La tierra de los nacidos del agua.
Puente Orinoquia Fuente
Luego de cruzar el puente Orinoquia el cual une ambas riveras del Río Orinoco inmediatamente el aroma a pino fresco se apodera de nuestro sentido olfativo; estamos en Uverito, el bosque más grande del mundo creado por seres humanos. Necesario destacar la inmensidad de Uverito, territorio del pino Caribe, variedad que crece perfectamente en ese territorio paralelo a la rivera norte del Río Orinoco, entre los Estados Anzoátegui y Monagas. La carretera de Uverito es una larga línea recta, casi infinita donde había que sortear los cientos de huecos y baches que se apoderaron de la misma. Importante destacar el concierto sensorial que significaba escuchar los sonidos de las aves junto al canto del padre Orinoco los cuales se fundían con la belleza del bosque verde azulado de los tropicales pinos y el embriagante aroma de sus hojas. No podíamos ver al "Padre Orinoco" pero más adelante iríamos a su encuentro.
Uverito.
Fuente
Terminada la larga línea de Uverito la ciudad de Tucupita nos daba la bienvenida, no por mucho tiempo puesto que inmediatamente nos trasladamos hasta uno de sus puertos fluviales donde nos esperaban en su pequeña lancha nuestros guías: "El Profe" y José, quienes nos darían el traslado de nuestras vías hacia el entramado de caños que caracterizan al Río Orinoco, se los dije, nos volveríamos a encontrar con él, por cierto, esa sería la última vez que veríamos un vehículo con ruedas en una semana. Ahora nuestro destino es la población de Curiapo, en pleno corazón de Delta Amacuro. Debo reconocer que navegar en una embarcación tan pequeña, en un río tan soberbio, en territorio desconocido y en los confines de la selva amazónica genera temor, pero los mismos se van disipando en la medida que te vas adentrando en lo profundo de la belleza de esta conjunción de agua, mar, selva y vida salvaje que estamos conociendo.
No tenía conocimiento de lo inmensos que son los buques petroleros hasta que le pasamos por el frente (por babor en lenguaje marinero-fluvial) y nunca había sentido tanto miedo como en ese momento, pero nuestro guía José que es un navegante experto, que conoce su embarcación como la palma de su mano no le tembló el pulso a la hora de maniobrar su lanchita para pasar momentos antes que lo hiciera aquel coloso de hierro oxidado para poder llegar a la entrada de Curiapo. Luego de cuatro horas de navegación desde Tucupita llegamos cerca de las 4:00pm a este pintoresco pueblito palafítico a orillas del principal canal de navegación del delta del Orinoco. cuando desembarcamos del bote y al fin tocamos el muelle de madera sentí una sensación de alivio y al mismo tiempo pensé que otra aventura comienza.
Fuente
Nos hospedamos en un pequeño hostal llamado Orquídea, un palafito con varias habitaciones (más bien cajas de madera con camas) sobre el río. La dueña de esta posada era una señora con marcados rasgos indios (de India el país asíatico) y siendo venezolana no hablaba castellano sólo inglés y warao. Su hijo sí dominaba tanto el idioma de Cervantes como el de Shakespeare y por supuesto el de su etnia. Lo primero que le pregunté al profe fue ¿qué significa Warao?, a lo que respondió: "nacidos del agua" y ciertamente nunca un nombre fue tan acertado porque los Waraos hacen del río su propia vida. Los Waraos son extraordinarios nadadores, es tal su gusto por el nado que facilmente puedes confundirlos con las llamadas "toninas" (delfines de río), mamíferos acuáticos de color entre gris y rosado que suelen habitar las aguas del Orinoco. Pero el warao también es el idioma, mismo que se niega a morir pese a la evidente influencia del inglés en la zona y el relativo impacto del castellano pese a ser territorio venezolano.
Hotel Orquidea, Curiapo. Fuente
Curiapo tiene una cosa curiosa, el efecto de las mareas crea uno de los fenómenos más interesantes que haya visto. cerca del anochecer la Plaza Bolívar del pueblo se va quedando sola en la misma medida que el agua la va inundando, de tal manera que el busto de El Libertador pareciera flotar sobre un pequeño lago que se forma a su alrededor. Mismo caso sucede sobre el cementerio de Curiapo, de día puedes caminar sobre el camposanto pero una vez llegada la noche el agua se apodera del lugar y sólo las cruces de madera emergen sobre la superficie. El Profe nos dice que en este pueblo la gente muere dos veces: una de lo que fallecieron y la otra ahogados en el cementerio.
