Capítulo de Guerra - El Cabo Evans

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  Si se movía estaría muerto. Si no se movía estaría muerto. 

  El cabo Evans estaba es una situación cuya única salida parecía perecer. Desde niño, su mente ignorante le decía constantemente que fuera en busca de una aventura. Busca algo emocionante, haz algo que haga valer realmente tu vida. Consigue reconocimiento como un héroe. Por ello, cuando la guerra estalló y empezaron a reclutar jóvenes para unirse al ejército, mientras sus amigos y compañeros enloquecían por tener que alistarse contra su voluntad, él lo hizo con todo gusto. Finalmente vio la oportunidad de involucrarse en algo importante.  

  Desde hacía varios minutos que el cuerpo de su amigo estaba tirado al lado de él, con un costado hecho trizas a causa de una granada. El dolor de la herida fue tanto que optó por acabar su vida de forma rápida con una bala en la cabeza. Ahora, el cuerpo sin vida lo miraba con ojos vidriosos. Sin poder moverse, Evans estaba obligado a enfrentar esa mirada. 

  Sentía el sabor de la arena en su boca. El grueso uniforme lo asfixiaba a causa del incesante calor de medio día. Se encontraba boca abajo, abrazando su arma, rezando porque otra granada no cayera adentro.  

  Afuera de la trinchera en donde estaba, el escenario era una orquesta de matanza y destrucción.  

  Lo único que se podía escuchar era el sonido repetitivo de las ametralladoras y, el silbido de los morteros en descenso, antes de estrellarse en el suelo y explotar, dejando cráteres humeantes en la arena. El grito de los soldados se perdía entre la violenta embestida del fuego cruzado.  

  Las opciones para el cabo Evans y sus compañeros eran escasas, uno a uno estos iban cayendo, como le ocurrió a su mejor amigo. Aquellos que aún seguían a duras penas con vida rezaban por salir de ahí, otros se dejaban llevar por el miedo y comenzaron a llorar, los que tenían el atrevimiento de retroceder para intentar escapar y desesperadamente salvar su vida era fulminados por las balas antes de alcanzar las diez yardas.  

  Después de todo, estos eran sólo jóvenes soldados, su capitán había sido el primero en caer. Estaban solos. 

  El punto de extracción se convirtió en un matadero, y ellos eran el ganado. Una vez llegaran a la playa, la cual era un campamento abandonado, debían esperar a los botes que los sacarían de esa isla maldita. La misión de cuatro noches se extendió a casi once, esto los obligó a racionar la comida. Estaban debilitados e insolados y habían pasado varios días bajo un constante estrés mientras evitaban al enemigo. Al entrar a la playa no sólo los botes no había llegado, sino que las tropas enemigas los estaban esperando.  

  Del escuadrón de veinte hombres al menos la mitad yacían muertos sobre la arena. 

  Evans lo sabía, iba a morir, y esa idea lo aterrorizaba. Una y otra vez se decía lo estúpido e infantil que había sido al pensar que alistarse para la guerra sería toda una aventura. La realidad había sido otra. La guerra era horrible, fue obligado a hacer cosas que quebrantaban sus principios, eso le dejaba un sabor a vinagre en la boca y una mente sumergida en el remordimiento.  

  Enfrentaba además la culpa, había sido él quien convenció a sus amigos de ofrecerse como voluntarios para la misión, ahora uno estaba muerto, y los demás le seguirían. Lágrimas salieron de sus ojos, sus sollozos quedaron opacados en la cacofonía del fuego de las armas. 

  Una ráfaga de balas impactó en la arena cerca de él, un segundo después el cuerpo de un soldado enemigo cayó sobre él. Desesperadamente se lo quitó de encima, estaba muerto. Esto sólo incrementó su desesperación, se hizo un ovillo y ahí se quedó, esperando la muerte. 

  Varios pensamientos comenzaron a venir a él. Recordó a su madre haciendo su comida favorita cuando tenía ocho años, y aquella vez en la que su padre la enseñó a nadar. En medio de todo ese caos sintió nostalgia. Fue un sentimiento que lo golpeó como una ola de agua fría.  

  Ya no pensó en lo que fue, sino en lo que podía ser. Quería comer comida hecha por su madre, quería nadar con su padre en el lago que estaba a unos kilómetros de casa. Deseaba regresar al bar y tener una noche de pool con sus amigos.  

  ¿Por qué pensaba en todo esto si iba a morir? 

  Se dio cuenta de la razón. Le era muy fácil aceptar la muerte, pero muy dentro de él, se rehusaba a morir. Los pensamientos eran prueba de ello, desde siempre había tenido las cosas que le daban valor a su vida, y como un estúpido él sólo había pensado en el reconocimiento.  

  Ahora sólo debía salir de esa playa con vida.  

  Abrió sus ojos. Secó las lágrimas y respiró profundo. Sacó una granada de su bolso, le quitó el seguro y la lanzó ciegamente hacia las tropas enemigas. Escuchó a estas gritar que se pusieran a cubierto. Se asomó y vio a los soldados enemigos agrupados en un perímetro que armaron en la entrada hacia la selva. Sus compañeros estaban a duras penas cubriéndose con unos troncos podridos a pocos metros de la orilla de la playa. Él se encontraba en el medio de todo.  

  Desde su posición lo mejor que podía hacer era distraer la atención del enemigo para que sus compañeros atacaran. Pero debía matar al soldado a cargo del mortero primero. Este estaba a unos treinta metros. Se volvió a cubrir, preparó otra granada… y la lanzó. 

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  Cayó cerca del mortero, el operador se cubrió, Evans se levantó y apuntó con el rifle, algunas balas pasaban silbando por sus oídos. Todo a su alrededor dejó de importar, estaba determinado a no fallar este tiro. Disparó y erró, recargó rápidamente y apuntó más a la derecha, la bala impactó justo en el pecho del soldado.  

  Con el mortero deshabilitado por el momento, Evans distrajo la atención de los soldados enemigos disparando hacia ellos, estos respondían con fuego de ametralladoras, el cabo se cubría pero no dejaba de disparar. Esto le dio tiempo a sus compañeros de reaccionar y armar la torreta portátil. Para cuando el enemigo se olvidó de Evans ya era muy tarde, la torreta ya armada descargó su cólera sobre ellos. Las balas de alto calibre impactaban y destrozaban a su paso. No tuvieron más opción que resguardarse en la selva. 

  El cabo vio la oportunidad y salió de su agujero, corrió para reunirse con sus amigos mientras estos lo cubrían, manteniendo a las tropas enemigas dentro de la selva. En el instante que corrió a hacia sus compañeros tuvo vista al mar, a los lejos observó cómo los barcos que veían a recogerlos se acercaban. Hubiera llorado de felicidad de no ser por que corría por su vida. 

  Ya en los botes, en el trayecto que estos se dirigían a los barcos, se podía notar la felicidad en los soldados. Sin duda se habían dado por muertos. Evans no dejaba de pensar en su mejor amigo, pero tampoco podía evitar pensar en el hecho de que sus ganas de vivir fue todo lo que necesitó para arriesgar su propia vida sólo por la recompensa de volver a casa.  

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  Estaba recostado en una caja de suministros, observó su costado derecho, estaba todo manchado de sangre por la bala que le había dado cuando disparó al mortero. 

  Simplemente sonrió y cerró los ojos.