El relato de Yusbelys
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Las tres reclusas parecían compartir un secreto, y era raro que ninguna otra se acercara a romper la tranquilidad con la que se desarrollaba la conversación. La que inició el diálogo fue Maritza, que desde que entró a la prisión se hizo amiga de Marlenis y luego de Yusbelys.
Maritza tenía un aire de mujer estudiada o al menos culta. Decía que estudió hasta el séptimo semestre de psicología y cuando supo por qué Yusbelys estaba encerrada se acercó a ella para ayudarla a llevar la culpa.
Marlenis es morena y corpulenta, lleva cinco años encerrada por matar a su esposo, que la golpeaba brutalmente al punto de que aún tiene las cicatrices en brazos y cara.
Ese día Yusbelys por fin había accedido a hablar francamente del crimen por el que la habían sentenciado a 15 años de cárcel, en uno de los recintos más peligrosos de ese país tercermundista.
Se sentaron en el suelo, cerca de un lugar al que llegara la luz del sol, y de tal forma que las tres podían verse de frente y escucharse.
–Yo creo que este es un castigo de Dios por haber abortado a mis primeros hijos –soltó Yusbelys cuando Maritza le puso una mano en la pierna, como señal de que podía comenzar.
–Conocí a Deibi cuando atendía el restaurancito de mi tía. Éramos chamos y solo verlo me excitaba –prosigue Yusbelys, joven pero demacrada por una vida llena de malas decisiones.
A Deibi también le atraía la muchacha. Él era un ayudante de albañilería, moreno, atlético y ojos marrones que derretían a Yusbelys.
Yusbelys era delgada, con una hermosa figura que ya perdió, pero no llega a 1,65 metros. En su cara hay rastros de acné mal tratado.
Aún le brillan los ojos cuando nombra a Deibi, una señal de que aún lo ama y lo extraña. Sus pausas eran para poner en orden sus ideas y secarse la lágrima que le molestaba en la mejilla y el corazón.
–La primera vez que lo hicimos fue en la cocina del restaurante –sonrió pícaramente–. Yo me quedé a limpiar y él regresó al rato de haberse ido. No dijo nada, solo me agarró las manos y me besó. No quería negarme a nada con él.
Cada vez que podían hacían el amor sin más límites que el cuerpo. Frenéticamente, con desesperado.
–Cuando tuve el retraso no lo dudé, ni siquiera pensé en decirle a él. Me fui a casa de Virginia y de allí a ver a su madrina. La señora resolvió todo. Salió todo perfecto y por eso la segunda vez estuve más confiada, pero me puse mala luego, tanto, que debí inventar que tenía dengue.
Las otras dos mujeres escuchaban atentas a Yusbelys, que ya no hacía más que hablar y llorar.
–Deibi me pidió matrimonio seis meses después –se recompuso–. El papá le había regalado un terreno cerca de un río y él construiría nuestra casita. “Quiero tener familia contigo”, me dijo. Estábamos enamorados.
Pronto estuvo lista una habitación y la cocina de la casa, pequeña pero bien fundada. Yusbelys y Deibi se casaron sin espera.
–Ahora sí podía tener a sus hijos y los esperábamos, pero –Yusbelys detuvo su relato. Un par de reclusas se acercaron para entregarle un paquete pequeño a Maritza, quien las despachó rápido. Ya Yusbelys no subía la mirada.
–Continúa, te escuchamos –la animó Maritza.
Yusbelys retomó con dificultad.
–Ahora que sí quería estar embarazada no lo conseguía. Deibi me llevó a un médico que me revisó y los resultados lo destruyeron. Yo no podía tener niños. También se enteró de los abortos.
Todo cambió en la vida de Yusbelys y Deibi desde ese día. Él ya no la buscó más en la cama, no hacía chistes para que ella riera escandalosamente, ni la miraba.
