Aficiones secretas
Aficiones secretas
(Suspenso- Terror)
Llegó el día en que Julio le mostraría a su mejor amiga Vanesa, todo aquello que escondía, lo que no sabía la joven era que tantos secretos la arrastrarían a un lugar impensable del que tendría que escapar.
Capítulo único!
—Avanza por favor, tienes que seguir caminando, ya queda poco —la voz de Vanesa estaba llena de terror y angustia; además estaba claro que mentía.
—No, no, por favor déjame, vete, sal de aquí, yo no puedo —no podía continuar, la pierna de Julio le dolía demasiado, tenía un esguince a la altura de su talón, estaba muy inflamado y las punzadas al moverlo eran cada vez más dolorosas.
—No te voy a dejar aquí… ¡Muévete! —exigió y lo haló del brazo para ayudarlo a caminar. Su peso le evitaba avanzar más rápido, pero no deseaba dejarlo solo, sabía que si hacía eso era regalarlo a una muerte segura.
Caminaban con la máxima rapidez que podían, pero las ramas, los arbustos, las raíces del lugar les impedían moverse como deseaban. La negrura de la noche y el sonido de los búhos, sapos y animales nocturnos no hacían el ambiente más cómodo.
Vanesa vio su brújula de nuevo con la poca luz que le ofrecía la luna y no sintió ningún alivio.
—Aún nos quedan como veinte minutos de camino —le dijo mientras se subía el brazo de su amigo hacia su hombro.
—Tu concepto de poco, por lo que veo no es el mismo que el mío —se quejó Julio mirándola a la cara.
Ella era su mejor amiga, la única que tenía desde hacía diez años. Para este momento tenía muy en claro que había sido una muy mala idea invitarla a este lugar; el propósito era mostrarle el único secreto que aún le guardaba a ella, pero todo le había salido mal.
—Estamos vivos, eso es lo único que importa ¿no crees? La verdad es que no veo la hora de salir de este maldito lugar.
—Lo siento Vanesa, no debí traerte aquí —A Vanesa le pareció extraño escuchar unas disculpas tan sinceras. No comprendía, ella tenía claro que todo esto no era culpa de él.
—¿Por qué te disculpas? Solo vinimos a acampar, cómo íbamos a saber que unos malditos nos empezarían a disparar sin control o como si fuéramos animales.
Julio solo asintió y se enfocó en el terrero, quería evitar caerse y que eso les aminorara el paso.
A lo lejos se escucharon unas detonaciones de armas y los gritos de una mujer.
—Oh, Dios mío, esto no puede ser verdad, ¿están atacando a otras personas? ¿Quiénes son esas personas aberrantes? ¿Por qué hacen eso? —Vanesa miraba hacia los lados desesperada, muy asustada por si los veían.
—Déjame, no merezco que arriesgues tu vida por mí —Julio se sentía miserable por esta situación.
Vanesa se detuvo y lo miró a la cara con el ceño fruncido y cierta molestia recorriéndole el cuerpo.
—¡Cierra la puta boca! Yo no podría vivir sabiendo que te dejé aquí herido a la buena voluntad de Dios; y más cuando hay tipos locos con armas por aquí.
—Yo sé porque te lo digo Vanesa, déjame aquí, por favor —intentó soltarse del agarre que le tenía su amiga y una vez libre de ese semi-abrazo, la joven se acercó al árbol más cercano y tomó un poco de aire, estaba muy sofocada por el esfuerzo— ¡Vete por favor! Nos van a alcanzar, lo sé, es mejor que solo muera uno de los dos.
—Ni tú ni yo vamos a morir… ¡Mueve ese culo! Estamos ya a pocos minutos del automóvil, una vez que lo encontremos nos largaremos muy lejos de este lugar.
Julio sabía que con él herido no lo lograrían, así que se armó de valor y decidió contarle la verdad a su amiga.
—Vanesa, este no es un bosque común y corriente, no es un lugar de recreación… bueno, no al menos una recreación sana… o aceptada por así decirlo.
—¿A qué te refieres? ¿Estás a punto de decirme algo importante? —lo interrumpió caminando hacia él, esta vez con rostro curioso —¡Habla!
