Anécdotas del crimen: una historia trágica y sin justicia de los años 60 en venezuela.

in #historia7 years ago

EL CRIMEN DEL ASCENSOR

Maracay, 27 de junio de 1959 Desde las ordenadas filas de asientos de la iglesia de Boca del Río, Doña Josefina Carabaño, viuda de Paradisi contemplaba a su hija que avanzaba por el pasillo al compás de la marcha nupcial. En el altar la esperaba un apuesto oficial de la aviación.

Con lágrimas y sentimientos encontrados la señora recordó el día en que su hija le presentó a aquel hombre, llegó radiante a la casa y con ese brillo especial que anida en la mirada de los enamorados. En aquel momento no supo que decirle; como madre sentía natural desconfianza, pero lo importante para ella era que su pequeña estaba feliz y bendijo su noviazgo.

Para Decia Morelia, aquel era un momento culminante pues iba al encuentro del hombre que adoraba para unirse en santa alianza, sabía bien lo que dejaba atrás; pero no le importaba, su principal motivación era Roberto Rivero Pérez y lo único que deseaba era estar a su lado.

Decia era una chica brillante, con apenas 16 años obtuvo el título de maestra normalista y de inmediato pasó a dar clases en la escuela República de México, al poco tiempo se encargó de la cátedra de biología en el Agustín Codazzi y a los 17 ocupaba el cargo de directora en el colegio Cecilio Acosta Revette de Maracay, de seguir la senda académica de seguro obtendría una satisfactoria cosecha con el pasar de los años; pero en lugar de eso, la muchacha prefirió casarse.

La historia de los Paradisi en Venezuela comienza con la llegada de un ingeniero italiano a finales del siglo XIX, su primogénito al que llamó Aníbal llego a ser gobernador del estado Aragua y su segundo hijo, Horacio – padre de Decia- se recibió de ingeniero en Europa, al regresar a nuestro país conoce y se enamora de Josefina Carabaño en la población de Villa de Cura, con ella procrea tres hijos Decia, María Cristina y Horacio quien como su hermana escogió la carrera de economía y al graduarse entró a trabajar con su tío González Gorrondona.

Pese a que su familia se vinculaba con apellidos reconocidos en los medios empresariales, políticos y castrenses, la muchacha no quiso que su boda se llevara a cabo en la catedral de Maracay, prefirió aquel modesto templo.

-Maracay a comienzos de los años 60-

Poco tiempo después de casarse Decia y Roberto tuvieron a su primer hijo, todos los que los conocían les auguraban mucha felicidad pues formaban una bonita y exitosa pareja. El militar era muy apreciado por sus superiores y pronto la pareja decidió mudarse a Caracas. Roberto Rivero Pérez formó parte de las cuadrillas que fueron a bombardear campamentos guerrilleros en las montañas de Lara y Falcón, asimismo participó en la represión de los levantamientos militares de Carúpano y Puerto Cabello, en medios castrenses se decía con insistencia que el capitán tenía mucha afinidad con el partido de gobierno, lo cierto es que en una época tan convulsionada como aquella Rivero Pérez siempre estuvo del lado del régimen gobernante.

Su fidelidad era premiada con constantes viajes a ciudades de los Estados Unidos, especialmente Miami.

Decia por su parte, luego del primer parto manifestó a Roberto su deseo de continuar estudiando, el esposo entusiasmado la alentó a que lo hiciera e incluso la acompañó a la UCV el día de la inscripción. Ella, aparte de su natural inclinación al aprendizaje quería hacerlo para ayudar a su madre.

El capitán Rivero compartía sus labores operativas y de comando con tareas administrativas bajo las órdenes del general Francisco Miliani, Comandante General de la Aviación. En aquellas oficinas conoció a Olga Guerrero, secretaria del general. Una rubia con 27 años cumplidos y de una belleza impresionante. Olga pronto se convertiría en la manzana de la discordia pues la atención de Rivero Pérez pasó de su linda esposa a la secretaria de su jefe.

-Maracay, 29 de julio de 1965 – 4:00 p.m.-

Belkis Borges, una linda morena de 19 años, estudiante de Trabajo Social en la Universidad Central de Venezuela y residente en la casa número 66 de la avenida Miranda, corría a tomar el autobús hacia Caracas. Hubiera querido salir más temprano pero su mamá estaba enferma y debió esperar a que llegara uno de sus hermanos para quedarse con ella. Planeaba dormir esa noche en casa de su amiga Decia, quería ayudarla con los niños pues sabía que debía presentar unos exámenes el viernes y seguramente estaría sola. Belkis sentía que le debía mucho a su amiga pues esta la había apoyado cuando supo de sus dificultades económicas para continuar los estudios. Ya en el autobús hacia la capital, Belkis recordó los muchos favores que le debía a aquella dulce paisana suya; entre ellos el permitirle vivir en su casa de Bello Monte en la temporada de estudios para que así no tuviera que pagar habitación.

