Sueño inalcanzable (relato de ciencia ficción) XI

in #spanish7 years ago

Hoy les traigo la onceaba y penúltima parte de Sueño inalcanzable. Como siempre, dejo el índice de los anteriores relatos, por la relación que guardan con este, el cual será el último del conjunto. Pretende ser una historia de ciencia ficción sobre un mundo en decadencia donde lo impensable puede pasar. Nuestro protagonista, poseedor del don de la telequinesis, desea escapar de ese mundo junto con su familia, y para ello lleva a cabo un plan muy arriesgado.

Índice de anteriores relatos

La coraza indestructible:

Parte I, parte II.

Laia y el lago de la vida:

Parte I, parte II.

Hacia el horizonte:

Parte I, parte II, parte III, parte IV, parte V, parte VI, parte VII.

Partes anteriores de este relato

Sueño inalcanzable I - Sueño inalcanzable II - Sueño inalcanzabe III

Sueño inalcanzable IV - Sueño inalcanzable V - Sueño inalcanzable VI

Sueño inalcanzable VII - Sueño inalcanzable VIII - Sueño inalcanzable IX

Sueño inalcanzable X

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Parte XI


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El silencio se impuso. Mis pensamientos eran vagos, el mundo daba vueltas. No sentía nada, no sabía si estaba boca arriba o boca abajo. Era incapaz de abrir los ojos. Traté de mover mis dedos; noté que la superficie sobre la que reposaba estaba en contacto con la palma de mi mano. Entonces mi sentido del tacto volvió; mi pecho, mis rodillas y mi mejilla sintieron el frío metal. Aunque también había algo caliente en mi frente y mi muñeca derecha… Lo primero se debía al golpe del aparato extraño, pero lo segundo tenía que ser aceite, pues era muy abundante.


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Por fin, abrí los ojos. La perspectiva del mundo exterior no era muy buena. El parabrisas de la nave ya no estaba. El desierto, tan solitario como siempre, se encontraba bañado por la luz del planeta vecino; no había rastro de la cosa gigante que nos atacó, o al menos eso me decía el hecho de que no hubiese sombra. Cerca de mí, vi un bulto que en principio no juzgué importante. En cuanto empezó a moverse, supe lo grave de mi error.

Las fuerzas volvieron a mí. Hice el mayor esfuerzo por levantarme, pero no pude, no del todo. Aún tenía la capacidad de arrastrarme usando el brazo izquierdo, ya que el otro no quería responder. También usé las rodillas. Deseaba (y a la vez no) averiguar quién era esa persona. Posiblemente lograría salvarla. El movimiento hizo que me mareara; sin embargo, no me detuve, no me lo perdonaría si lo hacía. Amelio merecía ser ayudado.

Sí, se trataba de él. Cuando lo alcancé, cuando vi su rostro, todavía lleno de vida, sentí alegría. Y al instante, esa luz de esperanza se esfumó, luego de verificar lo que le ocurría. ¿Por qué se sujetaba el cuello con tanto afán? ¿Por qué toda su camisa estaba teñida de rojo y de entre sus dedos surgía ese líquido del mismo color? Se desangraba, no podía detener el flujo él solo. Y de hecho, yo también estaba en una situación similar, cosa que comprobé al forzar mi mano derecha a aproximarse al chico. Había muchos cortes en mi antebrazo, pero uno bastante irregular que estaba cerca de mi mano lanzaba sangre abundante. Ambos sufriríamos el mismo final. ¿Dónde había ido a parar Fernán?


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Algo explotó, tal vez un motor, luego una cosa pesada cayó sobre mí. La oscuridad fue abrumadora, nunca había visto tantas formas sin sentido, tantas imágenes extrañas. Y se suponía que eso era encontrarse en la nada, donde no hay luz ni orientación. ¿Cómo era que visualizaba algo siquiera? Miles de figuras escarchadas, espinosas, se transformaban en esferas lisas, nubes moradas, muros arenosos, entre otras extrañezas de la realidad informe. Más allá, entre calles, edificios y casas deshabitadas, caminé con seguridad, confiado, pretendiendo que había encontrado una razón para aferrarme, una razón para creer que podía hacer grandes hazañas. Era por esa muchacha que se hacía llamar Zara, que caminaba junto a mí. Me dijo que sintió mi presencia mucho antes de verme. No entendía del todo, pero la comprendía a ella.

La mayoría de sus cabellos estaban escondidos bajo esa gorra; sólo un par de mechones le caían sobre la frente, casi tapándole un ojo. Usaba una chaqueta negra, pantalones de mezclilla y unas botas de cuero; un morral colgaba de su hombro. En ese momento tenía sus manos en los bolsillos de la chaqueta. Yo no podía dejar de mirarla, con su caminar fingido que no lograba disimular su feminidad. No entendía cómo había logrado pasar desapercibida. Quizá era por esa cosa de sentir a los demás que a cada momento mencionaba.

—¿Qué sucede? —me preguntó.

—Nada —dije mientras volteaba con rapidez mi mirada al frente.

—Pues pienso que ese “nada” es “algo”.

—Bueno…, es sólo que me parece fantástico haberte conocido.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Por lo que haces. En toda mi vida siempre he creído que soy el único que ve cosas raras. Y cuando tú dices que me sentiste, empiezo a entender que en realidad sí estoy cuerdo.

—Ah, claro, eso. Bueno, no todo el tiempo puedo sentir a alguien —Zara se sacó las manos de los bolsillos. Me echó una mirada inquisitiva—. Pero no me has dicho qué es lo que ves.