—Va-Va-Vanesa —tartamudeó no sabiendo cómo continuar con lo que le iba a decir —es delicado lo que te voy a decir y necesito que tengas tu mente abierta.
—¡Habla infeliz, algo me dice que no me vas a dar una noticia de mi agrado!
Negó inseguro y asustado por la reacción que tomaría su amiga.
—Vane-nesa este es un bosque donde se cazan humanos, más no a los animales.
—¿¡Qué aquí queééé!? —gritó la joven y de inmediato se escuchó un disparó, ellos por pura inercia se tiraron al suelo y la bala chocó contra el árbol más cercano —¡Mierda! —vociferó y agarró llena de adrenalina a Julio haciendo el esfuerzo con su cuerpo y comenzó de nuevo la carrera hacia el automóvil. Cuando ya habían corrido llenos de miedo al menos unos dos minutos, Vanesa se sintió un poco más segura y decidió detenerse para soltar como un saco de cemento a Julio y mirarlo con desconcierto, le preguntó con tintes de acidez en su voz: —¿Dónde carajo estamos? ¿Cómo es eso de que aquí se cazan humanos? ¿Nosotros estamos siendo cazados? ¿Cómo mierda es que tú sabes esto y yo no?
—Vane, te traje aquí para decirte un gran secreto que no sabes de mí.
—A ver si entiendo, me trajiste aquí, a este puto lugar donde ambos podemos morir, solo para contarme un secreto… no se te ocurrió la maravillosa idea de decírmelo por un mensaje de texto, llamada o decírmelo en mi casa —estaba muy molesta, quería saltarle encima y golpearlo, se tuvo que contener para no responderle a gritos histérica.
—So-solo —no sabía cómo continuar—, solo quería contarte lo que hago una vez al año.
—¿Qué acaso tu hobby es exponerte ante unos malditos idiotas? ¡Sé que te gusta experimentar la adrenalina, sé que te gusta tirarte de parapente; y manejar a ciento ochenta kilómetros por horas en tu motocicleta! Y en ambas actividades te he acompañado, pero esto, esto maldito infeliz, esto es ya caer en los extremos… esto es demasiado.
—No, Vanesa, no me estás entendiendo —la corrigió, mientras se sentaba en la raíz de un árbol. Se sentía agotado, no entendía lo que pasaba, pero ya no tenía ni tiempo ni cabeza para pensar en la situación.
—¿Qué quieres que entienda? ¡Que me pusiste en inminente peligro, que eres un maldito idiota! Cuando salgamos de aquí juro que te partiré una pierna y dejaré de hablarte mínimo por un año… te aseguro que te va a costar mucho contentarme después de todo esto… esto es lo peor que me has hecho hacer.
—Entiendo tu rabia, y luego de todo esto, acepto que fue un gran error traerte hasta aquí.
—¡Ohh, mira! —señaló hacia su derecha— Ahí va corriendo tu cerebro, como que se te ha caído por pensar tan correctamente por unos segundos… creo que huye por una sobrecarga momentánea de inteligencia—, los ojos negros de Vanesa brillaban consumidos por el sarcasmo y la molestia.
Julio sonrió. Extrañaría ese humor negro constante de su amiga, ella siempre lo sacaba hasta en los momentos más difíciles que le habían tocado vivir juntos, como en este caso, este era el momento para asumir la verdad completa de toda la situación.
El joven se tomó un momento, sostuvo una bocanada de aire para tomar un poco de seguridad y le dijo toda la verdad sin tapujos.
—Soy un cazador de humanos, no te traje aquí para que corrieras peligro, solo te involucré en esto para que vieras lo que hacía esa semana en la que desaparecía de forma anual y no te decía a dónde iba… por eso te pedí que te taparas los ojos las últimas dos horas de viaje, por eso no sabes dónde estamos… perdóname… esto no debía ser así… no comprendo qué es lo que está pasando en esta oportunidad… pero de lo que sí estoy seguro es que creo que ya se me acabó el tiempo para averiguarlo. —Terminó mirándose el inflamado tobillo que para entonces tenía un enorme enrojecimiento alrededor y que prometía en cualquier momento volverse un enorme moretón, eso sin contar que ya tenía el doble de su tamaño normal.
