Eran tres, pero luego se unieron los otros para no sentirse excluidos y flojos: eran ángeles que pedían descanso. Los más afectados y con más intereses que perder eran los ángeles de la guarda, según ellos. Esgrimían que trabajaban las 24 horas del día y que no tenían descanso:

_¡Dígame si nos toca cuidar personas traviesas que a cada hora ponen en riesgo la vida! -exclamaba uno de los ángeles casi gritando- !Es para volverse loco!

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Los otros ángeles, mirando como gallina que mira sal a los de la guarda, también hablaban de sus obligaciones:

_¡A veces tenemos que ver cómo pecan! Bebida, comida, sexo, mientras que nosotros tenemos que hacernos los fuertes y quedarnos con ellos. -expresaba un ángel a punto de largar el llanto.

_Sin mencionar que aunque nos piden señales y señales les damos, se hacen los ciegos y entonces el jefe cree que no hacemos bien el trabajo -aseguró otro con cara de ángel malo- Es por eso que necesitamos mejoras laborales, repitieron como consigna.

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Cuando San Pedro llegó, encontró la protesta prendida. Los ángeles pedían trabajar 5 días a la semana y vacaciones de 15 días una vez al año.

_Lo único que puedo hacer por ustedes es darles alas más grandes. Aquellos que trabajen más, obtendrán alas imponentes y lustrosas -dijo el anciano de las llaves que sabía cómo arreglar todos los asuntos. Entonces, como por obra de magia, todos los ángeles querían trabajar noche y día, sin descanso. Ante esto, San Pedro se retiró sonriendo: él sabía que algunos ángeles, de tanto vivir con humanos, cometían el pecado de la apariencia.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS