EN SAN VALENTÍN: DEL AMOR Y SUS FANTASMAS
¡Que difíciles son las relaciones de pareja!
Si, cuantas personas asisten a consulta, buscan apoyo emocional o simplemente lloran agobiados por un mal de amores o por sus desamores. El amor y sus fantasmas
Lo que inicia con un encantamiento, una gran fascinación y un erotismo desbordante, puede transformarse con el tiempo en un microinfierno, una zona de conflictos, llanto y sufrimiento. No sabemos cuantos, pero debe ser altísimo el porcentaje de personas que en algún momento hemos vivido una relación excitante y mística que mutó en un campo de batalla. Sin embargo, el tema de hoy no es el guayabo, despecho o duelo por la pérdida, tampoco el como las relaciones de pareja se deterioran y van del amor al odio, sino todo lo contrario, esos son para después. El tema que publico hoy es sobre esa fase de locura que es el enamoramiento, ese estado de fascinación que algunos anhelan en el día de San Valentín.
Guste o se rechace este tipo de celebración, lo cierto es que por todo el mundo hay ejércitos de personas que sueñan con celebrar este día acompañadas y ... amadas.
El origen de San Valentín ya contiene sus paradojas y sus fantasmas, a pesar de ser varias las leyendas sobre este día, todas culminaron en un final trágico; amor, sacrificio y tragedia van de la mano. La mas difundida, la del sacerdote Valentín, que casaba soldados a escondidas, cuenta que fue decapitado por allá en el Siglo III, se dice que antes de su decapitación entregó un papel a la hija ciega de su carcelero en el que la joven pudo leer: “tu Valentín”, un doble milagro, porque era ciega y seguramente no sabía leer. La fantasía de hacer posible lo imposible que habita en el estado de enamoramiento condensado en una leyenda: el amor es ciego, todopoderoso y digno de inmolación.
Con sus vericuetos y versiones de épocas, el amor hoy sigue estando presente, se le canta, se le prosa, se le declama.
Es que enamorarse es fascinante, reaviva y produce una especie de excitante estado delirante -cargado de oxitocina, dopamina y serotonina- nuestro organismo sucumbe a la fuerza de un torrente de emociones que actúan como una droga. La persona enamorada siente que se borran los límites entre el propio yo y el objeto amado. La energía se hace desbordante, es como si todo se revitalizara en un nivel máximo, la pasión, el erotismo, la esperanza. Al instalarse la relación emerge un estado en que la pasión se propaga rápidamente, se enciende una alerta constante en la que la excitación y el miedo interactúan, donde lo imposible parece posible.
Pero enamorarse no es tan cortés y romántico como lo transmiten los gifs e imágenes en estos tiempos, ni las postales y tarjetas en décadas pasadas o las famosas cartas en el medio evo. Todo ello es ilusorio, fantasmal, tanto creado por una sociedad mercantilista que te induce al consumo -fetiches -, como recreado por nosotros mismos con base en nuestra propia historia. Claro, también incide la fuerza del erotismo, de nuestra sexualidad que reclama manifestarse. Al enamorarse hay una variedad de interacciones donde destruimos y construimos desde el encuentro.
No pretendo que reneguemos del amor, mucho menos satanizarlo. El amor y el enamoramiento no es un estigma, solo que penetrar en él es tan necesario como que el amor nos penetre. Por ejemplo, en relación con el amor romántico: es un mito sumamente peligroso. Por una parte, el amor idealizado produce una ilusión que es perecedera, que se tropieza en algún momento con una realidad que puede ser frustrante, traumática, violentamente dolorosa. Por otra, puede inducir que permitas toda clase de abuso, en nombre del sacrificio, aceptamos la manipulación, la humillación, que transgredan nuestros límites, generamos dependencia, nos anulamos. El amor romántico supone una estabilidad y perdurabilidad que ni siquiera es factible en la fase de enamoramiento, porque en si mismo el enamoramiento y su fuerza pasional es inestable. Ningún volcán permanece en ignición eternamente. Tampoco la complementariedad es dable. Nadie se funde en otro, aunque sientas que eso sucede, que te obnubila esa sensación de fundirte, nos unimos en un beso, en las caricias, en la conversación, en el abrazo, en el acto sexual, nos acompañamos, nos encontramos, cierto, pero siempre, siempre, volverás a desunirte, aunque la sensación de unión perdure por mas tiempo, jamás nos hacemos uno con el otro.
Las fantasías sobre el amor y la persona amada tampoco son producto de un flechazo repentino, el enamoramiento trae su carga, sus historias, sus fantasmas. El llamado flechazo puede ser una suerte de narcisismo y de recreación de los primeros amores con las figuras parentales, buscando la protección amorosa de ese afecto primario, también trae la carga de la publicidad, de los cuentos románticos y de otras historias de amor. Podemos enamorarnos mirándonos en el espejo, esa persona maravillosa, que pareciera complementarnos, que se corresponde con lo que siempre hemos soñado, es una proyección, una proyección fantasmal. El amor no es ciego, mira desde adentro, juega desde el inconsciente.
Cuando hablamos de complemento ¿Qué otra cosa podemos buscar si no es llenar nuestras carencias? En el amor hay mucho de egoísmo, se ama con el deseo de ser amado y en ello surge el fantasma de que se desea de mí. Pero la complementariedad no existe, un amor sano no es un amor que supla, mucho menos un amor simbiótico, un amor sano asumiría las diferencias, pero en esa ilusión amatoria terminamos amando lo que queremos y el otro no tiene y pretendiendo dar lo que no tenemos. Es una posesión en dos sentidos, en el de querer poseer y en el de sentirse poseído por esa fuerza que destruye y construye llamada amor.
Así que, en esa condición fantástica, en estado hipnótico y embriagante del amor, confluyen todo tipo de ausencias y presencias, la química del deseo se activa y la revitalización es como una erupción que nos hace sentir apasionadamente vivos, es como una droga que transgrede y trastoca nuestra realidad, es un estado definitivamente delirante. ¿Qué hacemos con todo eso? Vivirlo y revivirlo, la intensidad de esa química que se produce en nuestro sistema nervioso no es algo despreciable. El enamorarse es cosa de valientes, no por los sacrificios heroicos del mito, sino por exorcizar el miedo a sentir. No es posible hacer algo con el deseo del otro, pero si con el nuestro, no se trata de desear lo que creemos que otros desean, se trata de distinguir entre fantasía y deseo, nuestro deseo, he ahí la valentía.
Ilustración propia
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