Para entonces lo miraba con la quijada que casi le caía al piso, estaba hiperventilando y miraba hacia los lados más aterrada que nunca. Ahora se sentía sola, la situación había cambiado de forma abismal.
—Eres un maldito… un monstruo… ¿cómo pudiste? ¿¡Cómo?! ¿Cómo es que me trajiste hasta aquí? Abusaste de mi confianza, de mi amistad, no pensaste en que me podías poner en peligro… ¿Sabes qué? Si tuviera un arma en este mismo momento te dispararía… ¡No mereces vivir! ¡Matáis! ¡Cazas humanos! Eres una bestia —le terminó gritando llena de resentimiento, pero olvidó que no debía alzar la voz, porque eso daría su ubicación exacta.
—Ibas a estar a salvo, solo te quería mostrar esa parte de mí que no conocías, somos amigos desde hace años, pensé que comprenderías… te juro que no sé qué es lo que pasa en estos momentos… nada de esto debería estar ocurriéndonos… no a nosotros.
—Definitivamente no tienes cerebro, ¿cómo se te ocurre siquiera creer que iba a tolerar esta clase de actividad? ¡Eres un asesino!
—No, no lo soy… ellos se venden para morir y a cambio sus familias son indemnizados con fuertes cantidades de dinero, yo solo pago por un servicio… se escucha irracional, pero lo que se hace no es tan inhumano cuando son ellos mismos los que deciden.
—¿Así te lavas tu escaso cerebro? ¿Eso es lo que te dices a ti mismo todas las noches antes de dormir? ¡Eres basura! —Vanesa se dio la vuelta para continuar su camino, buscaba un poco de luz filtrada a través de los árboles para ver bien su brújula.
Vanesa escuchó una rama partirse y miró hacia los lados con los ojos como platos. Sintió un mal presentimiento, pero antes de que pudiera hacerse a correr recibió un disparo en la pierna.
—Nooo —gritó Julio hiperventilando, se levantó como pudo y corrió al encuentro con su amiga. Vanesa contenía sus gritos, sentía un dolor tremendo. Estaba tendida sobre el suelo, temblando por todo ese miedo que experimentaba y con sus manos temblorosas hacía presión en la herida de su pierna para evitar desangrarse. Cuando Julio la tocó ella llena de rabia se apartó de él.
—¡No me toques! ¡Lárgate de aquí, no te quiero cerca! —en todos los años de amistad ella jamás lo había despreciado de esa forma, y la situación le provocó un dolor en el pecho.
—Deja que te ayude por favor —le rogó, pero ella le dio un manotazo para que quitara la mano de su pierna, él le iba a insistir pero guardó silencio porque escuchó unos pasos que se acercaban hacia ellos—. Alguien viene, por favor, hazte la muerta —le susurró mientras le tiraba encima unas hojas para tapar su cuerpo.
Por experiencia propia sabía que en largas distancias un cazador promedio disparaba a un humano de lejos y luego se acercaba para darle muerte, esa era una forma de alargar la adrenalina; el lugar era muy oscuro y eso también evitaba la buena visibilidad.
Con la poca valentía que le quedaba en el cuerpo se mantuvo de pie mirando hacia el sonido de los pasos. Caminó unos pasos hacia adelante para captar la atención del cazador y que no se fijara en Vanesa.
Sintió terror al ver el gran rifle que se asomaba entre la oscuridad hacia ellos. Dio dos pasos errantes hacia el frente con las manos en alto para dejarse ver. Unos segundos después sintió un alivio al ver que el misterioso cazador era un gran conocido suyo.
—Ho-hola Eduardo, soy yo, Julio —murmuró, no quería ser tan espontáneo sabía que si alteraba su movimiento al joven se le podría escapar un disparo.
Eduardo sonrió y dejó de apuntarlo con el arma.
—Hola Julio, es bueno verte por aquí.
