La Fe Santa: Los Objetos Religiosos
Primera parte: Ateísmo Primitivo y Orígenes
Los Objetos Religiosos
El hombre primitivo en su infinito ingenuo logró encontrar a Dios en todo lo que le rodeaba y concibió almas en todas las cosas; así, y mediante el refuerzo constante que supuso el miedo, todo aquello que pertenecía a su entorno natural le resultaba aparentemente vivo y se tornaron divinos los objetos celestiales, terrenales, sexuales, animales y humanos. Si bien es difícil afirmar cuál fue el primer objeto en despertar devoción, acordemos pues que nuestra memoria compartida no da para tanto, es una apuesta confiable suponer que fue la Luna - un faro luminoso, proveedor de luz en las más profundas oscuridades, cambiante con las semanas y por ende juguetona - uno de los primeros. Fue ella además, ante los pueblos primitivos, la causante de la menstruación femenina, tal era nuestro ingenio.
Es incierto el momento en que ocurrió el reemplazo de esta por el Sol, quien luego se convertiría en el Gran Dios de los primeros hombres, como amo y dueño de los cielos. Quizás ocurriese con el paso del hombre de caza al hombre de campo, cuando terminó la agricultura por imponerse como nuestro sustento principal y se reconociese al tránsito solar como indispensable para la vida, la siembra y la cosecha; la tierra, hasta entonces soporte animal, pasaría con ello a ser una Diosa propia, fertilizada por el Sol caluroso y que daría a luz frutos y alimentos, y el hombre entonces les adoró. De este modesto inicio de culto solar derivarían las grandes fes paganas de la antigüedad y terminaría Dios por convertirse - posteriormente - en una personificación del Sol.
Pueblos como Japón creyeron fervientemente en el Dios del Sol y consideraban al emperador como su encarnación humana, Anaxágoras sufriría este culto mucho antes al ser exiliado por los griegos cuando afirmó que el Sol no se trataba de una deidad sino de una mera bola de fuego, y hemos de recordar aquí que la edad media guardó reliquias de esta adoración celestial en la forma de los halos dibujados sobre las cabezas de sus santos. Si algo evidencia nuestra historia es lo inamovible de las masas base de la humanidad, son ellas tan fundamentales como precarias y ha sido siempre la labor de una minoría erigir lo civil por sobre su estatismo.
Como el Sol y la Luna, pero en menor medida, toda estrella pasó a contener vida secreta y se convirtieron en dioses particulares. Bajo el Cristianismo, estos espíritus serían quienes darían vida a los ángeles guardianes. El cielo mismo era entonces alabado en su totalidad y entre muchos pueblos primitivos las palabras "Dios" y "Cielo" llegaron a confundirse hasta significar lo mismo. Ejemplo de ello fueron los Mongoles, quienes llamaban Tengri a su Dios supremo y al Cielo; en China, Ti cumplió la misma función y en ciertas partes de India le llamaron Dyaus pitar a lo que en Grecia - salvando las distancias, claro está - llamaban Zeus y en Persia Ahura, El Cielo Padre.
A día de hoy se han diferenciado las palabras, pero el lenguaje, que favorece sus caprichos, guarda memoria de ello en quienes le piden a Dios en el Cielo por protección y favores especiales.
El punto central de las grandes mitologías primitivas fue por supuesto el apareamiento constante entre la fértil tierra y el padre cielo. Casi todos los pueblos consideraron a la Tierra como la Gran Madre, y sus ríos, rocas, arbustos, valles y montañas sirvieron como objetos de veneración a lo largo de la historia y con mayor fuerza en la religión más antigua de Asia. Nuestro propio lenguaje, que es a menudo el resultado precipitado de creencias primitivas - o inconscientes - parece sugerirlo inclusive a día de hoy con el parecido existente entre las palabras materia (materia) y madre (mater).
"Ishtar y Cibeles, Deméter y Ceres, Afrodita, Venus y Freya, son todas ellas formas comparativas posteriores de las Diosas antiguas de la Tierra cuya fertilidad constituyó la generosidad de sus campos"
Will Durant - Nuestra Herencia Oriental
Nacían con la llegada del día y morían al anochecer, y sus nacimientos, matrimonios, muertes y resurrecciones triunfantes fueron concebidas como símbolos del florecimiento y decaimiento, y en última instancia de la renovación cíclica de la vida vegetal. Sin duda alguna para el hombre primitivo habría de haber sido ello milagroso, puesto la carne humana padece la "muerte" en forma distinta. Estas deidades revelan en su género la asociación primitiva de la agricultura con la mujer, pero como ya he mencionado, pasó el hombre a dominar el campo también y con ello fueron sustituidas luego por deidades masculinas - presumiblemente como un reflejo de la familia patriarcal que triunfó.
De la misma forma en que la poesía de la mente simple encuentra divinidad en el crecimiento de un árbol, es de esperarse que hallaría lo mismo en la concepción de un hijo. El salvaje, podemos convenir, nada entendía de óvulos y esperma y mecanismos internos; su mundo, basado tan solo en lo observable y externo, encontró explicación en la intervención sobrenatural y rindió culto a las estructuras externas involucradas (la vagina y el pene) pues estas también debían contener espíritus y poderes creativos misteriosos que lograban de alguna forma el milagro de la vida. Los rituales sexuales estuvieron presentes en casi todos los pueblos; Egipto e India, Babilonia, Asiria, Grecia y Roma, sostuvieron el carácter sexual en alta estima mediante una pasión por la fertilidad femenina y terrenal - y no mediante la obscenidad.
