Lo que los animales hacen bien… y nosotros olvidamos.

Si observamos con atención a los animales, especialmente a los mamíferos, vamos a descubrir algo incómodo para nosotros y que nos resistimos a admitir: muchas de sus conductas básicas favorecen una salud que los humanos hemos complicado innecesariamente. No porque ellos sean “más inteligentes”, sino porque no se han desconectado de su diseño.

Y el contraste es evidente en los siguientes aspectos que voy a explicar a continuación:

Se estiran al despertar.

Un perro, un gato, un león… todos se estiran al levantarse, cosa que parece que hemos olvidado hacer. Al estirarnos, ser activan músculos, articulaciones y la respiración antes de empezar el día.

El ser humano moderno, en cambio, se levanta de golpe, toma el teléfono, se sienta y se estresa por aquellas cosas que no puede dominar o ni siquiera ha tomado el tiempo de trabajar en ellas. Resultado: rigidez, dolores crónicos, lesiones tempranas. Estirarse no es ejercicio, es preparación para vivir.

Yo mismo he sido testigo de esta conducta, y me llevó a padecer una lesión en el nervio ciático en la que apenas me recupero... después de comenzar a hacer estiramientos de los músculos psoas y piriforme.

Todos ellos toman sol.

Los animales buscan la luz natural. No la evitan. ¿Acaso no han visto a nuestras mascotas exponerse al sol?

El sol regula su reloj biológico, fortalece huesos, sistema inmune y hasta mejora el estado de ánimo. El humano, quien obtiene los mismos beneficios, paradójicamente, vive encerrado, le teme al sol, y sufre déficit de vitamina D, depresión y trastornos del sueño, y para completar el asunto, usa bloqueadores solares. ¡No te digo yo!

El Sol no es el problema, es el exceso y la desconexión.

Andan descalzos.

Las patas de los animales tocan la tierra, la arena, el pasto. Hay contacto eléctrico con el suelo (earthing), equilibrio, fuerza y adaptación natural. El humano se aísla por completo con suelas rígidas desde la infancia y poco contacto con la naturaleza. Resultado: pies débiles, mala postura, dolores de espalda y cuello. El cuerpo fue diseñado para sentir el suelo, no para evitarlo siempre.

No toman leche en la adultez.

Ningún mamífero adulto consume leche. La leche cumple su función en la infancia y luego se abandona. El ser humano es el único mamífero que insiste en beber leche toda la vida… y encima, de otra especie.

No es casualidad que existan intolerancias, inflamación y problemas digestivos. No todo lo que se considera tradicional, es natural.

Comen solo lo necesario.

Un animal no come por ansiedad, aburrimiento o porque el reloj lo indica. Come cuando tiene hambre y se detiene cuando está satisfecho. El humano come por emociones, por hábito, por presión social, porque está aburrido, decepcionado, con depresión, porque se va a echar a perder, porque se le antoja, porque está a la mano en la nevera, por la publicidad, y un sin fin de excusas o razones.

El resultado es obesidad, resistencia a la insulina y enfermedades metabólicas y cardiovasculares. Comer menos no es castigo: es pura sabiduría biológica.

Cuando se enferman, ayunan.

Te habéis fijado que, un animal enfermo, no busca comida. Descansa y ayuna. Su cuerpo prioriza la reparación. El humano, en cambio, fuerza la ingesta, incluso sin apetito, y sobrecarga un organismo que necesita energía para sanar y no en hacer digestión. El ayuno no es moda; es una respuesta ancestral de supervivencia.

Duermen temprano y en oscuridad total.

Los animales se rigen por la luz natural. Duermen cuando oscurece y descansan profundamente. El humano, en cambio, alarga la noche con pantallas, luces artificiales y estímulos constantes. Luego se sorprende por el insomnio, el cansancio crónico y los desbalances hormonales. Dormir no es perder tiempo; es reparar la vida.

Comen lo que fue diseñado para ellos.

Un herbívoro no come carne. Un carnívoro no come granos. Cada especie respeta su biología. El humano, en cambio, come productos ultraprocesados que no existían hace cien años. Todo lo que ingiere es de fácil preparación e instantáneo, y como consecuencia, el cuerpo paga la factura con enfermedades modernas que antes eran raras o simplemente no existían, porque surgieron a raíz de comer estos productos.

Con todo esto, no trato de idealizar a los animales, hacerlos más inteligentes ni de retroceder al tiempo de las cavernas. Trato de recordarles que también somos mamíferos, con un diseño que no ha cambiado ni evolucionado al ritmo de la industria alimentaria, que solo busca enriquecerse sin importar que enfermemos, porque, para esto último, están los medicamentos.

Quizás la verdadera evolución no sea tecnológica, sino volver a escuchar al cuerpo, porque a veces, para vivir mejor, no hace falta inventar nada nuevo…
solo dejar de ignorar lo que siempre funcionó.

Tengo algunas publicaciones que quizás puedan ser de su interés, y que, a continuación, compartiré alguna de ellas:

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