Quién iba a decir que Antonia, luego de 50 años en aquella casa que ya creía suya, tenía que desalojar aquella vivienda. Claro que sabía que los dueños eran otros, pero jamás estos habían reclamado nada ni habían pedido desalojo. Así que había vivido tranquila, sin enojos y sin sustos, creyéndose dueña de aquellas paredes y aquel espacio que le habían servido de hogar.

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Sus padres le habían servido a los dueños y estos, en retribución, le habían prestado una casa para que ellos vivieran con sus hijos. Aquella casa pequeña y humilde, había estado abandonada por mucho tiempo, pero fueron los padres de Antonia los que la limpiaron, la arreglaron y la pusieron bonita. Allí criaron a sus hijos y allí también murieron. Luego Antonia, quien había cuidado a sus padres ancianos, pudo quedarse allí,hasta ahora.

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Los nietos de los dueños habían vendido la casa y Antonia no sabía qué hacer con sus cosas. Jamás imaginó que pudiera salir de aquella casa viva, siempre creyó que moriría primero. Sus plantas, sus flores, sus animales, todo lo que había acumulado como suyo, ahora quedaba en el aire como ella. Hasta los animales tienen su guarida donde guarecerse, pero Antonia, ya anciana, como un árbol que le cortan sus raíces, siente que muere:

_¿Pero para dónde voy a ir? -pregunta Antonia perdida y mira su casita humilde. En el fondo, ella siente que la casita también llora con ella.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS