BUSCANDO EL AMOR...DONDE NO DEBIÓ
En un pueblito apartado, muy lejano, en el sur de Italia, existía la costumbre de que si un hombre enviudaba ninguna mujer aceptaba casarse con él, porque se consideraba de mala suerte. Por ese motivo, los viudos emigraban del pueblo a buscar esposa y formar nueva familia lejos de allí.
Este fue el caso de Domenico, quien se encontró un día con la terrible sorpresa de que su esposa muriera y quedándose solo porque no tenían hijos. A los pocos meses decidió partir a buscar una compañera en otro lugar. Recordó haber oído que al pasar el río había otro poblado donde abundaban mujeres jóvenes y bellas y se dirigió hacia allá.
Llegó al pueblo, buscó alojamiento y con facilidad consiguió trabajo porque era hombre laborioso, fuerte, y responsable, cualidades que todo patrono buscaba encontrar en un empleado. Al correr de los días, trabajando con su joven patrón se asombraba de ver que no habían ancianos en este pueblo, todos eran muy jóvenes. Cuando él preguntaba por las personas adultas, sonreían y no le contestaban. Lo más curioso es que tampoco existía cementerio en este lugar.
Un buen día conoció una hermosa joven de la que se enamoró y, suerte para él, también fue correspondido. Así que visitó a la familia de ella que consistía solo en unos hermanos más jóvenes ya que no tenían padres ni abuelos. Todos felices por el compromiso de su hermana con un hombre trabajador y de buena reputación como lo era Doménico.
Pasó un tiempo, tuvieron un niño y teniendo este entre 5 y 6 años murió la segunda esposa de Doménico de una fiebre repentina. Domenico quedó horrorizado al ver que en lugar de un entierro la familia preparó un banquete para compartir los restos de la antes rozagante joven con los vecinos que venía cada uno con su plato en la mano. Asì descubriò Domenico el por què no había ni cementerio ni ancianos en el pueblo.
Domenico, espantado, tomó a su hijo y huyó de aquel lugar al cual ahora veía como tenebroso y espantoso. Para cruzar el río colocó tiernamente al niño sobre sus hombros y se lanzó en el agua para llegar al otro lado.
De pronto sintió que el niño comenzaba a lamerle el cuello. Él preguntó:
- ¿Qué haces, hijo?
A lo que contestó el niño:
- Papá, eres gordito, yo creo que ya es hora de poderte comer.
Domenico horrorizado exclamó:
- ¡Esto ya no es una costumbre, es que lo tienes en la sangre! ¡Ándate a comer peces!
Y lanzando al chiquillo al río huyó como alma que lleva el diablo y más nunca regresó.
Asì que, queridos lectores, si en alguna oportunidad visitan un lugar sin ancianos y sin cementerio les recomiendo que huyan a tiempo.