Globos infernales

Un borracho deambulaba de un lado a otro en la acera de una avenida de la ciudad, una que otra vez se sentaba y se recostaba de alguna de las vidrieras de los negocios comerciales que ofertaban sus productos, lo que provocaba que algún empleado o dueño de las tiendas saliera para que desistiera de ocupar el lugar y lo abandonara de inmediato. El intento por levantar su cuerpo embriagado constituía toda una hazaña, la corriente de aire fuerte que soplaba en el lugar también parecía estar en su contra, una vez en marcha, aunque con su humanidad dando tumbos, logró ver como la falda de una mujer se levantaba dejando al descubierto sus hermosos muslos, el borracho quizás como una forma de alabar y piropear a la mujer pero con la lengua entrabada soltó a decir:

—Qué globitos tan bellos acaban de ver mis ojos.

La mujer enfurecida, quien por sus movimientos en círculos trataba de esquivar el viento, ajustando su corta falda con las manos para no exponer sus partes a la vista de los demás, volteó hacia el beodo y le dijo:

—Borracho, no son "globitos", lo que usted vio fue un globo que lo va a llevar al mismo infierno por su tomadera.

El hombre dio media vuelta y entre tumbos, como tratando de enderezar su propio peso comenzó a caminar, a un lado había un cesto, se agarró a la orilla de este para echar la carterita de aguardiente a la basura, mirando al cielo prometió a sí mismo no tomar mas nunca, y dijo: Dios todo lo que sea tu voluntad pero el infierno nunca.

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Cliente muerto

Un mesero que tomaba su turno en horas de la tarde en una taberna, todos los días se encontraba con un señor mayor que ocupaba la mesa en un rincón, casi que apartada de las demás, cuando el empleado se le acercaba para ordenar su pedido, la respuesta era la misma todos los días:

—Buenas tardes, ¿qué va a ordenar hoy el señor?

Leyendo el periódico, en estado de concentración volteaba la mirada hacia el mesero y le respondía:

—Buenas tardes, nada por el momento.

Día tras día siempre era lo mismo, una vez que comenzaba a entrar la noche ya éste había abandonado el lugar. Un día el mesero algo preocupado por la extraña actitud del cliente se atrevió a preguntarle:

—Señor, buenas tardes, ¿qué va a tomar hoy?, y disculpe mi atrevimiento pero... ¿por qué siempre está solo?

Pero solo obtuvo la misma respuesta de siempre:

—Nada por el momento, gracias.

El mesero entendió que al recibir las gracias de parte del señor era que no quería hablar con nadie.

Habían transcurridos tres días sin que el hombre hiciera presencia en la taberna, el mesero al ver que el hombre no había vuelto se dirigió hacia el cantinero que estaba en la barra, y le hizo saber su preocupación por el visitante que nunca tomaba nada, éste le dijo:

—Creo no vendrá más, ya que por fin le hicieron una misa, era el dueño del local, precisamente hoy cumple un año de muerto, todos aquí sabían de su presencia.

El mesero se persignó, soltó un trapo en la barra, y dijo:

—Hasta hoy trabajo aquí.

Y así, se marchó del lugar.

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Sin valor y con riesgo

Una mujer apuraba el paso y se notaba algo sudorosa, mientras caminaba volteaba la vista atrás como presintiendo que alguien la perseguía, finalmente al llegar a una esquina, al parecer cerca de su casa, se tranquilizaba. Una persona en forma de ayuda se le acercó para ver qué le pasaba, ésta le hizo saber que nada, que todo estaba bien, mientras prendía un cigarro como tomando auto-control, de pronto un hombre se le acercó para intimidarla, hablándole muy cerca al oído, ésta se puso muy nerviosa, muy pegados de cuerpo comenzaron a caminar alejándose del sitio donde el joven le había ofrecido ayuda.

El muchacho los siguió durante un largo trayecto y observaba la conducta de ambos. La discusión cada vez se hacía más acalorada, de pronto la pelea tomó fuerza y comenzaron a manotearse, un fajo de billetes fue a dar al piso, en ese instante ambos quedaron inmóviles mirándose uno al otro. El joven comenzó a gritar "¡La policía, la policía, corran!", y ambos se perdieron del lugar. Éste tomó el dinero y en una carrera apresurada su figura se perdía en la oscuridad de la noche, llevándose la mejor parte de una larga y extraña caminata.

La curiosidad que sentía el joven para saber cuánto dinero había lo hizo adentrarse a un matorral para contarlos, se agachó para llevar sus manos a las rodillas mientras respiraba aceleradamente por la carrera, luego de descansar soltó dos ligas que agarraban el fajo encontrando que solo había dos billetes falsos en las partes posteriores, ya que el paquete solo era recorte de papel.

Para el joven solo quedaron interrogantes de lo sucedido, sin valorar su propia conducta, o tal vez la mala suerte del momento.

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