Perdon a las que amores fingieron

in #amor25 days ago (edited)

Hubo un tiempo en que creí que el amor era una ecuación simple: dar para recibir, amar para ser amado. Pero la vida, con su sabiduría silenciosa, me enseñó que el corazón humano es un territorio más complejo. En mi juventud, conocí a alguien cuyas palabras eran melodías y cuyas promesas parecían talladas en piedra. Me entregué por completo, creyendo que la reciprocidad era inevitable. Sin embargo, con el tiempo, descubrí que aquel amor era un espejismo, un sentimiento fingido que yo había vestido con las galas de la autenticidad. La desilusión fue un huracán que arrasó con todo lo que creía sólido.

El dolor de amar sin ser correspondido es una de las experiencias más desgarradoras que puede vivir un ser humano. No es solo la ausencia de amor lo que duele, sino la confrontación con nuestra propia vulnerabilidad. Recuerdo las noches en que repasaba cada gesto, cada palabra, buscando en vano una señal de sinceridad que nunca existió. La sensación de haber sido un títere en una obra ajena me sumió en la amargura y la desconfianza. Me preguntaba cómo alguien podía construir castillos de mentiras sobre los cimientos de mi confianza, y me aferraba al rencor como un escudo contra futuras heridas.

Sin embargo, con el paso del tiempo, comencé a vislumbrar una verdad más profunda. En medio del caos emocional, recordé aquellos momentos de felicidad, aunque efímeros y basados en engaños. La risa genuina que brotaba de mi ser durante aquellos paseos, la paz que sentía al creerme amado, la luz que iluminaba mis días... ¿Acaso esos instantes dejaban de ser reales porque su origen fuera una mentira? La felicidad experimentada, aunque surgida de un fingimiento, tuvo un valor auténtico en mi vida. Fue entonces cuando entendí que perdonar no significaba justificar el engaño, sino liberarme del peso del resentimiento.

Perdonar a quienes nos fingieron amor es un acto de sanación personal. No se trata de absolver su falta de autenticidad, sino de reconocer que, a través de su mentira, experimentamos destellos de alegría que formaron parte de nuestro camino. Al perdonar, dejamos de ser víctimas de una historia pasada y nos convertimos en autores de nuestro propio futuro. La felicidad que sentimos, aunque breve, merece ser honrada como un regalo inesperado en nuestro viaje emocional.

Al final, comprendí que el amor verdadero no se mide por su duración ni por su reciprocidad, sino por su capacidad de transformarnos. Aquellos que fingieron amarme, sin saberlo, me enseñaron lecciones esenciales sobre la resiliencia, la autententicidad y el perdón. Hoy miro hacia atrás sin amargura, agradecido por los momentos de felicidad que, aunque surgidos del engaño, fueron genuinos en mi experiencia. Perdonar no es debilidad; es la fortaleza de quien reconoce que incluso las flores más bellas pueden crecer en tierra movediza.

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