La empresa

in #cervantes5 years ago


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Cuando a mis 38 años viajé por trabajo a Estados Unidos no tenía en mis planes alejarme de la empresa para la cual trabajaba y menos aún establecer relaciones comerciales propias con dos empresas de software de ese país.

Todo se dio de pronto, se alinearon los astros y volví con contactos suficientes como para pensar en armar mi propio emprendimiento empresarial, lejos estaba yo de prever que me esperaban no pocas dificultades que me llevarían a fracasar un par de años después.

De vuelta en Buenos Aires y en mi trabajo como gerente técnico en una consultora y distribuidora de software de base para grandes computadores, estaba en el cómodo y despacho privado pensando de qué manera conseguir los fondos necesarios para irme de allí y montar mi propia empresa cuando por la tarde un llamado telefónico cambió mi vida para siempre.

El gerente de sistemas de una importante fábrica de camiones radicada en la provincia de Córdoba se comunicaba conmigo para hacer un chequeo de problemas pendientes de resolución que me había traído de mi última visita a la planta, en un determinado momento me comenta al pasar que al día siguiente vendría a las oficinas que su empresa poseía en la Capital Federal para evaluar un par de sistemas para la administración de círculos de ahorro previo ya que necesitaban comprar. El directorio de la compañía junto a la gerencia comercial habían decidido ampliar la oferta de camiones mediante la utilización de ese esquema financiero.

En mi anterior trabajo yo había diseñado y construido un sistema de esas mismas características y en los dos años que me llevó desarrollarlo como analista principal junto a un grupo de siete personas había aprendido muchísimo sobre ese tema y era casi un experto; además, cuando me fui, por supuesto hice lo que todo desarrollador hace: llevarme una copia de mi trabajo. En esa época no había legislación y jurisprudencia sobre ese delicado asunto de la propiedad intelectual pero se consideraba que el diseñador y desarrollador tenía derechos sobre el producto pese a que lo había construido bajo una relación de dependencia. Como sea, tenía una copia de mi trabajo por lo que le comenté a mi interlocutor que yo podía presentarme como posible proveedor y aceptó de inmediato.

Al día siguiente y sin tener nada preparado concurrí a las oficinas donde el gerente de sistemas y el designado administrador de los futuros círculos de ahorro previo para la compra de camiones, me esperaban. Solo hablamos, mi producto no podía ser mostrado, primero había que convertirlo a una versión para Linux y necesitaba bastante trabajo, pero la conversación me permitió demostrar mucho de lo que sabía de aquel tema y el primer milagro se produjo: me contrataron para proveer el sistema. Ya contaba con una base importante de dinero y de trabajo como para comenzar a delinear la renuncia a mi empleo y la apertura de mi propia empresa.

Casi en forma paralela uno de mis recientes contactos con una de las empresa de software americana comenzó a delinear para mi una forma de representación de sus productos que en aquel país estaban teniendo gran éxito. Las exigencias en cuanto a cantidad de productos que debía comprar, la campaña publicitaria que debía desarrollar y la cantidad de gente que debía capacitar eran muy duras pero consideré que bien valía la pena, la decisión estaba tomada.

Hablé con mi esposa, junté todos mis ahorros y me asocie con un compañero de trabajo quien pondría el capital faltante, renuncié y me dediqué a buscar una oficina pequeña para comenzar la nueva aventura, rápidamente resolví ese problema y me establecí como una sociedad anónima dedicada al desarrollo, enseñanza y distribución de software propio y de terceras partes.

El primer año me fue muy bien respecto al tema comercial, muchos pedidos de empresas multinacionales con sucursal en Argentina que usaban el producto en otros lugares del mundo y les llegaba la orden de comprarlo aquí; conjuntamente con las cajas venían pedidos de capacitación, colaboración en el desarrollo de aplicaciones, asesoramiento, etc. Pero no todo era color de rosas, nunca sospeché que los empleados podían pensar en acudir a mí para solucionar sus problemas personales, económicos, familiares. Hasta llegaron al punto de solicitarme asesoramiento espiritual y amoroso. Una ex compañera de un antiguo trabajo vino a solicitarme empleo, se había separado del esposo y tenía dos hijos pequeños que mantener. Fue una época dura donde comprobé que no estaba preparado para esas cosas, los problemas de mis empleados me afectaban y no podía manejarlos correctamente.

El segundo año fue el de la debacle, en Estados Unidos mi producto estrella o mejor dicho la empresa que lo había ideado y con la cual tenía contrato fue adquirida por otra mucho más grande, dedicada al negocio de las bases de datos. Para mi desgracia, esa empresa tenía aquí en la Argentina una sucursal propia y lo peor ocurrió: me quitaron la representación, la autorización para vender el software y la posibilidad de brindar cursos de capacitación.

Toda la estructura armada se vino abajo como si fuera un castillo de naipes ante un viento fuerte, los ingresos se vinieron en picada y la estructura de empleados ya era absolutamente innecesaria, no había tiempo para buscar otras alternativas, tuve que desprenderme de todos, con la mayoría llegamos a acuerdos consensuados pero hubo un par que me hicieron juicio y terminaron con mis ya exhaustas arcas.

En ese momento decidí que no estaba hecho para ser empresario, desde aquel entonces trabajé por cuenta propia, solo con la responsabilidad de mantener a mi familia. Por muchos años hice esa vida, tantos como los que me costó recuperarme de esa gran decepción.

La fotografía es de mi propiedad.

Héctor Gugliermo

@hosgug