Érase una vez una joven de un pueblo lejano, estudio sus primeros años en su pueblo natal, muy inteligente pero también muy ingenua, terminando sus estudios y queriendo estudiar Medicina decide viajar a la Capital de su país, jamás había salido de su pueblo, no conocía realmente la vida agitada de estas grandes ciudades, sola y desorientada empieza su aventura de buscar residencia, conocer la ciudad, hacer nuevas amistades.

Recorrió los sitios cercanos a la Universidad, no quería estar tan lejos para poderse adaptar con facilidad a esta ciudad tan agitada.

Estando parada en una gran avenida, en medio de la multitud y frente a las luces del semáforo vio al otro extremo una imagen varonil, guapo y elegante, el cambio de luces permitió continuar con su marcha, se cruzaron miradas, su fragancia, de reojo pude ver una mirada, sintió una alegría interna, pero también de tristeza porque seguramente no lo volvería a ver.

Al iniciar las clases universitarias, recibió una gran sorpresa, de nuevo vio ese joven guapo y elegante, el mismo con el que cruzó miradas en la esquina del semáforo. Nuevamente una alegría invadió todo su ser. El inicio de clases se desarrollo favorable, las actividades, las exigencias de la carrera, la falta de tiempo, y todos los compromisos del caso, no daba tiempo de compartir más allá que unas clases presenciales. Sin embargo, un día este joven guapo se acercó y tuvieron una charla muy amena, intercambiando opiniones de la materia, hablando del lugar de procedencia, la familia, los gustos, allí comenzó una linda amistad y todos los días este joven guapo se sentaba junto a ella.

Los años transcurrieron, ya avanzada la carrera Universitaria y a punto de graduarse con honores, al igual que este joven, decidieron consolidar esa linda amistad de años en algo más profundo. Recordar que un cruce de miradas en un semáforo, era el inicio de una vida plena con este joven apuesto, perfumado, amable y muy cariñoso. Dando gracias a Dios por cruzarse con el Amor de su vida.