—Es que me resulta un poco…

—¿Vergonzoso?

—Algo así. Lo que pasa es que no es muy normal.

—Suéltalo. Prometo que no me pondré desagradable.

Titubeé, pero tras reflexionarlo, decidí que era mejor confiar en su palabra, debido al caso especial que se me presentaba. Nadie le habría hallado sentido, pero para mí estaba muy claro.

—Está bien. Pues, a veces, cuando miro a alguien, veo una especie de brillo, como un aura. —Mientras hablaba, movía mis manos de forma muy expresiva—. Y este brillo es multicolor, como el arcoíris.

—Iridiscente.


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—¿Eh?

—Iridiscente. La palabra adecuada para lo que describes es iridiscente. Algo que emite un brillo de varios colores.

—Sí, exacto. Pero no sucede muy a menudo; son pocas las personas que he visto con eso a su alrededor. Creo que tal vez depende de qué tipo de individuos sean.

—Entonces dices que, una que otra vez, alguna persona se te aparece brillando, como si se le saliera el alma. ¿Es eso lo que tratas de explicarme?

—No… No, no, no. Es como un aura, un simple brillo extraño, nada más. No sé lo que sea. Y nadie más que yo lo ve.

—Eso es interesante. ¿Has pensado en por qué ocurre, de dónde viene?

—No, la verdad ya me acostumbré. Y no quiero saberlo.

—¿Por qué no quieres saberlo? Podría ser una señal de una presencia divina.

—No creo en esas cosas. Aún si quisiera saberlo, dudo que logre hallar una respuesta en ningún lado. A estas alturas, no hay nadie a quien pueda acudir para preguntar por algo tan raro.

—Pues quizá te equivoques, tal vez alguien sepa sobre lo que ves. Ambos tenemos una extraña capacidad y, según mi experiencia, es posible que no seamos los únicos ¿Ves un brillo en mí? —Aquella última pregunta fue repentina, me tomó de sorpresa.

—Uhm, no. Aunque sería genial que también lo tuvieras.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Es que… eres… —Me sonrojé.

—¿Qué?

—Interesante.

—¿En serio? Creo que soy normal. El interesante eres tú. De veras.

—¿Por qué lo dices?

Zara sonrió. Por un momento pensé que iba a decirme algo que podría incomodarme, que había podido adivinar alguna cosa oculta en mí. Pero me equivoqué.

—¿Cómo es que te avergüenza decir que ves cosas raras pero te enorgulleces de mover objetos con la mente? —dijo.

—Es obvio, ¿no? Puedo ofrecer pruebas de mi telequinesis, además que es un poder genial. Pero ver cosas es propio de un esquizofrénico. Temo que la gente me tome por loco.

Oh, sí, le había contado acerca de mi telequinesis, aun habiendo prometido a mi hermano que lo guardaría en secreto. Quizá fue la única vez que me atreví, porque no recordaba otro momento en que hablara de ello con un desconocido.

—Yo creo que son cosas que están ligadas —dijo ella.

—¿Ligadas? ¿Cómo?

—Si hubiera una escala de habilidades posibles, como la escala cromática, por ejemplo, tú y yo estaríamos ubicados en lugares distintos, pero en tu caso quizá estarías a medio paso de alcanzar otro. Esas visiones deben ser un indicio de otra habilidad con la que podrías haber nacido.

—Vaya, no lo pensé así… —Me interrumpí. Nuestras miradas se encontraron un momento; sería la última vez que lo hicieran—. ¿Cómo se te ocurrió?

—Mmm…, confieso que he conocido otras personas con capacidades anormales. Tanto contacto con ese tipo de gente me ha hecho llegar a conclusiones interesantes.

—¿Puedes contarme más al respecto?

—Mejor olvidemos las cosas complicadas, ¿sí? Este viaje podría volverse muy aburrido.

No me parecía aburrido el tema, pero tampoco tan importante como para insistir. Nos pasamos al menos un minuto en silencio. Ella aprovechó para darle un mordisco a la zanahoria que tenía en su mano. Luego, se me acercó y me dio un golpe suave en el hombro. Con una sonrisa, dijo:

—¿Me presentarás a tus padres?

—Claro. Seguro les caerás bien.


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El mundo se volvió confuso otra vez. El dolor, la muerte, ambos vinieron luego de esas últimas palabras. Siempre me pregunté por qué ella me había sentido a mí pero no al montón de carroñeros. Eran preguntas sin respuestas; algunas desgracias llegaban sin avisar, y tampoco esperaban que entendieras. Pero si había algo que entendía era la importancia de aquel encuentro. Zara me había dado una idea para entender mejor mi naturaleza. El problema fue que luego suprimí ese recuerdo, por mi necesidad de evadir la realidad.

Pese a todo, allí estaba, había regresado, aquellos momentos volvían a mí, quizá a causa de la conmoción de los últimos acontecimientos. ¿No se suponía que una persona muerta no debía poder recordar? Estaba confundido. El cuerpo entero me palpitaba. Me hallaba postrado sobre una superficie acolchada, boca arriba; no escuchaba otra cosa que mi propia respiración. Tal vez esto era lo que llamaban el más allá, un lugar donde las almas descansaban de sus penas. Si eso existía, en verdad me sentiría muy aliviado, muy feliz, incluso aunque no fuera agradable.

—Vince, despierta —dijo alguien cerca de mí.

Continuará...

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buenísimo. gracias por compartirlo con Steemit

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Muy bueno . Gracias por compartir con nuestra comunidad.

Gracias por comentar =)

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