Esa mañana, el sol acababa de salir por el horizonte cuando Sofía pisó el muelle de Cape Cod. La brisa salada le rozó suavemente el rostro, trayendo recuerdos de una infancia que hacía tiempo había olvidado. El muelle no había cambiado mucho: tablones de madera que crujían levemente, barcos bien amarrados y el inconfundible y relajante aroma del mar.

Sofía no había venido solo de vacaciones; había regresado para encontrar un poco de paz tras meses de una vida agotadora en la gran ciudad. Al final del muelle, se sentó, observando las ondas del agua brillar bajo la luz de la mañana. Algunas gaviotas revoloteaban bajo, como dándole la bienvenida.

De repente, un anciano de barba canosa se acercó a ella. «Ha vuelto», dijo con una sonrisa. Sofía reconoció el rostro: era el Sr. Raymond, el pescador que la había llevado a navegar a menudo de niña.

«Ha pasado mucho tiempo, señor», respondió Sofía.

El Sr. Raymond se sentó a su lado. "Este muelle siempre tiene algo reservado para quienes regresan", dijo. Luego señaló hacia el mar. "El agua aquí nunca está del todo quieta. Como la vida. A veces tranquila, a veces turbulenta, pero siempre dejando espacio para un nuevo comienzo".

Sofía se quedó en silencio. Esas palabras parecieron resonar en ella.

Poco después, el Sr. Raymond le ofreció llevarla a un pequeño crucero en su pequeño bote. Sofía aceptó. Mientras el barco se alejaba lentamente del muelle, el sonido de las suaves olas y la brisa disiparon toda la fatiga que albergaba.

En medio del océano, Sofía cerró los ojos. En ese lugar sencillo, el muelle de Cape Cod, sintió algo que había estado extrañando: paz. Sabía que, aunque la vida siguiera siendo turbulenta, siempre habría un lugar al que podría regresar.

Ese día, Sofía se prometió a sí misma que regresaría. El muelle no era solo un lugar, sino un hogar para su corazón.

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