-Caracas, 29 de julio de 1965 – 6:00 p.m.-

El timbre del apartamento 21 ubicado en el primer piso del edificio Riverside sonó varias veces, Decia Morelia de Rivero, estudiante del 4to año de economía corrió a atender y al abrir vio a su madre en el quicio de la puerta, la había llamado unas horas antes para pedirle que se quedara esa noche con ella; pues al siguiente día sería examinada en finanzas públicas y no tenía quien le cuidara los niños. – Madre, gracias por venir. Necesito prepararme bien para mañana. Pasa estoy estudiando, Roberto salió hace rato con el niño. – Acabo de verlos abajo, Robertico está jugando en el pasillo con su bicicleta.

Al rato el capitán de la aviación Roberto Rivero Pérez subió al apartamento y se puso a conversar con Decia y su madre quien respiraba tranquila pues esa noche su hija y el militar parecían estar de buenas y no tuvo que presenciar las desagradables peleas que se habían vuelto costumbre en la pareja.

El timbre sonó nuevamente, era Belkis que llegaba de Maracay, la chica que no sabía que ya Decia tenía quien le cuidara los niños igual decidió quedarse; junto con la señora Josefina se encargó de los quehaceres para que su amiga pudiera concentrase en estudiar.

-Caracas, 30 de julio de 1965 – 6:00 a.m.-

La pertinaz lluvia que había estado cayendo desde la noche anterior invitaba a quedarse en la cama, Luis Olivier, socio de una empresa constructora lo pensó varias veces antes de levantarse; pero era viernes, fin de mes y para colmo llovía: tres ingredientes nocivos en una ciudad como Caracas, consciente del tráfico que lo esperaba dio un salto y se fue hasta el baño mientras su esposa salía a preparar el desayuno. Veinte minutos después estaba en la cocina-comedor desayunando con su suegra Amanda de Herrera.

Los Olivier-Herrera vivían en el primer piso del edificio Julio César en Colinas de Bello Monte, una urbanización clase media en el corazón de la ciudad habitada por profesionales jóvenes e inmigrantes europeos.

A esa misma hora el técnico en refrigeración Laureano Gómez salía al balcón de su apartamento en el 4to piso del vecino edificio San Martín, desde allí oteaba la serpenteante figura del río Guaire mientras se peinaba para salir a trabajar. Vio a una guapa mujer que se paraba en la puerta del edificio Riverside como esperando a alguien, la miro unos segundos y se dispuso a entrar.

Doña Josefina tenía rato levantada cuando sonó el despertador, fue hasta la habitación de su hija para llamarla e inmediatamente que tocó la puerta recibió un somnoliento –si mamá-. Al poco rato vio a Decia con un vestido en jersey a rayas azules y blancas pues la muchacha guardaba un medio luto por la muerte de su primo el general Castro León; en la mano llevaba un tetero para la niña. La madre al ver que la lluvia había arreciado le preguntó: – ¿Cómo te vas a ir Decia? Me parece que llueve – Tranquila mamá, Roberto me va a llevar, dame la bendición.

Desde la habitación donde estaban, Belkis y doña Josefina sintieron a la pareja salir al pasillo. A esa misma hora en el apartamento vecino – el número 20- el estudiante de leyes José Contreras aún dormitaba con su esposa Esperanza, el día realmente estaba como para quedarse un rato más pegado a las cobijas.

Gilberto Briceño, vendedor de la compañía Dupont y ocupante del número 19 no pensaba lo mismo, sabía bien que en su oficio cada minuto era oro así que se levantó.

Se metió en el baño para asearse. Tomó el cepillo dental y lo untó de crema mientras examinaba su rostro en el espejo.

Cuando Decia y su esposo llegaron a planta baja la lluvia había arreciado, el capitán con un gesto de fastidio se devolvió al apartamento para buscar su impermeable, la muchacha avanzó hasta la puerta del Riverside a esperarlo; en ese momento vio en uno de los balcones del edificio San Martín a un señor que se peinaba mientras miraba la calle.

Al llegar arriba, el capitán Rivero Pérez se topó con su vecina Evangelina Quintero, intercambiaron rápidos saludos mientras la mujer abordaba el ascensor, una vez abajo la mujer vio a Decia parada en la puerta del edificio, repitió el automático buenos días y siguió su camino.

El capitán llegó a su casa, pero no tuvo necesidad de entrar pues el impermeable colgaba al lado de la puerta, así que lo tomó, cerró y se fue a esperar el ascensor. Belkis y doña Josefina lo sintieron.

Eran exactamente las 6:20 de la mañana cuando el militar estaba de nuevo en planta baja del edificio.

A las 6:20 Luis Olivier sorbía su café mientras bromeaba con su suegra, afuera seguía lloviendo con fuerza, de pronto oyeron 3 estruendosos disparos. La reacción primaria del hombre fue la de asomarse a ver qué pasaba, al llegar a la ventana sonaron dos tiros más. Instintivamente se agachó pues había sentido los disparos demasiado cerca. Algo grave había pasado así que la señora Amanda corrió al apartamento de al lado y con enérgicos golpes a la puerta despertó a su vecino Homero Quintero funcionario de la Policía Técnica Judicial, éste sin perder tiempo bajó a investigar, salto el muro que dividía el edificio Julio César del Riverside y pronto estuvo en la escena.

Laureano Gómez quien aún se peinaba distraídamente, escuchó tres detonaciones. Volvió corriendo al balcón y vio que la misma mujer que unos segundos antes esperaba en la puerta del edificio Riverside estaba tirada en el suelo. Después vio salir del pasillo al capitán Rivero quien hizo dos disparos al aire mientras gesticulaba y gritaba algo que él no podía escuchar.

Gilberto Briceño dejó el cepillo en el lavabo y desde la ventanilla del baño pudo ver los pies de una mujer, en ese momento vio salir al capitán, que gritaba y disparaba contra algún objetivo incierto.

A José Contreras y su esposa los despertaron los tres primeros estruendos y lo gritos de “atracadores, atracadores”. Sin saber exactamente qué había pasado, José se puso lo primero que encontró y se llegó hasta la planta baja.

Doña Josefina Carabaño y Belkis Borges oyeron todo el escándalo, la matrona daba a su nieta el tetero que su hija le había dejado antes de salir, no podía imaginar que en ese momento Decia yacía mortalmente herida en la puerta del edificio.

-Caracas, 30 de julio de 1965 – 6:23 a.m.-

Una vez que estuvo en el pasillo del Riverside, Homero Quintero se identificó como funcionario policial y solicitó al capitán Rivero que le entregara el arma, cosa que hizo de inmediato. En ese momento llegaban José Contreras y Gilberto Briceño, la muchacha se desangraba en el piso por lo que el policía le pidió al militar que le diera las llaves del carro para trasladarla, éste que tenía las manos manchadas de sangre se las paso y mientras Quintero ponía el carro en marcha, Briceño y Contreras se servían del impermeable de Rivero Pérez para levantar a Decia. Una vez que colocaron el desvanecido cuerpo en el asiento trasero del vehículo enfilaron hasta el hospital de la cercana ciudad universitaria. De manera extraña, el oficial de la aviación en lugar de ir en el carro con su esposa se devolvió a su casa pues quería cambiarse de ropa. Quintero iba al volante y Briceño sostenía el cuerpo de la agónica estudiante. En el hospital fueron recibidos por la enfermera jefe Carmen de Medina quien junto a un grupo de camilleros trasladaron a Decia hasta la sala de emergencias.

Lamentablemente ya era muy tarde, la muchacha solo llegó allí para que los médicos de guardia José Ramón Guzmán y Santiago Croce certificaran su deceso. La infortunada recibió dos impactos uno de ellos ingresó por la nuca y salió por el maxilar inferior y el otro – el que le causó la muerte- había entrado por la espalda, le destrozó la aorta y se alojó en el esternón.

-Caracas, 30 de julio de 1965 – 7:00 a.m.-

Una vez conocida la muerte de Decia Morelia, el general Miliani se puso en contacto con el ministro de Justicia Ramón Escovar Salom. Convulsionadas como estaban las cosas en el plano político era necesario investigar a fondo qué era lo que había pasado. La muchacha aparte de estar casada con un oficial conocido por su participación en la lucha antisubversiva tenía relaciones filiales con personas prominentes. Se dio la orden de coordinar acciones entre los mejores detectives de la Policía Técnica Judicial y el Servicio de Información de las Fuerzas Armadas (SIFA).

