Libres los de arriba, perseguidos los de abajo

Hace unos días se ha desatado un escándalo que deja al descubierto una de las caras más crudas de la injusticia global: Juan Orlando Hernández, expresidente de Honduras, y condenado por narcotráfico, fue indultado por nada más y nada menos que Donald J. Trump.

Juan Hernández había sido sentenciado en el año 2024 a 45 años de cárcel por su participación en un caso que intentó inundar Estados Unidos con cientos de toneladas de cocaína... para ser un poco más exactos, 500 toneladas.

Pero ahora, de pronto, su libertad le regresa, mientras muchos migrantes, huyendo de pobreza, violencia o persecución de sus países de origen, siguen siendo señalados como criminales, encarcelados, marginados y deportados.

Para quienes buscan refugio lejos de la injusticia, este indulto es un mensaje brutal: la impunidad no es la excepción... parece ser la regla. Esto vaticina que el poder, el dinero o las alianzas, pueden más que cualquier sentencia. Y que quienes no tienen conexiones, ni influencia, quedan condenados al desprecio, al rechazo social y al éxodo sin garantías.

He conocido de cerca historias de hijos de migrantes que sueñan con empezar de nuevo, con trabajar honradamente, con levantar una vida lejos del miedo, e incluso, esto es parte de mi propia historia.

Muchos cargan con culpas ajenas, con etiquetas que no merecen, con odios heredados. Y este tipo de noticias, indultos a señores de inmenso poder, mientras migrantes son criminalizados por cruzar una frontera, les recuerda que la justicia no es universal: depende de quién eres, de dónde vienes, de qué puedas ofrecer o callar. El racismo y la tiranía, parecen ir de la mano, cuando el color de piel no es el blanco y el cabello rubio.

Reclamar dignidad, refugio, asilo, es visto como un acto de debilidad o de amenaza. Pero indultar a un expresidente acusado de narcotráfico… eso, parece ser un acto de privilegio.

Este cuadro revela una verdad incómoda: no basta con vivir siendo bueno, honesto o trabajador. Si no tienes un apellido poderoso o aliados institucionales, puedes caer en la trampa del miedo, del desprecio, del abandono. Y eso explica por qué tantos migrantes temen hablar sobre lo que vivieron, sobre lo que huyeron. Porque saben que no vivirán indultados, sino perseguidos.

Obviamente, hay algunos con malas mañas que quieren hacer lo mismo que hacían en sus países, pero son realmente una minoría que no están buscando como se debe.

Si en verdad queremos justicia, debemos dejar de ver la migración como un problema, y empezar a ver la corrupción y la impunidad como lo que son: un cáncer global. Y esto, mirar la raíz, no debería ser acto de valentía de unos pocos, sino ser obligación de todos.

Tengo algunas publicaciones que quizás puedan ser de su interés, y que, a continuación, compartiré alguna de ellas:

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