¿Postgrados bobos? ¿Postgrados relevantes? (Muy breves testimonios...)
Dentro de tantas cosas inauditas que en mi ya larga vida he escuchado, se halla una que lleva consigo la noción de que a los hijos, al nacer, hay que colocarles nombres que sugieran aquellos valores que sus padres consideran que son los dignos de admirar, en sus más altos grados. En mi país, Venezuela, y en otros de Latinoamérica los ciudadanos que se estrenaban como padres en los años '40 y '50 y admiraban la cultura estadounidense, por ejemplo, no dudaban de asignar a los hijos: William, Franklin, Douglas, Henry, John, Freddy... Los que admiraban los movimientos comunistas: Vladimir, Fidel, Ernesto, Tania, Katiuska, Nadeshda, Ilich, Stalin... Hay que agregar que había un sector de jóvenes que preponderaban, nombres de artistas de la escena cinematográfica. Notable y dizque ejemplar resultó el cambio de nombre y apellido que un famoso galán de novelas de la entonces pujante radio cubana de los '50 (luego protagonista de comedias de naciente televisión venezolana), Gastón Colón, llevó a cabo sin titubeos motivado por un tributo a las celebridades del cine azteca Jorge Negrete y María Félix. "Jorge Félix", así, dejó atrás para siempre el cacofónico nombre de Gastón Colón...
Yéndonos al tema que el título de este artículo alude y convoca, el postgrado universitario, debo traer a colación un trío variopinto de testimonios que dan cuenta de la problemática que comportan los nombres (las denominaciones institucionales) que los cursos posgraduales puedan eventualmente poseer; y además una reflexión unida a las virtudes y los disparates que tales denominaciones formales generan en la práctica; sobre todo en la vida académica de los cursantes.
A principios de los años '80 del pasado siglo, nos llega al Instituto Universitario Pedagógico de la ciudad venezolana de Barquisimeto (hoy filial de la UPEL*) la feliz proposición del prestigioso epistemólogo José Rafael Núñez Tenorio (de la Universidad Central de Venezuela, UCV, Caracas) de desarrollar un curso para los docentes que administrábamos a la sazón cátedras de filosofía, ciencias sociales y métodos de investigación educacional. Nos halagó muchísimo el asunto al tiempo en el cual hicimos lo que teníamos que hacer para que la jornada académica fuera exitosa (como en efecto resultó). El punto fue que cuando a los funcionarios que tenían tareas de promoción, les llegan los papeles contentivos del nombre del curso, la descripción de éste, el programa instruccional, etc., se extrañan de "lo largo de palabras" que el título mismo del curso poseía. Casi que llegan a trasquilar tal denominación curricular en términos de abreviar la cuestión como "Metodología de la investigación". Cuando el profesor Barrios Márquez (quien se aprestaba a ser cursante) advierte tal achicamiento descriptivo, y transitando en disgusto con aquellos funcionarios, decide llamar telefónicamente al mismísimo doctor Núñez Tenorio en plan de pulsar su opinión, no vacila el catedrático en ser celoso y radical en su expresión... "No le quiten ni le coloquen una coma, al nombre del curso que pondremos en práctica. El curso se denomina literalmente Problemas del método en las ciencias sociales contemporáneas". Bueno, por fortuna tanto toda la programación, como el curso en sí (las 6 sesiones y las valoraciones multilaterales) fueron enormemente exitosas. Las jornadas académicas se apuntaron precisamente a aquellos nudos teóricos y metodológicos propios de la investigación científica en el objeto de las relaciones sociales; no de cosa distinta.
Cuando a inicios de los '80 arranqué mis estudios de Doctorado en ciencias sociales en la UCV y detallé con cuidado las muy numerosas ofertas de asignaturas en el primer semestre (las cuales eran electivas en su totalidad) teniendo necesariamente que no exceder algo así como cinco, vi con extrema extrañeza cómo la mayoría de mis compañeros tomaron una que más o menos se denominaba "Mitos y fantasías en las sociedades de Hispanoamérica". Creo que el apellido del docente era Martini o Martell... Lo que no me ofrece duda alguna es que el tema central de la asignatura tenía que ver con lo religioso, lo brujeril, la superstición, lo que eufemísticamente llaman "el imaginario espiritual de los pueblos"...
