Los caminos son guías de un destino diverso y perpetuo. Los lugares son regiones que imploran por mis cánticos. Mis pies son nubes que flotan hacia venturosos lugares repletos de amistad y de abrumadoras pasiones.

Mi ojos se abren hasta el límite, al vislumbrar con neurálgico asombro como el sol me saluda al momento de empezar mi viaje. Mi trayecto me llevó primero a una pequeña aldea, donde fui recibido en la casa de una familia de enanos muy particulares.

Me prepararon un guiso delicioso para el almuerzo, con carne de conejo sazonado con especies inauditas del bosque, las cuales, no voy a negarles que le dieron un toque fantástico.

Mientras reposábamos en su estancia, me hablaron de una ciudad perdida que se encuentra entre las montañas del este, cerca de las ruinas de la antigua ciudad de Sadgrum. Era una población desconocida, llena de fiesteros, cantantes y hedonistas. Fieles amantes del vino divertido, de los sabores exóticos y los chistes lascivos.

El dirigente de dicha ciudad era un sátiro, hijo y fiel adorador del dios del vino. Sus escoltas eran elfos severos y ninfas sus amantes. La ciudad se encontraba en su apogeo, a pesar de ser extrema en depravación.

Después de escuchar tantas historias, mi imaginación voló, y me despedí de los enanos para buscar aquella ciudad donde mis canticos serían alabados.

Atravesé un bosque, negro y tenebroso, donde la oscuridad imperaba poderosa y sin piedad. En sus interiores me encontré con un hada de alas negras, quien usó un embrujo para tenerme dopado.

Al despertar, me encontré junto a ella, con el cuerpo cubierto por un capullo de crisálida. El cuerpo pálido como si me hubieran robado la vitalidad y los ojos hundidos y grises como un espectro corpóreo.

El hada de alas negras, antes darme muerte, tocó una dulce melodía con su flauta fina de madera de pino, y yo cerré mis ojos cayendo en un profundo sueño. Soñaba que cantaba para las ninfas y los sátiros, en aquella ciudad anhelada a la nunca pude llegar.

Ilustración

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