Cementerio de Curiapo. Fuente
La primera noche en Curiapo fue impresionante, nunca había visto tantas estrellas en el firmamento y por otra parte los "cocuyos" sobre el río intensificaban esa sensación de estar volando en el espacio. No me fijé en las demás habitaciones del hotel Orquídea pero la mía tenía la particularidad que si era de día podías ver desde la ventana la selva y un gran búho parado en una estaca observándome fijamente pero curiosamente no se podía percibir el río. En las noches el río tomaba todo aquello, junto a la luna y su séquito de estrellas reflejándose sobre el agua y el Orinoco fluyendo bajo tus pies, se puede decir entonces que dormías arrullado por el canto del Orinoco.
Iglesia de San Francisco de Guayos. Fuente
El siguiente poblado que visitamos se llama San Francisco de Guayos a cuatro horas de navegación desde Curiapo. A lo lejos se puede divisar su iglesia y una misión católica. Este pueblo me pareció un tanto más pujante y activo que el anterior, pienso que ha de ser por la presencia de religiosos (curas y monjas) extranjeros en el lugar y por la actividad minera, especialmente de oro y uranio del sur del país ya que Guayos es zona de paso para este tipo de tráfico. Cabe mencionar que en la medida que nos internábamos en la maraña de caños y selva del delta del Orinoco más nos parecía estar en otro país, no tanto por la convivencia con los warao sino por la importante presencia del idioma inglés y de misiones extranjeras en el lugar. Destacable el hecho de ver palafitos con televisores de alta definición conectados a un pequeño panel solar, es evidente que entre las misiones y los traficantes de minerales mantienen a los caciques de las tribus viendo para otro lado a cambio de favores.
Nabasanuka. Fuente
Siguiendo nuestra ruta nos dirigimos hacia un poblado igual de alejado llamado Nabasanuka a mi parecer el más auténtico de los tres visitados. Estar allí era como vivir en un lugar que se pensaba extinto y descubrir que aún quedan vestigios en el mundo donde habitan seres humanos originales. La cultura warao está viva, latente en Nabasanuka, sus habitantes se sienten orgullosos de su origen, de su lenguaje, de su cultura. Los maestros y los niños cantan el himno nacional en warao, los comercios venden en warao y todos te saludan en ese idioma. Por supuesto el Profe y José nos traducían aunque la verdad yo estaba encantado de estar allí y convivir con ellos.
Niña Warao. Fuente
Por lo general, al menos así lo percibí, los warao no sonríen (los niños sí, los adultos no expresan emociones); por otra parte pude percibir una realidad inquietante es un pueblo que tiene una corta esperanza de vida, quien supera los 30 años ciertamente puede sentirse afortunado (como el profe por ejemplo). La población infantil es alta así como los casos de mortalidad entre los niños. De acuerdo al Profe esto tiene que ver con la poca calidad del agua la cual la ingieren directamente de los caños por lo que se exponen a culminar sus vidas por causa de enfermedades gástricas. Ante esta situación buena parte de la población se entrega a las bebidas alcoholicas para evitar ingerir agua por lo que también padecen enfermedades asociadas al abuso de las mismas.
De retorno a Curiapo debimos navegar en la zona más impresionante de Venezuela: donde se junta el Orinoco con el Océano Atlántico, en esa lucha de corrientes contrarias la selva se perdía entre tanta agua, salada y dulce y nuestra lanchita en el medio de esa riña. El profe nos dijo: "aquí quien caiga al agua no vuelve a ver la superficie" por lo que nos aferramos con todas nuestras fuerzas para no comprobar si lo que decía el anciano era cierto.
Al fin pudimos arrivar a Curiapo en la noche. Es increíble la forma como José podía dirigir la lancha en la oscuridad guiándose por la posición de las estrellas con mejor precisión que nuestros GPS, una lección de vida a tres caraqueños y un chileno admirados.
Delta Amacuro fue un viaje hacia un territorio escondido, fue como descubrir El Dorado pero con algo más valioso que el oro: los hombres y mujeres nacidos del agua.
Internacionalista Carlos D. Pérez Guerrero @waraira777.
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