Se detuvo frente a la cocina y se reprimió el llanto. Tomó el tarrito del agua para el café y lo puso sobre la hornilla. Las manos temblaban y parte del agua se derramó por sobre la estufa. Buscó un trapo y lo secó todo, sin embargo la humedad hizo que le costara encender el fuego. Cuando lo hizo, estuvo un rato allí sin darse cuenta que el fósforo se consumía y le quemó los dedos.

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Fue hasta la ventana y sintió que algo enorme le oprimía el pecho. Afuera todo estaba oscuro y la misma oscuridad se le metía adentro. Respiró profundo y alejó todos los malos pensamientos: tal vez si pensaba en cosas agradables, las cosas malas se irían con el tiempo. Escuchó que algo en la cocina sonaba y salió corriendo: el agua había hervido y había caído por el suelo. Sintió tristeza, cansancio y miedo.

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Se acostó y apagó la luz: mil cosas desfilaron por su cerebro. Cerró los ojos fuertemente y sobre esas cosas quiso poner un velo. El corazón le latió acelerado: si por lo menos tuviera sueño. Pero no. Todo estaba mal y no podía posponerlo. Mientras estuviera mal, lo malo no solo lo llevaría por dentro, lo malo y lo negativo estaría en todo su universo, porque más que un lugar para esconderse, el entorno funcionaba como un espejo.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS