¡Tú dormidín, yo tranquilina!. Cómo ser mujer y no morir en el intento V
Parte II: La primera contradicción
Parte III: Si no tienes tiempo…¡Que te den!
Parte IV: ¡Soy una mala madre!
*Pues… ¡mira nena!..... de ahora en adelante, vas a ser ¡mala madre! y profesora.
¡A los niños no hay que traumatizarlos!.
Esa era la frase que se me quedó grabada -¡a fuego!-, cuando estudiaba Psicología en la Facultad.
Yo quería ser buena madre, pero parecía que esa imagen era bastante difícil de alcanzar, a tenor de lo que sucedió un día en el que mala madre, sī que parece que empezaba a ser.
Las buenas madres se divierten con sus hijos cuando juegan, yo no.
Tampoco les molesta que sus hijos remoloneen a la hora de irse a dormir, a mí, me ponía de los nervios.Pero claro, no iba a darle una azotaina, no, pues, si lo hiciese, sería una mala madre.
Las buenas madres -dicen- tienen más paciencia que el Santo Job. Así es que, para no ser mala madre,el primer reto fue no poner la mano encima de mi hijo, por muy mal que se portaste, no siendo que se traumatizase y se transformase en un pequeño demonio.
Yo me decía: tienes que razonar, hablar con él y convencerle de que tiene que irse a dormir a su hora; cuéntale un cuento o inventate una historia. Pero... ¡no tenía tiempo de contarle ni un cuento más!, a las 10 de la noche, después de haberte contado toda la biblioteca que ya le había comprado su padre.
Después de varios días ejerciendo de “cuentacuentos” y viendo que esta estrategia no me había dado resultado, decidí llevarlo, sin más, a su cuna y cerrar la puerta. Así, sin transición, ¡porque lo digo yo! ¡A ver, si este niño, con dos años y medio, me va a tomar el pelo!.
Yo cerraba la puerta y me iba a la mesa del salón a prepararme mis clases. En cuanto se cerraba la puerta, se bajaba de la cuna “ipso facto”. Nadie le enseñó, yo no, desde luego, era lo último que me interesaba. Pero lo aprendió.
No pasaban dos minutos, cuando oía unos pequeños pasos: pin, pon, pin, pon. Y allí estaba mi pequeño demonio llamándome: mamááá, mamááá, ame a ba, ame pan, ame choco. Cualquier cosa le venía bien.
Sabía que me estaba tomando el pelo y yo, con toda mi paciencia, lo volvía a meter en la cuna y él se salía de la cuna. Una y otra vez. Así durante un mes. Lo recuerdo como si fuese hoy.
El último día que lo llevé a la cuna, fue un día muy complicado: tenía que revisar unos datos de una investigación, redactar un artículo y entregarlo al día siguiente, pues se acababa el plazo de entrega para una publicación, que estábamos preparando unos compañeros y yo.
Les había pedido el favor de venir a casa, pues no tenía con quién dejar al niño.
Mientras estaban en casa, parecía una lunática: vete a llevar al niño a la cuna , siéntate, concéntrate, especifica lo que quieres incluir en el artículo, busca un libro -que te faltó poner una referencia-. Vuelve a levantarte, pues...empiezas a oír el picaporte de la puerta y un ruidito suave: pin, pon, pin, pon, ¡los pasitos de mi hijo acercándose!. Llévalo a la cuna, dile que no se levante: ¡por favor! ¡tu mami tiene que trabajar!. Vuelve con tus compas, pregunta dudas y pórtate como una profesional que puede con todo.
Sobretodo, no des el espectáculo. Pero sabes que lo estás dando. Piensas: ¡no tendrían que haber venido!. Pero ya está hecho, están aquí y hay que acabar.
¡Qué paciencia tienes! -me dicen varios-. Y un compañero afirma: ¡yo ya le habría dado unos azotes!.
Así durante tres horas, desde las veintiuna a las veinticuatro horas pm. Todos agotados, yo, muerta de cansancio y mi pequeño demonio, con ganas de juerga. En cuanto se cerró la puerta y despedí a mis compañeros, la que me convertí en demonio fui yo.
Al fondo del pasillo estaba mi hijo, de pie, esperando mi regreso, levantando los brazos para que lo tomase.
¡Vaya si lo cogí!, en un ¡plis plas! y en dos pasos estaba al lado de la cuna, levantando a mi hijo por encima de mi cabeza y dejándolo caer de pies, sobre la cama. El susto que se llevó lo dejó mudo. La voz sonora de su madre resonó en la habitación: ¡a dormir!.
No lloró -seguro que sí lo hizo, pero yo no lo recuerdo, al menos-. He debido de borrar de mi mente su llanto, para no sentirme culpable.
Nunca más volvió a levantarse de la cuna después del “ puenting” que le hizo su madre. Pero fue peor el remedio que la enfermedad: el sentimiento de mala madre y bruja piruja me invadió por completo.
Iba de mal a peor. No podía ser, tenía que hacer algo. Yo me preguntaba: ¿cómo lo hacen esas madres que veo en los parques? y que veo ¡tan contentas, tan relajadas, tan pacientes!.Será que yo no sirvo para ser madre...
Cuanto más pensaba en lo que había hecho, peor me sentía. Pero mi hijo, ¡tan contento!. Cuando llegaba la hora de acostarse y le daba la mano para ir a su cuna, me miraba con una expresión de susto que me despertaba toda la ternura del mundo y lo abrazaba, lo achuchaba y le contaba un cuento. Después de acabar, me decía: ¡mamá, ahora, a mimí!. Y yo contestaba, sí, mi niño, ¡tu dormidín, yo tranquilina!
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Realmente las madres no venimos con paciencia, eso se va trabajando y a veces a ellos hay que ponerles mano dura sin maltratarlos.
P.D: mi ultimo post https://steemit.com/spanish/@erilej/especial-para-ti-dia-de-las-madres-concurso-votovzla
Gracias por tu voto, ¡Menos mal que no soy la única!, Y qué os habéis visto identificadas
Compi, otro más! no se pudo haber terminado! Otro más!! Sigueme contando de ti.