Rubén tenía varias noches enfrascado en aquella lectura, sus ojos lucían perdidos, así como sus pensamientos se extraviaban por diferentes caminos. Sentía escalofríos cuando la navaja cortaba el aire de la noche y la sangre saltaba. Solo quedaba una voz ahogada que no tenía tiempo para gritar.

¿Quién era aquel ser que libraba de la vida a aquellos vagabundos? El alguacil visitó su casa varias veces para preguntar, buscaba respuestas y las sospechas conducían los hechos hacia su casa, él, solo daba respuestas vagas.

Sol Gracia, su esposa lo observaba, no entendía porque aquella lectura le trastornaba, hasta parecía olvidarse que ella vivía allí con él. Recordaba claramente el día que fue a la ciudad y él, lo vio en una venta al aire libre, le hizo gastar parte del pasaje de regreso.

—Aquí tienes el café, —le dijo, el apenas le hizo un gesto con la mano mientras su mirada se perdía de nuevo entre las páginas del libro. —El alguacil volvió, me preguntó si habías salido anoche, le dije que no.

Sol Gracia no espero ninguna respuesta y regreso a sus quehaceres. Rubén miró cuando el alguacil entró en su vehículo y se perdió calle abajo. El continuo con la lectura. Cuando la noche llegó, tomó su sombrero y su chaqueta, la noche iba a ser fría, pero él, la esperaba con cierta ansiedad, ella era su cómplice más fiel, pues sabía ocultar muy bien su paso por aquellas calles solitarias y calmaba esas voces que bullían en su cabeza.

Rubén tomaba sorbos rápidos de café y continuaba. Escondió la navaja entre sus manos, sabía que a esa hora nadie miraba, se acomodó la bufanda para esconder un poco más su rostro. Ahora era una sombra que se iba alargando perseguido por la luz amarillenta de los faroles, fue directo al callejón donde dormían aquellos vagabundos luego de rodar todo el día. Después, la sombra salió y se perdió en las penumbras, el viento solitario apenas movía los faroles.

Rubén sentía que los ojos le fallaban, se levantó y cerró la ventana para cortar el viento el frío de la madrugada, al otro lado, Sol Gracia dormía plácidamente en su habitación.
En la mañana el alguacil volvió temprano, Sol Gracia regaba algunas plantas y limpiaba la mala hierba.

—Buenos días señora Sol, dígame, ¿está su marido?
—Debe estar durmiendo.
—Dígame, ¿Rubén salió anoche de su casa?
—¡No! estuvo leyendo hasta tarde, creo que está obsesionado con ese libro.
—Anoche volvió a ocurrir otro ataque, otro indigente descansa de su mala vida. No son razones para despacharlo de este mundo, cada quien vive como puede, por eso quiero hablar con el señor Rubén…
—¡Ave María purísima! ¡qué está ocurriendo en este pueblo!
—Esa pregunta es la que me hago.
—¿Y qué tiene que ver Rubén con eso?

El alguacil se quedó pensativo y decidió pasar para ver si Rubén dormía, Allí estaba con la cabeza tirada sobre la mesa, doblado en la silla. Se acercó y miró el libro en la página abierta y leyó. El alguacil vio la sombra salir apurada y decidió seguirlo, está vez no escapará, —se dijo y pudo ver cuándo se acercó a aquel hombre y cuando se dispone a dar el golpe mortal. Rubén se despierta asustado. El alguacil mira cuando sale con rapidez y se pierde entre las sombras que parecen multiplicarse con las tenues luces de los faroles.

Rubén cierra el libro y ve cuando el alguacil se retira, “¿qué tanto busca aquí? luego ve a Sol Gracia, entretenida, regando las plantas. Más allá, a un lado de la calle, la camioneta oficial del alguacil arranca con dificultad. Rubén mete sus manos en el bolsillo y acaricia la navaja. Le dolía la cabeza. Quizá el frío de la noche le había hecho daño, sentía el pecho agitado como si hubiera corrido mucho.

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_{Imagen tomada del post de invitación
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