El día amaneció fresco. Todavía algunas gotas de rocío se hacían presentes en las flores del jardín. En la casa de los Rivas, se escuchó a todo volumen:

Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David,
A las muchachas bonitas se las cantamos así:
Despierta, mi bien, despierta;
Mira que ya amaneció,
Ya los pajaritos cantan
La luna ya se metió.

El olor a torta inundaba el vecindario. Tere, la hija mayor de los Rivas, estaba cumpliendo catorce años, y su mamá había organizado con tiempo toda la celebración: Le prepararía la torta de chocolate rellena de fresa, que tanto le gustaba; los globos serían azules y rosa y los conos para las cabezas eran de Tik Tok, porque ella así lo había pedido.

A la hora de cantar el cumpleaños, su papá llevaba la torta. Ella cruzó los dedos y pidió su deseo para que todos escucharan: Deseo una moto Honda PCX.

Los invitados aplaudieron, y su papá le dijo:

—Deseo cumplido, pequeña —señaló hacia una esquina de la sala; y allí estaba la moto que siempre Tere había soñado: blanca con detalles negros.

Tere brincó de euforia y lloró de felicidad: "Nunca olvidaré este cumpleaños", dijo.

Los adultos comenzaron a hablar de temas políticos y Tere junto a sus amigos se fueron al jardín. Luego el resto de los invitados se les unieron.

Tere se acercó a su papá y le susurró al oído:

—¿Quieres completar mi felicidad?

El papá le respondió:

—Es tu cumpleaños. Pide lo que quieras.

—Deseo probar la moto con Ulises.

—¿Y dejarás al resto de los invitados solos? —le preguntó el papá.

—Te aseguro que no se darán cuenta —respondió Tere, riéndose con picardía.

—Bueno, está bien —dijo el papá.

—Eres el mejor papá del mundo —dijo Tere, abrazándolo con fuerza.

La música cambió de reggaeton a merengue de los ochenta. Los adultos bailaban alegres, hasta que un frenazo ensordecedor se mezcló con la voz de Fernandito Villalona.

La madre de Tere dijo: "Algo le pasó a mi hija". Todos corrieron hacia la calle. Y allí estaba Tere, tendida en el pavimento, con su sonrisa angelical; de sus labios brotaba un hilillo de sangre. Ulises había logrado saltar de la moto, y no tenía nada. Pero estaba en shock, no podía hablar.

El chofer era un menor de edad que también estaba aprendiendo a conducir.

Los minutos que siguieron al accidente fueron de confusión: sirenas, ambulancia, llantos, gritos...

Desde ese día, nada cambió en la casa de los Rivas. El trozo de torta quedó sobre la mesa hasta que las hormigas lo desaparecieron de poquito; los globos se fueron desinflando sin que nadie los quitara del lugar, la moto de Tere se colocó en el jardín junto a sus cenizas, y la foto en la que su papá llevaba la torta y ella cruzaba los dedos para pedir su deseo colgaba en la sala.

_{Foto del concurso organizado por @franyeligonzalez}

Gracias por su lectura

Me gustaría invitar a @genomil, @evagavilan y @casv.