Historias de la puta cárcel. Capítulo tres
“Historias de la puta cárcel” pretende ser un relato de ficción con diferentes historias breves e interconectadas entre sí, que reflejan la vida de variopintos personajes en un Centro Penitenciario de España y las circunstancias delictivas que les ha llevado a su ingreso en prisión.
Gran parte de los personajes, lugares, situaciones y casos son reales, aunque maquillados con algunos elementos inventados y añadidos para dar mayor consistencia y uniformidad a los diferentes relatos, así como para mantener de la mejor manera posible la privacidad de las personas implicadas.
Capítulo tres
Aunque Matías nunca había estado anteriormente en prisión, conocía algunas reglas básicas sobre la vida entre rejas; reglas no escritas pero que le ayudarían a poder desenvolverse de manera adecuada en su relación con el resto de internos. Una de esas reglas fundamentales era que nadie, absolutamente nadie, debía conocer el motivo real por el cual había sido detenido e ingresado en el Centro. Una regla básica según la cual los violadores y pederastas están mal vistos entre el resto de reclusos, hecho por la cual su integridad física corre peligro. No importa si eres un asesino despiadado que ha matado a varias personas o eres un narcotraficante que ha arruinado la vida de cientos de familias; ser un preso relacionado con delitos de índole sexual te marca y te señala de por vida.
La estrategia de Matías era decir que había sido detenido por la policía cuando portaba varios kilos de hachís y se vio envuelto en una redada policial. No se le podía relacionar de ninguna manera con el suceso acaecido en el hotel y que fue ampliamente difundido por prensa y televisión; prácticamente todo el mundo en la isla conocía la noticia de la muerte y violación de la anciana alemana.
A Matías se le asignó la celda 88 en el módulo 4; allí debía compartir habitación con otro pintoresco personaje llamado Alfonso, quien había sido condenado a 8 años de prisión, acusado de haber estafado a varias familias mediante la venta de unos terrenos inexistentes. Por supuesto Alfonso negaba los hechos al igual que un porcentaje muy elevado de los presos que había en el Centro Penitenciario. La mayoría de internos afirmaban ser inocentes, bien por no haber cometido ningún delito y ser acusados equivocadamente, bien porque aunque reconocían los hechos, no consideraban que lo que había pasado fuese malo o reprobable y responsabilizaban a la sociedad de dicha injusticia.
Alfonso era una persona muy peculiar; siempre se había movido en ambientes elitistas de la isla y relacionado con personas que manejaban abundante dinero. No se le conocía oficio alguno pero se las había arreglado para sobrevivir a la sombra de personajes de dudosa reputación. En el momento en que intentó volar solo, se estrelló. Defendía que su labor era la de hacer de intermediario y que los terrenos de la supuesta estafa existían realmente, pero que su socio le dejó tirado en el último instante quedándose con el dinero cobrado.
A Matías no le agradó demasiado su compañero de celda; demasiado hablador y queriendo entrar en confianza con excesiva rapidez; Matías quería mantener las distancias. Durante su vida había conocido varias personas que habían estado en la cárcel y que le habían hablado de las reglas básicas que todo preso debe seguir durante la estancia en el Centro.
Otra de esas reglas es que debía buscar la amistad y el cobijo de alguno de los “kies” del módulo. En el argot carcelario se llama “kie” a aquellos reclusos que tienen mayor entidad y a los que el resto respetan y de alguna manera tienen miedo. Algunos suelen rodearse de un grupo pequeño de seguidores y mantienen disputas por el control del patio, sobre todo en asuntos de extorsiones o pequeño tráfico de objetos y sustancias prohibidas. Otros son lobos solitarios con una dilatada trayectoria delictiva y penitenciaria; no intervienen en nada y evitan problemas, pero nadie se atreve a meterse con ellos mostrándoles sumisión.
Matías era buen observador y en sus primeros días de estancia se dedicó a aprender horarios, normas y actividades que debía realizar y a la vez analizar al resto de la gente buscando quien pudiera interesarle. Siempre con Alfonso a su lado contándole sus aventuras y andanzas pero atento a lo que sucedía en el patio.
Los grupos y clanes eran fácilmente detectables; a los "negros" siempre se les veía juntos; los magrebies y musulmanes en pequeños grupitos según la intensidad y radicalidad en sus creencias religiosas; los “guiris” formaban su pequeño grupúsculo; el resto, mezcla de gente de la isla, españoles de la península y un buen número de sudamericanos, se relacionaban de forma indiferente, a su manera; aquí era donde se fraguaban la mayor parte de las intrigas y disputas. El ambiente solía estar tranquilo, con una relativa calma tensa, aunque en cualquier momento podían dispararse los acontecimientos.
Pero no fue Matías quien eligió el que debía ser su protector, sino que Matías fue elegido por aquel que llevaba el control de la venta de droga en el módulo; su nombre era Eduardo, pero todo el mundo le conocía por “el francés”.
Continuará.
En los siguientes enlaces puedes leer los capítulos anteriores:
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Genial post, no se ven muchos con este tipo de contentidos, felicidades.
Muchas gracias!
Saludos!
Me llamo mucho la atención tu post ya que tiene un parecido a las cárceles venezolanas. Aquí a los kie se les conocen como pranes. Te sigo, saludos
Muchas gracias. Supongo que existen elementos comunes en todos los países. El tipo de régimen carcelario que se aplique luego en cada caso variará mucho dependiendo de los recursos económicos que existan.
Saludos!
Amigo, en este punto estoy que me sudan las manos:)
Feliz noche. @torkot
Pues no te queda nada ja,ja,ja.
Saludos!
@torkot got you a $7.5 @minnowbooster upgoat, nice! (Image: pixabay.com)
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