Así, ciertos animales pasaron entonces a simbolizar el sexo masculino y femenino, en base a la forma y poder reproductivo divino - la serpiente en la historia del edén, por ejemplo, habrá de satisfacernos al sugerir el sexo, o el despertar sexual, como el comienzo del conocimiento del bien y el mal, uniendo de manera poética la inocencia con la dicha.
No existe animal en la naturaleza que no haya sido en alguna medida alabado como un Dios. Los Indios Ojibwa lo hicieron extensamente y llegaron a llamar totem a su animal sagrado y es de este comienzo que deriva el totemismo que denota la alabanza a un objeto en particular - usualmente animal o vegetal - sagrado para un grupo. Variedades de éstos han sido encontrados a lo largo de toda la tierra, desde las tribus indígenas de Norte América a los nativos del África, los Hindúes y Australianos y sirvieron, a manera de objeto religioso, para unificar a su gente en un pensar común. La paloma, el pescado y el cordero del naciente cristianismo fueron reliquias de adoración totémica e incluso el cerdo llegó a ser un totem de adoración judía.
Su inicio estuvo con toda seguridad ligado al miedo, la gran madre de la religión, pues el hombre primitivo rezaba a los animales por su fuerza y poder, y sus espíritus, incluso en la caza, debían ser aplacados, pero a medida fue el hombre librando los bosques de sus bestias y se estableció un sentir de seguridad relativa con la agricultura, el culto animal finalmente declinó, si bien nunca desapareció, y la ferocidad original de los dioses animales fue entonces transmitida a los primeros dioses semi-humanos. Su transición es visible en las famosas historias de metamorfosis que relataron los Ovidios de todas las lenguas.
La mayor parte de los dioses humanos parecen, sin embargo, ser en sus comienzos hombres idealizados. La aparición de hombres muertos en sueños de quienes aún vivían habría sido suficiente para establecer el culto a la muerte, pues si la alabanza no es el hijo, seguramente es hermano del miedo. Así, los hombres que fueron poderosos en vida, fueron alabados en muerte y algunos pueblos al hablar de Dios hablaban en realidad de "un hombre muerto". Inclusive hoy es difícil diferenciar las palabras espíritu de fantasma y ello depende de su connotación o contexto. Tan fuerte fue la creencia original de la continuidad de la vida tras la muerte, que el hombre primitivo enviaba mensajes - a menudo de la forma más literal posible - a sus muertos. Una tribu en particular sacrificaba a un esclavo tras recitársele un mensaje para que su alma lo entregase posteriormente, y si algo había quedado por fuera del mensaje, mero descuido del Jefe seguro, otro esclavo decapitado serviría de postdata.
Es fácil imaginar como gradualmente el culto al fantasma se convirtió en la adoración del ancestro. Esta forma de alabanza además resultó apta para promover el orden de la autoridad social, su continuidad y el conservacionismo, y terminó por esparcirse a las grandes regiones del mundo. Floreció en Egipto, Grecia y Roma y sobrevive aún con menos fuerza en China y Japón; y solía darse el culto ancestral como sustituto de la adoración a deidades en muchos pueblos primitivos. La institución fortaleció a la familia y otorgó de estructura a las sociedades más primitivas. Entones, habría el miedo, originario del culto a la muerte, quedar finalmente transformado en adoración.
La idea de un Dios humano fue un desarrollo tardío y lentamente diferenciado y a estas alturas no me queda sino admitir que es todo esto, en el mejor de los casos, especulación sustentada y por lo tanto de poco valor para algunos. Surgió de entre un océano de espíritus y fantasmas que rodeaba y habitaba el todo, del miedo y la devoción a vagos y deformes espíritus que fueron luego trasladados a poderes celestiales, terrenales y animales y terminaron tomando la forma de sus ancestros. La noción de Dios como Padre es probablemente un derivado del culto al ancestro y a la familia y significó que era el hombre un ser físicamente engendrado por los dioses. No existe en la teología primitiva una distinción genérica entre ambos y para los griegos antiguos, por ejemplo, eran los dioses sus ancestros y eran sus ancestros los dioses. Un desarrollo posterior se dio cuando, de entre la miríada de ancestros, ciertos hombres y mujeres - sin duda alguna distinguidos en vida - terminaron por ser diferenciados de la masa con mayor claridad; así, los Reyes se convirtieron en Dioses y es con este desarrollo que se alcanzan ya a las civilizaciones históricas.
Referencias
Jung, C. G., Psychology of the Unconscious
Allen, G., Evolution of the Idea of God
De Morgan. Jacques, Prehistoric Man
Durant. W, Our Oriental Heritage
Reinach, Orpheus
Tarde G, Laws of Imitation
Spencer, Sociology i
Examples in Lippert
Smith. W. Robertson, The Religion of the Semites
Gracias por todo el conocimiento, Alejandro! Siempre es un placer leerte y reflexionar con tu trabajo.
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Interesante post, @aolivares. Un misterio de nuestra especie el de simbolizar lo metafísico, germen de los miedos y los dogmas. En esas aguas nos seguimos moviendo. Saludos
En efecto @tresminotauros, saludos y gracias por haberte tomado el tiempo de leer.
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