Con asiduidad me acercaba a los compañeros doctorantes que habían tomado tan capcioso curso, de cara a preguntar el contenido de relevancia que poseía habida cuenta la factura científico-social del Doctorado, no logrando respuesta seria alguna; solo hablaban de lo curioso (y, para mí, decadente -en buena parte-) de mitos como María Lionza (Venezuela), Vudú (Haití), Cruz de mayo, Sayas (Bolivia), etc. A mi entender, lo que esos compañeros buscaban y desgraciadamente hallaban, no era hacerse de insumos conceptuales conforme a los cuales generar con calificación conceptos científicos sobre el objeto social, sino solazarse en una suerte de "diversión académica y excéntrica" la cual les permitiera -a la vez- la ansiada y utilitaria prosecución en los estudios; trazando así un "todo vale".
Recordé lo vivido con el curso del Dr. Núñez Tenorio... Si el Doctorado en referencia en vez de llamarse a secas "Ciencias sociales" (como aún se denomina), tuviera como significantes necesarios "Problemas teórico-metodológicos de las ciencias sociales", morrocoyes con cabeza de gallo como esa materia laudatoria a lo religioso, a lo supersticioso, no habría tenido posibilidad de existir.
Aproximadamente en el año 2015 el Doctorado en cultura latinoamericana y caribeña de la UPEL de Barquisimeto me designa docente de una unidad curricular cuya denominación sugería sin disimulo un culto a esas tradiciones populares que a final de cuentas se inscriben nocionalmente a rendir culto a lo bobo, a la obediencia religiosa católica, a la sumisión de los negros, etc. Claro, hice todo lo posible de virar todo aquello y preponderar los intersticios que daba el contenido programático para tratar, sobre todo, la problemática del poder social en el contexto de la cultura iberoamericana y caribeña. Bueno, pero el punto de lo que aquí nos interesa es que el primer día de sesiones pregunto en público a cada uno de los amables cursantes sobre sus respectivas preparaciones como productores intelectuales y las expectativas que a la sazón poseían en cuanto al Doctorado.
Confieso sin empacho que tal experiencia concreta de oír tales palabras iniciales de los doctorantes, me parecieron maravillosas, acariciantes. De todos los cursantes hubo uno (cuyo nombre y apellido no atino en recordar con precisión) que me pareció el más nutrido, el más elocuente. La comedia se transformó en tragedia cuando luego de que pregunto a todos sobre el tema de tesis que a futuro desarrollarían, precisamente el cursante que acabo de recordar con deferencia fue el que manifestó la temática más irrelevante y boba. El tema que se aprestaba a desarrollar era, sin más, "La hallaca navideña de los venezolanos". También hubo otros que militaron en temas que más se parecían a los de una carrera pregradual de periodismo, que a un Doctorado de una universidad formadora de docentes (como se supone que es la UPEL).
Nuevamente recordé lo vivido con el curso del Dr. Núñez Tenorio... Si el Doctorado en referencia en vez de llamarse a secas "Cultura latinoamericana y caribeña" (como aún se denomina), tuviera como significantes necesarios "Problemas conceptuales de la cultura latinoamericana y caribeña", morrocoyes con cabeza de gallo como tantas materias laudatorias a lo reporteril (a lo periodístico) que allí pululan, mas no a lo pedagógico, no habrían tenido posibilidad de existir.
El inmortal lingüista estadounidense Benjamín Whorf (1897-1941) no se equivocó más de la cuenta cuando sentenció que la realidad se nos presenta no tanto como ella objetivamente es sino como las palabras que utilizamos para entenderla, nos lo permite. Probablemente mucho de esto tiene que ver con los nombres institucionales de los posgrados y la suerte pedagógica de éstos, más que todo, de los pobres estudiantes que los cursan.
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*Universidad Pedagógica Experimental Libertador.
Imágenes:
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Foto: Oficina de prensa UPEL-IPB.