¿Sigue el ser humano sujeto a la selección natural?
En una población, no todos los individuos contribuyen con el mismo número de descendientes a la siguiente generación. Cuando esa diferencia reproductiva se encuentra originada por causas intrínsecas (genéticas), se produce un curioso fenómeno: el mayor éxito reproductivo no solo hace que el organismo tenga más hijos, sino que además éstos hereden la propia ventaja. Por lo tanto, los vástagos del individuo favorecido partirán con un genotipo ventajoso en cuanto a la probabilidad de obtener mayor número de descendientes. En esto consiste básicamente el concepto frecuentemente malinterpretado de «selección natural»: la reproducción diferencial de distintos genotipos en una población dada.
Es importante tener en cuenta el factor estadístico e histórico a la hora de explicar el funcionamiento de la selección natural y, por lo tanto, del proceso evolutivo; un individuo bien dotado no necesariamente tendrá mayor número de descendencia que otro peor dotado. Existen factores no genéticos que pueden influir de forma radical, como por ejemplo, una muerte prematura accidental o una infección que afecte a la eficacia reproductora. Por ello, todo el proceso selectivo debe entenderse como un fenómeno probabilístico a lo largo de extensos períodos de tiempo: a la larga, cabe esperar que los genotipos que otorgan una ventaja reproductiva intrínseca aumenten en la población por una reproducción diferencial favorable a sus portadores.
Veámoslo con un sencillo ejemplo: supongamos una población de lagartos en la que algunos individuos portan una mutación que permite trabajar eficazmente a sus enzimas metabólicas a una temperatura algo inferior a la normal en la población. Estos individuos necesitarán estar durante menos tiempo al sol para poder iniciar su actividad habitual de alimentación y reproducción. Este carácter les confiere una triple ventaja: por un lado se exponen durante menos tiempo a los predadores mientras están «calentándose»; por otro, pueden alimentarse durante más tiempo y, como colofón, pueden invertir ese tiempo extra y esa mejor alimentación en una mayor y más efectiva parada nupcial. Cabe esperar, y así ocurre según se ha comprobado experimentalmente infinidad de veces, que con el tiempo la reproducción diferencial produzca que el genotipo mutante aumente su frecuencia en la población, incluso fijándose en ella; es decir, que todos los individuos acaben portando los nuevos alelos.
En el caso del ser humano, especialmente en las sociedades industrializadas, muchos especialistas cuestionan que la selección natural (y por tanto la evolución) siga operando de la misma manera. En una sociedad humana avanzada, los factores no genéticos pueden llegar a ser más importantes a la hora de marcar diferencias reproductivas que aquellos que se encuentran en nuestro genotipo. El desarrollo tecnológico, cultural y sanitario hacen que la mayor parte de los factores que marcarían reproductivamente a un individuo en una población silvestre carezcan de importancia. Utilizando un ejemplo muy frecuente, un organismo celiaco o diabético tendría una enorme desventaja reproductiva en una población no tecnológica; sin embargo, en la sociedad actual poseen las mismas probabilidades que un individuo sano. En el extremo contrario, un organismo excelentemente dotado para el aprovechamiento de recursos y la reproducción, puede optar por el celibato por diversas razones culturales.
Esto ha hecho que suela pensarse en que el ser humano ha escapado al menos en parte a la selección natural y, como consecuencia, haya frenado su proceso evolutivo reduciéndolo a mera deriva genética. Sin embargo, no todos los biólogos están de acuerdo con esta conclusión, opinando que aunque sea de una forma más suave, nuestra especie sigue sujeta a la reproducción diferencial originada por causas genéticas.
Esta semana, un equipo de investigadores ingleses, alemanes y finlandeses ha publicado en PNAS los resultados de una investigación que apuntan en esta última dirección, al menos hasta los tiempos de la revolución industrial. Utilizando los datos sobre supervivencia, apareamiento y éxito reproductivo de 5.923 individuos finlandeses nacidos entre 1760 y 1849, han encontrado que las diferencias individuales en supervivencia y fecundidad fueron las responsables del diferente éxito reproductivo, incluso entre los individuos con un estatus social y económico más elevado.
Según los autores, la mayor parte de la variación en el éxito reproductivo es resultado de dos episodios de selección que corresponden a selección natural: la supervivencia hasta la edad adulta y la fertilidad. Sin embargo, la selección sexual también parece mostrarse como un mecanismo importante incluso entre las mujeres que, en contraste con los varones, no se beneficiaron de múltiples parejas en la población estudiada. Dado que la Finlandia del período estudiado era una sociedad monógama con altas tasas de mortalidad infantil, el peso de la selección sexual podría ser mayor en otras poblaciones. Aún así, estos resultados muestran que la selección sexual puede tener un papel importante en la evolución de poblaciones humanas monógamas con bajos niveles de uniones múltiples.
Estos datos son concordantes con los que podemos encontrar en otras poblaciones animales, pero sensiblemente diferentes a investigaciones anteriores con muestras humanas, algo que los autores achacan a la dificultad para obtener datos significativos de los archivos históricos. Precisamente por este motivo se eligió una población finlandesa, dada la gran calidad de la información documental disponible. Según los investigadores, sus resultados confirman que los grandes cambios demográficos, culturales y tecnológicos de los últimos 10.000 años no excluyen la posibilidad de que la selección natural y la selección sexual sigan actuando en nuestra especie.
Fuente:
Courtiola, Alexandre; Jenni E. Pettay, Markus Jokela, Anna Rotkirch, and Virpi Lummaa. 2012. Natural and sexual selection in a monogamous historical human population. Proceedings of the National Academy of Sciences. Published ahead of print April 30, 2012, doi:10.1073/pnas.1118174109
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