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in Comunidad Latina23 days ago

Buen día amigos. Quiero contarles algo que me ocurrió hace unos días, durante uno de esos viajes que hago gracias a mi trabajo. Como muchos de ustedes ya saben, paso buena parte de mi vida arriba de la camioneta de reparto de la empresa. Todos los días, antes de que el sol termine de abrir bien los ojos, ya estoy acomodando las cajas, revisando la hoja de ruta y saliendo hacia donde las compras de los clientes me lleven. Es una rutina que otros quizás verían como monótona, pero para mí tiene un encanto especial: nunca sé qué paisaje me va a regalar el día ni qué rumbo inesperado voy a terminar tomando.

Esa es justamente una de las cosas que más disfruto de mi trabajo. Manejar por rutas nuevas, atravesar pueblitos escondidos, meterme en caminos rurales que parecen no llevar a ninguna parte… y, sobre todo, tener siempre conmigo algo que me apasiona tanto como la pesca: sacar fotografías. Cada viaje se convierte en una oportunidad para capturar un momento único, una luz especial o un rincón que quizás no vuelva a ver jamás.

Pero esta vez fue distinto. Muy distinto.

Estaba manejando por una zona que podría describir como la nada misma: un terreno tan árido y tan plano que parecía dibujado con regla. La tierra, seca y resquebrajada; el horizonte, una línea recta, limpia, interminable. El viento levantaba pequeñas nubes de polvo que se desarmaban en el aire como si nunca hubieran existido. No había árboles, no había animales, no había casas… no había nada que te hiciera sentir que estabas en un lugar habitado.

Y de pronto, ahí apareció.

A la distancia vi una especie de estructura que me obligó a frenar casi sin pensarlo. Al principio creí que la vista me estaba jugando una broma: una edificación solitaria, alta, silenciosa, recortada contra ese cielo inmenso y vacío. Era algo completamente fuera de lugar, como si alguien la hubiese dejado caer desde otro planeta, o como si formara parte de una película de ciencia ficción rodada en medio del desierto.

Cuanto más me acercaba, más se acentuaba esa sensación. No sé si fue por su forma, por el color, por el contraste con el paisaje o por la absoluta soledad que la rodeaba, pero había algo futurista en esa construcción, algo que no encajaba con el entorno árido ni con la idea que uno tiene de lo que debería haber en un lugar así. La mezcla era extraña… y fascinante.

Detuve la camioneta a un costado, bajé y me quedé un rato simplemente observando. El silencio era tan profundo que hasta mis pasos parecían hacer eco en la tierra. Ese tipo de momentos son los que me recuerdan por qué siempre llevo la cámara conmigo. Hay cosas que uno no alcanza a explicar con palabras, pero que una fotografía sí puede atrapar, aunque sea apenas una parte de la experiencia.

Así que no dudé: saqué mi cámara, me acomodé la gorra para que el sol no me encandilara, y empecé a disparar. Una foto desde lejos, otra más cerca. Jugué con los ángulos, con las sombras, con la luz que se filtraba entre las nubes finas. Cada toma me hacía sentir que estaba registrando algo único, algo que pocas personas habían visto o que quizás nadie más había retratado.

Mientras fotografiaba, pensé en lo afortunado que soy de poder vivir estas pequeñas aventuras en medio de un día laboral cualquiera. No todo el mundo puede decir que su trabajo lo lleva a conocer lugares desconocidos, a descubrir escenas inesperadas o a encontrarse con edificaciones misteriosas en medio de la nada.

Cuando terminé, me quedé un rato más disfrutando del lugar. Respiré hondo, miré a mi alrededor y sentí esa mezcla rara entre calma absoluta y curiosidad por saber qué historia escondía esa estructura. Después volví a subir a la camioneta, acomodé la cámara en su funda y retomé mi ruta.

Hoy quería compartir esto con ustedes, no solo la foto, sino el momento completo: la sorpresa, la intriga, la sensación de estar por un instante fuera del mundo cotidiano.

Ojalá que esta pequeña historia también les regale un viaje, aunque sea desde la imaginación.

Que tengan un excelente día, amigos. Y que el camino —sea cual sea— siempre les dé algo para recordar.

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