Capítulo IV: Francisco Benítez
Yo era la más quedada de mis amigas en cuanto a experiencias sexuales, porque siempre tuve miedo de lo que la gente podía decir de mí. Caracas era como ese pueblito hecho ciudad, donde todo el mundo se conocía y los chismes corrían tan rápido como se empea un borracho de esquina con cualquier licor barato, un viernes de quincena. Me habían parecido lindos muchos niños, incluso había tenido muchos amores platónicos y no platónicos, pero ninguno me llamó la atención como el judío más bello y promiscuo de 4to año B, Francisco Benítez.
Fran, como le decían sus amigos del cole, era un niño de tamaño promedio, fortachón, hablador de paja y con dos ojos verdes que se asemejaban a las aceitunas sin pepita que compraba mamá Elena en el Excelsior Gama de Santa Eduvigis. Ya habíamos hablado muchas veces, incluso él me había dicho de frente y clarito que me quería coger, porque Fran, con todos los demás niños de su clase, habían apostado a quién me desvirgaba primero. Por supuesto, el carajo que tenía un ensopado de Caracas en su boca tenía que ser el que se llevara todos los tickets de la rifa para hacerlo y yo de cierta forma lo sabía. No estaba muy clara de cuándo ni dónde, pero Francisco Benítez me desvirgaría.
Un 13 de septiembre, como toda madre supersticiosa sabe que se avecina un día de mala suerte, Fran me quitó ese extraño sentimiento de no saber cómo se ve y se siente un pipí. Entre juegos, guarapita y reggaetón puyuo, me llevó a su cuarto en su apartamento de Los Palos Grandes, lleno de cuadros y estatuas de caballos y sin un solo adulto responsable que parara nuestra travesura de bachilleres curiosos.
La negra Rocío siempre me recomendó tener cuidado con la “primera vez” porque todo el mundo decía que las primeras veces siempre dolía, pero la verdad es que yo no sentí ni pío. A pesar de eso, sentí que por fin sería una verdadera mujer y cualquier otro detalle como si Fran era buen polvo o si lo tenía chiquito o grande, para mí eran cosas que en ese momento, en mi mente de carajita no importaban tanto. Más adelante y con unos cuantos pipís de experiencia, entendería que no sentí mucho porque Fran tenía el pipí chiquito o como les gustaba decir a algunos, por debajo del promedio.
Pero además de todas esas boberías de tamaños y maldiciones, Francisco me enseñó algo (que pude entender realmente más adelante) que muchísimas veces me decía mamá Elena sin que yo le parara mucha bola, porque la verdad es que no importaba con cuántos hombres me acostara, nada de eso me haría más o menos mujer. El sexo era simplemente una necesidad básica e instintiva del ser humano, por lo cuál nada tenía que ver con la reafirmación de mi género, yo sería mujer aquí y en la China, así me tirará 5 o 20 hombres en toda mi vida. Mamá Elena siempre me dijo que no me dejara joder por ningún pendejito y que mucho menos dejara que me hicieran sentir menos, porque yo había nacido sola en este mundo, crecería sola y sería exitosa por mis propio méritos. Algún día moriría sola y en polvo de estrellas me convertiría, y para nada de eso se necesitaba el güevo de un hombre.
Es bastante interesante este post, me dio risa que a final de cuentas Francisco era pipi chiquito jajajajaja, upvote para ti buena muchacha
Gracias, Fabi! Jajajajajaj
Me encantó este post. La verdad es que muchas veces la misma sociedad nos ha metido en la cabeza que somos más o menos mujeres por tirar con equis cantidad de tipos, pero que no se nos tiene que pasar la mano, porque si no ya ahí llegamos a nivel de putas, y "nadie quiere eso" (paja, paja eterna).
Con o sin pipis adentro, somos mujeres y punto <3
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