Aún llovía a cantaros cuando la primera comisión policial llegó a la escena del crimen, el caso se encargó de manera directa al subdirector de la PTJ Dr. Carlos Olivares Bosques quien decidió trabajar en conjunto con el comisario Carlos Alberto Villavicencio, Jefe del Buró contra Homicidios, lo primero que había que hacer era pesquisar el sitio, tomar declaraciones a los principales testigos y hacer la planimetría.

Luego de dejar a los técnicos trabajando la escena, el comisario Carlos Alberto Villavicencio decidió llegarse hasta el hospital clínico universitario para tratar de ubicar a Rivero Pérez. En el centro asistencial se enteró de que el militar luego de cambiarse había llegado hasta allí en un estado de conmoción nerviosa y había hablado con algunas enfermeras y en especial con el padre Ernesto Scanagatta, capellán del hospital. Como ya el capitán se había retirado, el policía decidió hacer algunas entrevistas en el sitio. El principal testigo del hecho era el esposo de pero no se podía contar con él hasta que no culminaran los actos fúnebres. El subdirector Carlos Olivares Bosques por su parte procedió a citar a todas las personas que de manera indirecta se vieron involucradas.

-Caracas, 31 de julio de 1965 – 10:00 a.m.-

Carlos Olivares Bosques y Carlos Alberto Villavicencio discutían las incidencias del caso mientras tomaban café, ambos estaban preocupados por ciertos datos que habían recabado el día anterior, esa mañana esperaban al capitán Rivero Pérez para que rindiera declaración como agraviado. El cuerpo de Decia Morelia luego de ser honrado unas horas en casa de una tía en Caracas fue llevado a Maracay para la velación y los rezos, la chica fue inhumada en el cementerio de aquella ciudad central.

Cuando llegó el capitán Rivero Pérez ya todo estaba listo para tomar su declaración, en vista de que era el testigo principal y algunas cosas no estaban encajando, los jefes policiales incorporaron a un experto en investigación de homicidios, el comisario Guevara Rosario.

Según la versión dada por el capitán, cuando bajó con el impermeable encontró que dos sujetos armados apuntaban a su esposa en el pasillo de salida del edificio, él intentó desenfundar y uno de los hombres lo apuntó de cerca al tiempo que le decía – Somos del SIFA (Servicio de información de las Fuerzas Armadas), solo nos interesa su arma, entréguela.

La joven presa de pánico intentó huir y los asaltantes le dispararon tres veces, dos de los proyectiles la impactaron y el tercero rompió el vidrio de la puerta. El capitán al ver herida a su esposa salió en persecución de los hampones y lanzó 2 disparos al aire.

Los policías se miraron unos a otros y luego de que el aviador contara el resto de las incidencias comenzó una andanada de preguntas. Con los datos aportados se elaboraron dos retratos hablados de los asaltantes y al término de la entrevista el comisario Guevara buscó a los técnicos que hicieron la inspección ocular y se encaminó a Colinas de Bello Monte; había muchas cosas que verificar de la narración hecha por el capitán.

En agosto de 1965 las páginas rojas de los diarios caraqueños rebosaban de información: atracos, suicidios, robos con fractura, estafas y secuestros eran parte del menú, sin embargo, un solo caso acaparaba la atención; el asesinato de Decia Morelia Paradisi, la prensa lo bautizó como El Crimen de Bello Monte. Y es que este suceso tenía todos los ingredientes de un teledrama pues, aunque en las primeras horas, familiares, amigos y compañeros de la víctima coincidían en afirmar que la pareja Rivero-Paradisi era ejemplo de amor y de concordia pronto se escucharon voces disidentes. Los Rivero se alinearon en defensa del militar y los Paradisi comenzaron a revelar detalles que lo convertían de agraviado en principal sospechoso.

Por ejemplo, se supo que desde hacía un tiempo la pareja tenía constantes discusiones a causa de Olga Guerrero, la secretaria del general Miliani. Decia Morelia en distintas ocasiones había afirmado a su madre y a sus tíos que su esposo sostenía relaciones afectivas con Olga y en su poder tenía cartas y algunos documentos. El 30 de julio de 1963 el capitán introdujo una demanda de divorcio y unos papeles en el Consejo Venezolano del Niño para lograr la custodia de su hijo, casi dos años después, el 19 de mayo de 1965 y estando embarazada Decia acudió junto a Miguel Ángel Pardi -un compañero de clases- al bufete de abogados del Dr. Efraín La Roche Abreu para averiguar sobre los trámites de divorcio, como la chica no regresó más, La Roche Abreu dedujo que había solucionado su problema marital. Ocho días antes de su muerte, Decia envió una carta a su tío Oswaldo Carabaño, donde afirmaba que su vida estaba en peligro junto a la misiva le envió un neceser en el que había dos fotografías de Olga Guerrero. El señor Oswaldo entregó este material al inspector Torres Agudo Jefe de la delegación de la PTJ en Maracay quien por órdenes superiores lo llevo personalmente en custodia hasta la sede central en Caracas.