Una noche Yusbelys lo enfrentó, alterada, desesperada. Deibi la dejó gritar, sacudirlo y halarse el cabello. Al final la sentenció: “Yo quiero tener hijos, y si tu no los tendrás, otra sí”.
La mañana siguiente Yusbelys era otra mujer. Toda la noche pensó, analizó y planificó. Se levantó decidida, y salió bien vestida a la calle. No se dio cuenta que ya su esposo la había abandonado.
–Yo iba a tener un hijo para Deibi como sea. Estuve en la parada, frente al hospital, toda la mañana. Observé y esperé, hasta que apareció la indicada.
Kelly tenía 14 años, 3 meses de embarazo, pero no tenía dinero ni un hombre que la ayudara con la carga. De baja estatura, rellena y carita redonda y angelical la hacían ideal para los planes de Yusbelys.
–Era perfecta –la expresión de Yusbelys cambió. No había rastros de arrepentimiento–. Era una niña, no se sentía apoyada, el que la preñó la dejó sola, sus papás no podían ayudarla, y creo que no querían. Así que me hice amiga de ella. Le ofrecí una cuna, una bañera, ropita para el bebé y pañales.
Por meses Yusbelys y Kelly se comunicaban a diario, a través de mensajes de texto o llamadas telefónicas. Yusbelys la acompañaba a las consultas, le regalaba comida, la cuidaba.
–Y llegó el día –Maritza agarró la mano de Yusbelys y la apretó. Marlenis le sonrió como símbolo de aprobación–. En la última consulta todo estaba bien. La niña nacería pronto y yo tenía todo listo. Le dije que fuera a mi casa para hacerle una cena y que se quedara a dormir. Ella aceptó contenta.
Esa noche Yusbelys sedó a Kelly con medicamentos que creyó inofensivos para el bebé. Abrió el abultado abdomen de la adolescente y sacó a la niña, que parecía muerta, envuelta en sangre y fluidos oscuros. Le limpió la cara y la nariz con una toalla suave. La pequeña reaccionó.
–Bienvenida al mundo, Adriana. Yo soy tu mamá y pronto conocerás a tu papá –le habló a la recién nacida mientras Kelly se desangraba dormida en la cama.
Colocó a la bebé en una cuna, y constató que Kelly había muerto. Cortó el cadáver en varias piezas y las arrojó con sigilo y esfuerzo al río cercano.
Marlenis tenía la cara descompuesta y Maritza no sabía qué decir, hasta que por fin la interrogó.
–¿Estás arrepentida?
–No. Si la niña no se hubiera enfermado esa misma noche estuviera conmigo. La tuve que llevar al hospital y ahí fue cuando me descubrieron.
–¿Qué dijo Deibi?
–Mi mamá me dijo que fue a la casa y que no quiere saber nada de mí. Yo lo he llamado y le mando mensajes pero no ha venido a visitarme.
–¿Crees que ese es tu castigo? –siguió Maritza.
–Sí, no tenerlo a él es mi castigo.
–¿Y qué piensas de Kelly?
–Era una niña tonta, con la suerte de poder tener hijos, y yo aproveché eso, para tener a mi Adriana.
–¿Entonces no te arrepientes de lo que le hiciste? –insistió Maritza.
–La verdad que no –respondió Yusbelys, sin pose.
Las tres mujeres se levantaron del suelo y Maritza abrazó a Yusbelys con cariño. Luego la abrazó Marlenis, que la apretó con más fuerza hasta que fue incomodo.
Yusbelys trató de zafarse, pero Marlenis le ganaba en fuera, tamaño y convicción.
–Quieta, quieta –le dijo Maritza acercándose poco a poco a ella–. Este es tu castigo –le susurró al oído mientras le rebanaba el cuello con un cuchillo pequeño y filoso.
INSPIRADO EN HECHOS REALES
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Bastante fuerte el relato, pero a pesar de la crudeza muy verosímil. ¡Excelente publicación!