—Sí amigo, no sé qué está pasando… me han estado cazando, creo que hay un error y la oscuridad de la noche no ha ayudado… no me han reconocido.
Eduardo empezó a negar con la cabeza, pero a pesar de eso se veía con gesto divertido.
—No creo que haya un error —las palabras provocaron un escalofrió en la columna vertebral de Julio, aun así, quiso quitarse la duda por completo.
—¿A qué te refieres con que crees que no hay un error? Soy miembro de este maldito club, —comenzaba a alterarse—, no puede ser posible que me estén cazando… ¿cómo es esto posible?
—Te diré la verdad porque igual vas a morir —contestó disfrutando cada palabra dicha. Vanesa escuchaba todo y sus lágrimas salían de forma descontrolada, trataba con todas sus fuerzas de no sollozar de forma audible y cuando escuchó lo siguiente que dijo el desconocido, puso los ojos como platos—. Yo pagué cuatro veces la cantidad promedio para darte muerte.
—¡Ah! ¿Cómo es eso posible? —inquirió Julio dando dos pasos hacia atrás visiblemente alterado y confundido; nunca en su vida había sentido tanta adrenalina y miedo al mismo tiempo.
—El dinero puede darte hasta el capricho más exuberante… quería matarte, eres o mejor dicho desde hoy, eras, el cazador con más muertes en el club y para serte sincero me estorbabas en el camino… sin ti en el medio, no se me hará difícil quedarme con ese título en unos pocos años.
—¡Eres un maldito envidioso! —balbuceó Julio dándose la vuelta e intentando correr. Dejaría a Vanesa allí, escondida, tenía por todos los medios que alejar la atención de Eduardo de su amiga.
—¿Por qué huyes de mí? Un disparo cercano con este rifle te dará una muerte sin dolor, no sería mejor que apostaras a una muerte menos dolorosa, te mereces perecer de una forma más fulminante… si te alejas corres el riesgo de que te haga sufrir mucho más —se burló Eduardo, la verdad era que podría verlo sin problemas frente a él en la oscuridad, de repente se acordó de la acompañante de su presa y le preguntó— ¡Oye y la mujer que trajiste! —Se detuvo para mirar varias veces a los lados, la mujer no debía de estar tan lejos— ¡Es una lástima que también deba matarla! Pero ya sabes, no podemos dejar testigos.
Oh no —pensó Vanesa aterrada temblando entre las hojas.
—No sé quién es, ella se fue, la conseguí por casualidad en el bosque y huyó lejos de mi cuando le disparaste, está herida, pero debe estar ya un poco lejos —gritó Julio— Ya luego darás con ella, si está aquí es porque debe ser cazada. —El joven siguió corriendo de forma instintiva, se ponía detrás de los árboles mientras escuchaba los disparos muy cerca de él.
—No te he matado porque me gusta verte correr —Eduardo se sentía encantado con la situación, estaba eufórico por poder darle muerte a su rival. Vio su brújula y se dio cuenta de que ya estaba cerca de la carretera, tenía que matarlo ya, sino podría escapar.
Se detuvo, tomó aire, una, dos veces, apuntó hacia la cabeza de Julio y sin ningún esfuerzo apretó el gatillo sin fallar.
Un suspiro de satisfacción llenó de felicidad a Julio. Mientras sus sesos se esparcían por la tierra del bosque.
Maldito, me costaste caro, pero todo esto valdrá la pena —pensó mirando su reloj. Eran casi las seis de la mañana.
—Mierda ya va a amanecer y aún debo buscar la acompañante de ese idiota… espero encontrarla pronto. —Se supone que nadie debe quedar vivo al amanecer.
A lo lejos escuchó el grito de una mujer luego de un disparo. Eduardo volvió a sonreír complacido.
—¡Já! Eso estuvo fácil, por lo que veo ya la consiguieron y la asesinaron… supongo que esto es todo por hoy.
Encendió un cigarro y comenzó su caminata hacia la estación del bosque de la empresa de cacería internacional de la cual formaba parte.
Fin
Cuídate siempre las espaldas, recuerda que no hay nadie peor que un falso amigo o un compañero envidioso.
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