Mientras iba en el metro, parada y soportando los gritos y empujones de la gente, se dio cuenta que sus zapatos se habían roto. Escondió su pie derecho y pidió al cielo que pudieran aguantar hasta llegar a la oficina. Allí tomaría unos chinches o grapas y los acomodaría provisionalmente. "Este sería el tercer arreglo", pensó Nathalia. "Pero aun no puedo darme el lujo de comprarme unos nuevos", en casa habían otras necesidades más importantes y le tocaba sacrificarse, pensó ella para su adentro.

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Al llegar a la oficina, se fue directamente a su escritorio. Arreglaba su zapato cuando vio llegar al jefe. Era un hombre mayor y delgado, con fama de enamorador, pero también de complaciente. Desde que Nathalia había entrado a trabajar a la oficina, él le había dejado claro que le gustaría tener un romance con ella:

_¡Te daré lo que quieras! Hasta un aumento, si es lo que prefieres -pero ella lo había rechazado mil veces.

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El jefe se acercó con una risa burlona:

_Si quieres, al salir del trabajo, vamos y compramos unos zapatos nuevos, Nathalia y luegos nos tomamos unas copas -dijo mirando a la chica de frente. Entonces Nathalia pensó en su nevera vacía, en la ropa descolorida de su madre, en sus zapatos viejos y rotos, en el aumento de sueldo. Sería fácil caer en aquellas redes y tener otra vida. Sin embargo, Nathalia no estaba dispuesta a sacrificarse hasta ese punto y tranquila y muy educadamente, le dijo a su jefe:

_Gracias, pero no. Lo necesidad jamás me quitará lo decente.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS