Augusto había llegado al final del largo y oscuro pasillo y frente a él una puerta le impedía continuar avanzando. Unos pasos le anunciaban que alguien lo estaba siguiendo. Sintiendo como el miedo se arremolinaba en su pecho forcejeó hasta abrir la puerta y lo que descubrió detrás lo dejó sin aliento.

Rebeca pasó las páginas buscando la continuación de aquel párrafo, pero el libro estaba en blanco. Esto tiene que ser un error, se dijo; pero al llegar al final del libro entendió que este no tendría más que decir y jamás sabría qué había pasado con Augusto.

Vencida y cansada se durmió profundamente no sin dejar de darle vueltas en su cabeza al asunto del libro. Pronto se vio envuelta en un extraño sueño.

Rebeca encarnaba la vida de Augusto y tal como él en aquel pasillo era perseguida por una misteriosa figura, asustada por ser encontrada corrió hasta llegar a la puerta y se detuvo antes de revelar la verdad que tanto deseaba conocer. Los pasos se escuchaban cada vez más cerca y Rebeca asustada abrió la puerta.

Tal como Augusto, lo que vio le dejó perpleja. Su cuerpo se tensó y por más que intentó no pudo moverse. Ante sus ojos se hallaba una mujer, la cual era idéntica a ella y su mirada reflejaba profundo miedo. Rebeca la observó detalladamente, todo su cuerpo estaba repleto de heridas y moretones que revelaban que había sido torturada por largo tiempo, y como si fuera bastante obvio su reflejo le anunció: No dejes que te encuentre pues de aquí nunca saldrás. Una vez que cruces la puerta y sacies tu sed ya no podrás escapar de la verdad.

La imagen de aquella mujer era tan aterradora y atroz que Rebeca no pudo soportarlo y en un impulso cerró sus ojos intentando escapar de aquella pesadilla. Al abrirlos despertó en su cama muy angustiada, su cuerpo estaba bañado en sudor y le faltaba el aire haciéndole muy difícil la tarea de respirar; junto a ella el libro le invitaba a descifrar la verdad de toda esa confusión. En él sólo había una frase: