aventureros en busca de El Dorado. La ciudad se encontraba desguarnecida, pues los soldados habían salido a marchas forzadas a defender el puerto de La Guaira. Santiago de León de Caracas apenas estaba habitada por unas pocas familias, muchas mujeres, ancianos y niños, y pocos hombres jóvenes preparados para la guerra.

Don Alonso Andrea de Ledesma; un hombre con signos de vejez, alto, delgado y con la barba cortada de puntiaguda forma y con abundante canosidad, caminó entre la muchedumbre en dirección a su hogar; una gran casa con un establo no mayor a su tamaño, a unas dos calles de la Justicia ubicada en la Plaza Mayor. Llegó a su armería personal y cogió su armadura vieja, la cual aún tenía algunos golpes y rastros de óxido, la abrió colocándosela con algo de dificultad, se ajustó sus guanteles con mayas metálicas y, por último, un bacinete oxidado, lucía como todo un gran conquistador. Se dirigió a la pared frontal y cogió su espada, la misma con la que años atrás había enfrentado, en cruenta batalla, a los ejércitos del Cacique Guaicaipuro. Caminó lentamente al establo, donde cogió las riendas de “Terciopelo” un hermoso rocín marrón con las patas blancas.

—¡Tranquilo amigo mío! —Dijo Don Alonso mientras acariciaba al caballo. Con mucha dificultad se montó en su lomo ya ensillado, cuando salió a la luz de aquella tarde caraqueña, Hermelinda Ledesma, su criada; una negra treintona, fuerte, quien había sido comprada en la primera llegada de esclavos por borbaruta, hacia el año de 1565. Se acercó con una lanza de caballero, como aquellas usadas en las justas medievales.

—¡Tome usía, casi olvida su lanza! —Decía mientras le ayudaba a cargarla y se la ajustaba en su brazo.

—¡Joder! —Exclamó el viejo de Ledesma—. ¡Esta lanceta se hacéis pesada con el pasar del tiempo! —Dijo entre risas. Los grandes y blancos ojos de aquella mujer brillaban de miedo, pues, a pesar de ser esclava, Don Alonso jamás la trató como tal y, como era costumbre, llevaba su apellido, en él se reflejaba su única figura paterna.

—¡Esconderos bien y no salgáis hasta que todo termine! —Don Alonso, por primera vez en su vida, le sonrió en un último gesto. Dirigió las riendas de “Terciopelo” con su mano izquierda y salió a todo galope, por última vez, de aquel establo.

En la Plaza Mayor de Caracas la gente corría desesperada, pues los piratas habían llegado haciéndose con las gargantas de 4 pobres damas. Unos 300 hombres se habían colado en el valle de Caracas por una ruta secreta, la misma había sido delatada por un traidor cumanés, de la provincia de la Nueva Andalucía.

—¡Caracas tiembla, Caracas tiembla ante mí! —Expresaba el Capitán Preston; un hombre esbelto, cabellos negros cortos y la barba finamente cortada, sus atuendos eran los de un pirata común, pero con prendas elegantes.

—¡Saquead todo lo que podías, que Caracas no tiene quien la defienda! —Ordenó entre risas sádicas. Sus hombres reían con saña, las violaciones, robos y ultrajes estaban a punto de comenzar.

—¡Alto rufianes! —Grito un hombre, todos los piratas se quedaron en el sitio viendo al caballero, era Don Alonso, quien estaba dispuesto a hacerles frente sin temor alguno. El Capitán se quedó mirando fijamente aquella existencia, por alguna extraña razón, sentía admiración por aquel español, pues desde los tiempos de La Armada Invencible no había visto tanta gallardía en un hombre.

—¿Y qué pensáis hacer vejestorio? ¿Defenderéis Caracas tu solo? —Preguntó en un español claramente fracturado por la fonética inglesa, entre las burlas de sus hombres. Desde el campanario de la iglesia, unos pocos ancianos y mujeres veían la escena con miedo. —¡Mirad, es Don Alonso, pretende defendernos de los monstruos ingleses! —Dijo el cura mientras hacía la señal de la cruz en dirección al lugar del conflicto. Don Alonso no respondía a los insultos y burlas. “Terciopelo” empezaba la cabalgata mientras apuntaba su lanza al corazón del Capitán Preston, sin embargo, los años habían hecho mella en su cuerpo, ya su fuerza no era la misma de cuando aquella batalla contra los indios caracá en el sitio de Lagunetas.

