CORNUCOPIA
El asunto de merecer, tiene sustrato etimológico en aquello de ser digno de un premio. Desde pequeños creímos que el énfasis radica en el sacrificio, por lo cual, muchas veces se ha adjudicado a lo negativo, al error, a aquello que si nos pasa, es por algún capricho de un destino que resulta ser bastante parecido al castigo. Te lo mereces y ya. Lo peor de toda esta cuestión, es que nos lo creímos. Lo tomamos como una verdad incuestionable.
Si miramos alrededor, no todos tienen un plato caliente de comida, bueno, ni siquiera un plato de comida. Me temo que si se trata de considerar los mínimos aceptables para vivir, esto es una prioridad. En este caso, el derecho a merecer, implica la premisa que él merece tanto como yo. No es un premio comer, si así fuera, merecemos ese premio unánime.
En la epopeya griega, Rea salvó a su hijo de la maldad de Cronos y lo dejó en una cueva al amparo de una cabra, Amaltea. Ella terminó siendo la nodriza del pequeño divino. Lo alimentó y jugó con él mientras crecía. Un día, Zeus jugaba como de costumbre y sin querer, partió el cuerno de su nodriza con uno de sus rayos. Viendo su dolor, intentó aplacarlo haciendo sonar con fuerza el cuerno roto, aliviando y reparándolo. De allí brotaban generosamente frutas, semillas y flores.
La cornucopia, es una alegoría que revela la necesidad de protección de la vida, el regalo de la abundancia, promueve alivio tangible. Es cuestión de lealtad al principio de reciprocidad, simplemente de ida y vuelta. Reconoce la prioridad de contar con necesidades básicas satisfechas.
La Cornucopia por estos tiempos requiere sintonizar el merecer y el bienestar desde un cuerno reparado, un dolor endulzado con miel y un espacio interior y exterior, repleto de flores para lo insondable del ser.
Que tu salvación sea la de otros, es el plus de lo que abunda: se comparte. Que seas infinito. Que las semillas sean esparcidas desde tu pecho a la galaxia. Mereces el premio. Yo lo merezco. Imagina que la cueva nos cobija a todos.

