Ananda caminaba hacia su trabajo, como solía hacerlo de forma rutinaria; sus pies la dirigían automáticamente por las calles de la gran ciudad, mientras su mente divagaba entre cotidianidades: la crisis económica de su país, las relaciones amorosas pasadas y sus sueños frustrados.

Como si hubiese estado esperando el momento preciso, un hombre blanco, de ojos verdes, barbado y con mentón cuadrado, cruza su auto en su camino, casi atropellándola, y sin mediar palabras ambos siguen su camino; a pocos metros, el hombre se detiene ofreciéndole disculpas y preguntando por direcciones que, a todas luces, ya conocía.

Se sabía interpelada en son de conquista, algo a lo que ya estaba acostumbrada; sin embargo, sintió una extraña emoción en su interior, una especie de miedo y atracción al mismo tiempo, ya que ese hombre le recordaba a su amor ideal, ese que alguna vez tuvo por momentos fugaces, pero que no supo retener.

Respondió fríamente indicándole la dirección, a lo que el hombre replicó pidiéndole que lo llevara hasta allí y que luego él la llevaría hasta su trabajo. Trató de evadirlo, pero el hombre se identificó como un conocido de la zona donde vivía y por donde ella transitaba todos los días, lo que le dio confianza y aceptó con cierta reserva.

Así, como de la nada, en ese corto trayecto hasta su trabajo surgió una empatía, sintiéndose atraída por ese hombre que, en realidad visto con detenimiento solo era una caricatura de su amor eterno. No se sabe si por soledad o curiosidad, dejó entreabrir su alma.

Los días fueron transcurriendo y volvieron a repetirse varios encuentros "casuales", en los cuales compartían, encontrando similitudes y afinidades que los entrelazaban más; pero, a pesar de la atracción evidente de ambos, Drago -así decía llamarse- no manifestaba otras intenciones, ni el avance en busca de iniciar algo. Con la misma paciencia que tiene un reo tras las rejas, que sabe que dispone del tiempo hasta que se cumpla su condena, el hombre esperaba el momento oportuno para dar su siguiente paso.

La paciencia de Drago impacientaba a Ananda, quien comenzaba a sospechar que algo malo ocurría con él. Un velo misterioso lo cubría; ¿de dónde provenía su abultada cuenta bancaria?, ¿cómo se ganaba la vida?, ¿qué hacía durante los días que desaparecía sin comunicarse para luego reaparecer como si nada? Su cabeza iba a explotar buscando razones y explicaciones que no conseguía.

Harta de la espera y la incertidumbre, decide tomar la iniciativa y, en una actitud que jamás hubiera imaginado capaz, asume las riendas y lo seduce, casi forzándolo a concretar la unión. A partir de entonces todo se aceleró rápidamente, fueron más frecuente sus salidas, así como la compenetración en sus conversaciones, surgiendo confesiones que a cualquier persona común habrían espantado, y más a ella que se consideraba cobarde ante situaciones de esa índole.

Jamás lo hubiera imaginado, pues ni su aspecto, ni su trato, ni su educación y nivel intelectual lo abrían delatado… sólo su necesidad de exteriorizar y compartir aquella pesada carga que llevaba encima.

“Oye chamita, quiero que sepas algo, y espero que no te espantes y salgas huyendo de mi” dijo Drago en tono circunspecto y mirando fijamente a la mesa del lugar donde estaban compartiendo unos tragos.

Ananda ni siquiera contestó con palabras, pero sus ojos se abrieron enormes como los de alguien que ha visto un espanto. Por fin sabría lo que ese misterioso hombre ocultaba y que le impedía avanzar en su relación.
_{Continuará…}