—¡Por España! —Gritó con fuerza Don Alonso mientras incrustó su lanza en el cuerpo de un pobre diablo, al momento, otro de los hombres de Preston clavó una pica en el pobre “Terciopelo” tumbando a Don Alonso en trágica caída, de entre los restos del convaleciente equino, se levantó el viejo con espada en ambas manos a lanzar sablazos.

—¡Lo quiero vivo! —Ordenó el Capitán viéndolo con gran admiración. Uno de los piratas, un holandés de casi 2 metros, se abalanzó sobre Don Alonso que, en hábil movimiento, esquivó cortando su cabeza de un tajo, ya 5 piratas habían perecido ante el ya agotado Don Alonso. Con cierto pesar, el Capitán Preston tomó un arcabuz cargado, le apuntó y disparó, matando en el acto a aquel valiente español de nacimiento, caraqueño por devoción. Preston se acercó al cadáver de Don Alonso, se agachó y le cerró los ojos.

—¡Stevenson, limpiad el cuerpo de este hombre, un hombre tan gallardo como el que aquí yace merece unos funerales dignos, buscad al cura para darle cristiana sepultura según sus tradiciones! —Ordenó el Capitán Preston, quién reconoció la valentía de aquel bizarro español.

La bella Sevilla se había convertido en el centro de comercio con las indias, su opulencia era de notar, al igual que miles de españoles que iban a la ciudad en busca de un pasaje a las indias, a buscar el preciado oro, a buscar una nueva vida lejos de la corrompida Europa. Cientos de marinos llegaban con cuentos y aventuras, las cuales se hacían centro de atención en los bares a la sazón de las bulerías venidas desde Jerez de la Frontera. En un bar ubicado a dos calles de la imponente Torre del Oro, se escuchaban historias de las indias. Un hombre hidalgo se encontraba tomando vino mientras admiraba la monumental torre, venido desde Madrid, se encontraba interesado en las indias y en todas sus leyendas. A lo lejos escuchaba los relatos, entre ellos, uno llamó poderosamente su atención.

—¡Joder que ese hombre luchó contra más de 500 piratas, él solo! —Dijo un navegante vasco mientras tomaba de un tarro de vino.

—¡Pero mi niño, yo he escuchado que eran 100 nada más! —Replicó una mujer obesa que atendía en la barra, con un marcado acento andaluz.

—¡La cantidad que sea, el caso fue que un tal Don Alonso de Ledesma se ha enfrentao solo a unos piratas ingleses, murió en el acto, pero ha demostrao una hidalguía sin precedentes, tanto así, que los mismos piratas le habéis rendio honores fúnebres, era un hombre alto, delgado, ya vejete con barbas cortadas y canosas! —Respondió otro marino andaluz. La mujer sorprendida, terminó de servir un tarro de vino y se dirigió a llevarlo donde se encontraba aquel hombre hidalgo que escuchaba la conversación con mucho interés.

—¡Aquí tenéis mi niño! —Dijo la mujer, aquel hombre sonrió.

—¡Disculpad usted mi señora! —Dijo el hombre—, aquella interesante historia de la que habláis, ¿es cierta? —Preguntó.

—Muy cierta Don…. —Respondió la mujer esperando que aquel hombre respondiera con su nombre.

—¡Don Miguel mi señora, Don Miguel de Cervantes! —Respondió. Al momento, como por advertencia epifanía de una musa que inspira, Don Miguel sacó unas monedas sin contarlas, sonrió con especial alegría, tomó un largo sorbo del tarro de vino.

—¡Quedaos con el cambio bella dama! —Dijo mientras se levantaba. La mujer quedó sorprendida con las monedas, pues, Don Miguel había pagado casi 10 veces lo que había consumido. Ya por las solitarias calles de Sevilla, Don Miguel solo repetía tres palabras con especial alegría.

—¡Don Alonso Quijano, Don Alonso Quijano, Don Alonso Quijano…! —Corría el año de 1595.


(Los datos suministrados son reales)

Sobre el origen de Alonso Quijano (Don Quijote), todo lo escrito aquí obedece a una leyenda en torno al origen de Don Quijote de la Mancha.

Serie Héroes Muertos

El último quijote de Santiago de León

Juan Carlos Díaz Quilen

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Excelente como siempre, un abrazo Juan

Gracias a ti hermano

Thanks my friend!!!