SEC17 WK #1: El perdón une a la familia

Pedir y ofrendar perdón son acciones que llevan a cabo las personas conscientes de los altibajos que impone la realidad, de las lecciones que nos enseña el mundo...

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El perdón, de acuerdo con los postulados de ciertas religiones y con las teorías de la psicología motivacional, representa una gran fortaleza para quien lo practica desde la sinceridad, en lugar de los rasgos de debilidad que le asignan algunos que asumen el mundo como un escenario de perpetuo enfrentamiento con sus semejantes.

Las personas que perdonan se liberan de sentimientos que pueden influenciar de manera negativa su proceder ante los demás, son capaces de dejar de lado los agravios para continuar sin rencores su existencia. Y las que piden ser perdonadas demuestran arrepentimiento, una conciencia reflexiva que les conduce al humilde gesto de solicitar las indulgencias del ofendido para cerrar, de ambas partes, un incómodo capítulo de sus vidas.

En el ámbito familiar, el perdón es esencial porque se trata de personas a las cuales las une un vínculo sanguíneo, de fraternidad, que se postula como sagrado en los predios de la moral religiosa y como fundamental en las sociedades que reconocen a la familia como su principal institución. La especial solidez espiritual en las relaciones de sus miembros, la práctica de las más altas virtudes, constituyen un legado ejemplar para que la humanidad entera marche por los mejores senderos.

Tomando en cuenta estas perspectivas, el perdón en la familia no puede realizarse de forma unilateral como suele ocurrir en otras instancias de nuestra vida. Podemos, en efecto, disculpar, desde los más generosos sentimientos que albergamos, las ofensas de personas ajenas al núcleo familiar sin que estas lo sepan. No consideramos necesario hablarles sobre lo mal que se han portado, sino que pasamos esa página del libro de nuestra existencia para encontrar la tranquilidad interior.

Sin embargo, cuando se debe perdonar a algún miembro de la familia, es imprescindible conversarlo, escuchar las razones del culpable para comprender por qué tomó una decisión que resultó ofensiva para el agraviado, y sobre todo, valorar su demostración de arrepentimiento por lo que llevó a cabo.

El que concede el perdón tiene, por su parte, que hacerlo desde la sinceridad. No se trata, por supuesto, de simular que todo está bien para aligerar la tensión de una incómoda situación, sino de asumir que todos cometemos errores y es conveniente erradicar del alma los sentimientos amargos para continuar adelante. La armonía familiar depende de la transparencia que demostremos en nuestras relaciones, tanto en los momentos felices como en las adversidades.

Después de eso, la persona que resultó ofendida no puede aprovechar el menor desliz de la otra para recriminarle todo el tiempo sus errores, ni el culpable que fue perdonado debe reincidir constantemente en las mismas acciones esperando que la buena voluntad de los demás lo eximan de sus responsabilidades. Si eso llega a suceder el perdón no tiene sentido. Por ello el perdón en la familia debe ser un acto de amor y comprensión, una lección de vida que nos permita continuar unidos por siempre.

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