Entre los papeles encontrados en la ropa de la muchacha el día que la mataron, estaban el pasaporte de Olga Guerrero y el de su esposo, éste había hecho gestiones ante la embajada de Estados Unidos para que se le otorgara la visa a su presunta amante. Olga saldría para aquel país el primero de agosto y el capitán Rivero viajaría el día 3 para encontrarse con ella.

Entre las cosas que habían llamado la atención de los detectives estaba el hecho de que el militar solo disparó dos veces contra los supuestos atacantes en lugar de descargar la dotación de su arma luego de ver a su esposa mortalmente herida, se miraba también con extrañeza que en lugar de acompañar a su esposa al hospital prefirió subir primero a cambiarse de ropa. Ninguno de los testigos del hecho recordó ver a nadie en huída luego de los disparos, solo a la mujer tirada en el piso y a su esposo gesticulando y gritando.

Los datos de planimetría contradecían la versión dada por Rivero Pérez de que su esposa echó a correr y los asaltantes dispararon contra ella, en realidad de los dos tiros que la alcanzaron uno fue hecho en ángulo diagonal desde un metro de distancia y el otro fue hecho a quemarropa.

Y finalmente cuando el comisario Carlos Alberto Villavicencio conversó con el padre Ernesto Scanagatta, capellán del hospital éste le dijo que, al momento de ir a consolar al oficial por la muerte de su esposa, el hombre muy conmovido le habría dicho lo siguiente: “Padre, yo le di los tiros, no sé cómo fue…” Esta versión después fue desmentida por el sacerdote al ser abordado por la prensa. Como su declaración al comisario no había tenido carácter oficial no pudo ser usada nunca como elemento de convicción.

Aunque las balas que impactaron a Decia eran de calibre 38 y el arma del capitán Rivero Pérez era un 9 mm la PTJ logró establecer que, en uno de sus viajes a Miami, el oficial había comprado tres revólveres Smith & Wesson .38 todos de cañón corto. Regaló dos y dejó uno para él. Este tercer revolver jamás fue encontrado, el capitán alegó que se la habían hurtado, pero no supo precisar ni cómo ni cuándo.

El 25 de agosto luego de un intenso interrogatorio el capitán fue formalmente acusado por los detectives, como se trataba de un militar no fue detenido, sino que se informó de la situación a sus superiores para que se procediera a la detención preventiva por parte del SIFA.

El 15 de octubre de 1965 el Juez Tercero en lo Penal de Petare, doctor Pedro Ochoa Sandoval dictó auto de detención al capitán Roberto Rivero Pérez por homicidio calificado en agravio de Decia Morelia Paradisi de Rivero y ordenó su reclusión en la Cárcel Modelo de Caracas. El fiscal de la causa pidió la pena máxima – 30 años -. La defensa por su parte alegó que la decisión del juez no había sido imparcial y que fue tomada bajo presión de la opinión pública por lo cual solicitarían que el juicio fuera radicado en otro tribunal.

Al final esto fue lo que se impuso, el caso se pasó a tribunales militares y poco tiempo después el capitán Roberto Rivero Pérez salía en libertad plena. Entre los familiares de la muchacha y los ciudadanos que habían seguido el caso quedaba un amargo sabor en la boca.

¿Por qué se libera al Capitán?

Sencillamente porque los detectives solo lograron recabar indicios; aplastantes y reveladores pero que no podían constituir pruebas en ningún tribunal. El arma homicida que era lo único que podía vincular al oficial con el crimen de su esposa nunca apareció a pesar de los esfuerzos realizados en su búsqueda. Hoy día uno se pregunta ¿Qué intención pudo haber tenido el capitán cuando decidió no ir en el carro acompañando a su esposa mal herida? ¿Por qué prefirió ir a cambiarse de ropa? ¿Tal vez para poder quedarse solo y así deshacerse de lo único que podía incriminarlo?
En todo caso estas no son más que conjeturas. Un tribunal de la República decidió libertad plena para Rivero Pérez por lo que no podía volver a ser juzgado por esa causa.

Fuente: Crónicas de Tanatos

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