No es quien tú crees
Yo no sé si él fumaba tabaco, decía la abuela en su interminable perorata cuando le daba por hablar sobre cualquier cosa que le pasara por la mente, pero no lo dudo porque si esos hombres de los llanos todavía hoy en día mastican chimó y mantienen intactas, como si nada, esas antiguas mañas, no es nada extraño que a ese señor, a pesar de que después quiso echársela de muy fino, y parece que hasta se dio el tupé de irse para Europa y quedarse por allá viviendo, le gustara andar echando ese humo pestilente por donde quiera. Fíjate en esa muchacha que está ahí en el mismo cuarto, no aguanta el mal olor y se le nota a leguas que quiere despacharlo de ahí, decirle que se vaya o marcharse ella bien lejos, hacia cualquier otro lugar, con tal de no soportar esa hediondez y al mal encarado ese que se cree un gran pachá; pero qué va, no puede hacerlo porque seguramente al señor todopoderoso no le gusta que lo dejen solo. Segurito que esa joven es una de las tantas mujeres con las que, aprovechándose de su posición, se amancebó y después también la dejó sola, sin darle nada de lo que le había prometido, porque ese avaro todo lo quería para él -continuó parloteando la abuela, mientras se espantaba una mosca rebelde que se posaba en su brazo-; cuánto no sufrió Dominga, su legítima esposa, prima de nosotras por parte de mi bisabuela materna, por las irresponsabilidades de ese hombre tan déspota que se creía que lo merecía todo; si hasta la casa donde vivía con los cuatro hijos que habían tenido juntos se la quiso quitar sin importarle que los dejaría en la calle. Me imagino que ese cuadro es de la época cuando había comenzado ya a hacer real y contaba con un montón de seguidores que le obedecían todas sus órdenes sin rechistar, solo por congraciarse con ese bandido… Tú crees siempre, mija, -dijo la abuela, volteando ahora hacia el rincón en que se encontraba la nieta que en ese momento la acompañaba- que estas cosas que yo hablo son puras imaginaciones mías, por eso no me prestas atención y te sonríes ahí solapada moviendo la cabeza hacia los lados. Ay, abuela, cállate, por favor, contestó la muchacha con un tono de exasperación, que ese señor que está en ese cuadro no es José Antonio Páez; tú dices que es igualito, pero yo lo que pienso es que le tienes rabia a ese hombre que ya tiene más de treinta años que se murió. Invito al amigo @hafsasadat90 a participar en esta edición de Arte y escritura.
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Upvoted! Thank you for supporting witness @jswit.
Tu texto muestra cómo los recuerdos personales pueden transformar la historia. Las palabras de la abuela están impulsadas por el resentimiento y la indignación moral. Esto convierte al hombre del cuadro en un símbolo de opresión y traición. La respuesta de la nieta introduce duda y distancia. Sugiere que la historia no debe juzgarse únicamente por la emoción. Juntas, sus voces revelan que la memoria es selectiva y subjetiva. Esa verdad a menudo existe en un punto intermedio entre la experiencia vivida y la realidad objetiva.