Aquel fantasma había estado viviendo allí desde la República, esa siempre había sido su casa. Sus familiares se habían ido de allí, por miedo a él, pero él se había quedado en aquellas paredes de concreto. Después de su familia vinieron otras, que como la de él salieron despavoridas de miedo. Aquello, más que ponerlo triste o angustiarlo, se convirtió en su pasatiempo: asustar a todos los habitantes para que salieran aterrorizados.

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El fantasma se escondía entre las cortinas y cuando se hacía la noche, salía a merodear por la casa y hacer ruidos. Generalmente la gente salía a ver quién hacía semejante ruidos en la oscuridad y era cuando él aprovechaba para salir:
_Juuuuuuuuuu -decía en forma de silbido y la gente abría los ojos espantada por la sorpresa y el susto. Entonces salían corriendo llorando y el fantasma reía al ver que tenía el poder de asustar.

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Pero desde que habían puesto frente a la casa aquel cartel que decía: "No pase: casa embrujada", nadie entraba, ni siquiera los indigentes que antes entraban en la vieja casona para resguardarse del frío. El fantasma, que antiguamente se tenía que esconder para no ser visto, ahora deambulaba por la casa sin nada que hacer, sin nadie a quién asustar. Sufría de soledad el fantasma, quien no soportaba aquella vida de encierro y oscuridad. Tal vez si hubiese permanecido escondido, ahorita la casa estuviera llena de gente, caminando de un lado a otro, sin saber que él se escondía entre las vaporosas cortinas.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS