Inevitables intrusos se hacen presentes cuando en las nubes desfilo, ellos se cuelan desde los apartamentos aledaños a aquella azotea. Me observan con intriga, me gritan sin culpa ni pena, esperan a que me mueva, a que solamente sea el calor del sol lo que recubra a mi cuerpo.

Pero ese calor entra más en la pieles ajenas que me ansían desde los lejanos rincones, que en mi mente perdida en mis nociones del tiempo. Pensares tengo extraviados en aquel lugar donde me siento sobre la cima el mundo, casi desnuda, con la brisa vistiéndome, encontrando una razón para regodearme del porqué he elegido estar así, sensual y sencilla, en aquella cúspide.

El motivo es uno: decidí ser libre...

Sé que solo por algunos segundos, no me importará el eco de aquellas voces anhelantes, en cambio, me sentiré regia, hermosa, dueña del cielo y del horizonte, los cuales me observan y detallan más que quienes, a lo lejos, creen que me acechan con sus miradas incompletas, sin embargo, entiendo, al oír sus voces llenas de deseo, que me he convertido en una rosa inalcanzable para los confundidos intrusos.